Ephemeral.

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Los años pasan muy rápido. Todo cambia. Pero, ¿sabéis? Las personas no lo hacen. Fingen que sí, y crecen, mas siguen siendo los mismos. Calum siempre estuvo colado por aquella chica, Robin. Desde siempre y para siempre, gritaba constantemente. Nosotros nos reíamos de él, pero era cierto. Tan cierto...

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Robin no era especialmente guapa. No tenía la piel tersa y suave y, por supuesto, no tenía un cuerpo perfecto. Pero, cuando se giró, y sus ojos tan oscuros se encontraron con los de ella, color chocolate, supo que ya era tarde, que se había enamorado. No se cansaba de observarla desde la distancia. Una y otra vez, parecía que no se sentía a gusto estando rodeada de tanta gente y presenció cómo más de una vez se quitaba el pelo de la cara como si le molestase demasiado, y sin embargo lo llevaba suelto. Y le quedaba muy, muy bien. No pudo evitar quedarse mirándola cuando su amiga la hizo reír, se había tapado la boca. Y Calum no pudo evitar preguntarse una y otra vez el por qué, teniendo una de las sonrisas más preciosa que había visto nunca.

Era una suerte que Elena, la novia de Michael, la hubiera traído aquella noche. Por mucho que hubieran sido unos cortos segundos, entre los que la chica se despedía de su novio, les presentaba a su amiga, y se iban, había podido apreciarla. No parecía muy interesada en ellos, es más, ni siquiera se había acercado a darles la mano, o un abrazo, cuando fueron presentados. Y vagamente los había mirado a los ojos. Era distante.

Calum siempre sonreía al recordar lo mucho que había tenido que rogarle a Elena que le diera el número de Robin. No había podido quitarse aquellos ojos marrones de la cabeza. Hasta se acordaba de su ropa. Estuvo toda la semana siguiéndolos, a ella y a Michael, una y otra vez esforzándose por demostrarle que era cierto, que no quería jugar con una de sus mejores amigas. Elena había repetido las palabras una y otra vez. “Me caéis bien los dos, pero si no le haces daño tú, te lo hará ella a ti. Y no quiero eso, para ninguno”.

No había hecho falta que siguiera rogando. A las dos semanas del primer y frío encuentro, la vio otra vez. Estaba sentada sola, como si no le agradase que otras personas estuvieran a su alrededor, y leía un libro. El chico se acercó y la estuvo mirando durante unos minutos hasta que ella levantó la vista, alzando una ceja.

—¿Quieres algo?— no era agradable, ni tan dulce como él se había imaginado.

Aquella contestación lo había dejado cortado. Parecía que su ingenio había desaparecido por arte de magia y no quedaba de él ni una sola pizca que pudiera improvisar para quitarle un poco de paja al asunto. El caso era que tenía a una chica claramente molesta porque la estaba distrayendo de su lectura y no sabía qué decir. Finalmente, se aclaró la garganta y se presentó, aun consciente de que Elena ya lo había hecho semanas atrás.

No fue tan mal aquel día, si obviamos el hecho de que Robin había dejado claro que no le interesaba lo más mínimo el chico, y se había ido a los pocos minutos, alegando que tenía prisa con una sonrisa de disculpa. Mas Calum no se daba por vencido. Había estado yendo día tras día durante diez días a aquel mismo banco, donde se la había encontrado, hasta que la vio de nuevo. Y aquella vez no la dejó escapar. Le pidió su número de teléfono. Robin estaba realmente impresionada de su persistencia, por lo que se lo dio.

No había tardado ni dos días en llamarla. No le había escrito ningún mensaje, porque quería asegurarse de que de verdad era ella y necesitaba darle la confianza de saber que sí que se interesaba, que quería escuchar su respuesta al preguntarle si quería salir con él. La muchacha aceptó, sonriendo con la llamada. Aquel chaval lo estaba haciendo bien.

La primera cita resultó ser un absoluto éxito. Calum, por mucho que había estado interrogando a Elena para que le dijese cosas de Robin, no sabía mucho de ella. Más bien nada. Solo que le gustaba leer y que parecía ser como una hermana para la novia de su mejor amigo, aunque ésta jurase que no se parecían en nada. Sus gustos eran iguales, pero sus personalidades no tenían nada que ver, al menos eso afirmaba Elena. Y había resultado cierto.

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