Es la típica escena familiar americana. Los miembros aprecian las imágenes que desprenden la caja negra minutos después de haber tenido la cena.
Suzie es la que mayor atención pone. Tara sabe que tiene que planchar, y Roger todavía no se ha sacado el traje. La corbata le ajusta el cuello demasiado, pero sus patas no tienen los pulgares adecuados para desabrochar la ropa que aún lleva puesta.
Afuera ya se marchó el Sol, pero ninguno quiere prender las luces, están demasiado cómodos en el sofá. La sala está teñida de azul, no de negro, pero dentro de poco estará a oscuras. Además, los tres han notado que afuera sigue lloviendo. Sus largas y peludas orejas sienten ensordecedor el impacto de cada gota de agua estrellarse en las baldosas del patio.
Ni siquiera Roger recuerda hace cuánto tiempo están allí sentados. Miran atentos la caja, pero están muy seguros que dentro de pocos segundos el programa finalizará y entonces ellos deberán volver a sus responsabilidades. Ellos sienten muy bien que eso es solo estática, pues solo ven rayas grises parpadear.
-Va a trabajar cada mañana, y luego regresa cada noche –le reprochó Tara a Suzie.
-Quizá fuera una coincidencia –acotó Suzie.
-Silencio –exclamó Roger atento.
Los tres hicieron caso y miraron hacia la puerta. Esperaron, y esperaron.
Esperaron otro rato.
Y seguían esperando, y el programa seguía rodando su show.
-Es el hombre del abrigo verde- dice Suzie.
Roger se incorporó increíblemente lento. Dio unos pasos en dirección a la puerta; al estar en el umbral, la abrió y miró hacia afuera.
-Sigue lloviendo afuera –exclamó sin inmutarse.
-Déjalo pasar, quiere de vuelta su abrigo verde –dijo Suzie.
-Lo vamos a extrañar.
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La Sala de las Sonrisas Torcidas
PoetryRelatos poéticos y oscuros. No esperes el best seller de Stephen King, esto es otra cosa.