Capítulo 2

133 17 6
                                    

Son las 17:48, mi madre se fue hace una hora y media a trabajar, y escondió el cable de la radio para que no la pudiera usar. Me dijo que tenía que estudiar toda la tarde y que cuando ella volviera -A eso de las siete- quería ver en mi mesa un resumen de los cinco temas de filosofía de los que la semana que viene tenía examen, y que si no los hacía iba a arder Troya. Era una ilusa si se pensaba que después de tratarme así por haber llegado tarde a clase iba a hacer algo de lo que me mandara. Total, ya estaba castigada ¿Qué más podía hacer? ¿Meterme en un internado? Adelante, así al menos no tendría que aguantarla. Pero igualmente no lo iba a hacer porque el dinero lo reserva para sus viajes por medio mundo mientras yo me quedo en casa. De pequeña iba con mi padre, pero hemos ido perdiendo la relación hasta el punto de que he dejado de ir a su casa. No veía la hora de poder independizarme, lo que pasa es que no tenía ni dinero ni la mayoría de edad, y no podía estudiar una carrera porque las únicas que me interesaban -Las cuales eran pocas- costaban una millonada, y además, mi sueño siempre había sido tener una banda.

Desde pequeña adoraba cantar, y soñaba con apuntarme a alguno de esos estúpidos concursos de canto que hay para los niños pequeños, pero a medida que he ido creciendo me he dado cuenta de que no canto tan bien como yo creía. Es más, canto fatal. Me gustaría saber tocar el bajo, la guitarra o la batería, pero no tengo ni alguien que me enseñe ni dinero para comprar un instrumento.

Steven sabe tocar la batería, y me ha intentado enseñar, pero al contrario que él, el ritmo no lo llevo en la sangre.

Vamos, que por lo que se veía iba a tener que aguantarme y vivir allí un par de años más hasta que encuentre un trabajo que me de para vivir.

El timbre de mi casa me sacó de mis pensamientos, así que me levanté del escritorio -En el cual aún estaba el montón de folios en blanco- y me dirigí a abrir. Era Steven, y venía empapado, no me había dado cuenta de que en la calle estaba lloviendo.

Yo: Hey, Steve! La próxima vez dúchate sin ropa, hombre

Steven: Ja. Ja. Ja. Qué graciosa. ¿Nos duchamos juntos? *Cara pervertida*

Yo: Más quisieras rubio. Anda, déjame la chupa que te la cuelgo.

Steven: Algún día lo conseguiré.

Yo: Soñar es gratis.

Steven: ¿Te dijo algo tu madre por lo del instituto?

Yo: ¿Madre? ¿Qué madre? ¿La fiera esa que vive aquí? Ah, sí, se enfadó un poquito.

Steven: Entiendo...Bueno, ¿nos vamos o qué?

Yo: ¿Nos vamos, pero...ahora mismo?

Steven: Claro, ¿a qué esperas?

Yo: No no, a nada, vamos.

Salimos a la calle y Steven y yo echamos a andar hacia dios sabe dónde. Seguía lloviendo, aquello parecía el Diluvio Universal, pero a nosotros parecía no importarnos, íbamos por el medio de la calle caminando tan tranquilos mientras nos empapábamos y la gente nos miraba.

Las mujeres, con sus blusas, sus faldas y sus zapatitos, llevando a sus hijos de la mano bajo el paragüas; los hombres, con sus maletines, sus trajes y su expresión atareada. Todos nos miraban, miraban a dos jóvenes despreocupados enfundados en cuero y pinchos, que parecían no darse cuenta de la terrible tromba de agua que estaba callendo.

En algún momento del viaje, decidí preguntarle a Steven hacia dónde nos dirigíamos, a lo que él contestó que me iba a llevar al ensayo de su grupo, para que los conociera, y que eso iba a suceder en el bajo en el que todos se reunían a menudo.

I fell in love with my rock godDonde viven las historias. Descúbrelo ahora