DOS

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Aparco el coche en el estacionamiento improvisado que hay a un costado del pequeño jardin,  cojo mi bolso y bajo del coche asegurándome que esté tenga puesto el seguro,  entro saludando a las madres que un poco apresuradas vienen a dejar a sus pequeñines.  Miro la hora en mi reloj y veo que aun hay tiempo para marcar mi entrada e ir a mi respectivo salón,  una ves hecho lo anterior abro la puerta e ingreso con mi tipica sonrisa al ver a mis chiquillos hacer su tipica bullisia de todo los dias;  al verme todos corren a sentarse como de costumbre a sus respectivos asientos,  me siento en mi escritorio al frente de ellos.

—Buenos dias pequeños—saludo con un tono de vos un poco alsado para que puedan oirme.

—¡BUENOS DIAS MAESTRA!—gritan a coro sacándome otra sonrisa,  me encantan los niños y por eso es que trabajo siendo maestra.  Continuo con mi rutina diaria dando mis clases y tratando de lo mejor a los niños.

Las horas pasan y asi como llego me voy,  conduzco rumbo a casa con una suave música de fondo,  me relajo y dejo que la música flulla;  mi celular vibra asiendo que baje el volúmen.  Contesto y pongo el alta vos ya que voy manejando y es malo contestar cuando vas manejando. 

—Hola.

Aleya habla Oliver, te llamaba ¿para saber si podemos reunirnos en tu casa hoy con los chicos?.

—Claro,  en este momento voy viajando a mi casa los veo aya—no espero a que responda y cuelgo.  Oliver, Stuart y Gabriel son mis amigos desde la secundaria al igual que lo eran de mi hermana,  mi pobre hermana.

Saco los pensamientos de mi mente y continuó mi rumbo a mi hogar,  al llegar lo primero que ago es ordenar unas cuantas cosas desordenadas que habían y empiezo a preparar algo de comer para dar la bienvenida de los chicos.  La puerta de mi casa suena y sonriendo voy a darle la bienvenida a mis amigos.

—Hola—sonrio al verlos,  saludo a cada uno junto a su esposa e hijos y los ago pasar.


Nos encontramos en el living tomando un trago de wiski después de un delicioso almuerzo,  las niñas juegan y charlan entre ellas en el jardin. 

—¿Cuándo piensas casarte Aleya?—miro a Oliver al decir aquello y sonrio de lado.

—Casarme no esta en mis planes Oliver.

—Ya estas lo suficiente mayor como para formar una familia —no veo al dueño de esa vos pero se de quien es—a ella le hubiese gustado que fueras felíz—cierro los ojos y trago el fuerte liquido por mi garganta.  Los abro y lo miro.

—Soy felíz Gabriel y ella lo sabe.


Después de aquella conversación nadie dijo nada más,  los minutos pasaron hasta que hablaron nuevamente cambiando el tema,  los chicos y sus familias estubieron por unas cuantas horas hasta que decidieron irse por cosas personales.  Me pego una ducha,  me visto con un vestido color negro.  Todo mi atuendo es negro,  salgo de casa y conduzco a una velocidad moderada;  paso por una floreria para comprar unas rosas blancas y emprendo nuevamente mi rumbo,  al llegar la fria brisa me hace estremecer.  Hay varias personas visitando a sus seres queridos que desafortunadamente ya no los acompañan en este mundo.  Camino con las rosas en mis manos sintiendo la tristeza invadir mi cuerpo,  paso por muchas lápidas hasta llegar a mi destino. Pero al llegar hay dos personas mas ahí,  van vestidas de negro al igual que yo,  me hacerco y sin tomarlos encuenta me acerco a la lápida y me arrodilló a su lado beso la fria piedra y dejo salir unas cuantas lagrimas que no puedo contener mas,  limpio el alrededor bajo la atenta mirada de ambas personas y coloco las rosas en su respectivo lugar.

El Diario De Una MuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora