Incertidumbre

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Sé que todos en algún momento han deseado nacer en otra familia, yo lo hago casi a diario. Mi vida fue una calamidad desde que nací hasta hace poco. Mi madre Alejandra, era una hermosa mulata, con un carácter peculiar y un don increíble para convertirse en la atracción de muchos hombres.

A la edad de veinte años mamá estaba casada con Mauro, un hombre trabajador, de tez oscura, buena estatura, además, era un talentoso percusionista que tocaba para El caballo mayor.

Al casarse compraron una pequeña casa, nada extraordinaria. Contaba con el espacio suficiente para tres. Era primicia que Alejandra y Mauro estaban a punto de incrementar su propia familia. Con la emoción de ser padres es decidido mi nombre, Montserrat, en honor a Montserrat Salvador.

Ese año fue muy productivo para Mauro, permanecía en giras y conciertos. Por otra parte, Alejandra no tenía un empleo, su tiempo libre era dedicado a ella.

Mauro siempre se encargó de que nada me faltara.

Según los relatos de mi tía Mónica, al momento de las contracciones, mi madre se encontraba en un certamen de belleza como auxiliar estilista, de esos urbanos que se practican en los barrios y mi padre se encontraba de viaje.

Mamá no tenía idea de lo que estaba por ocurrir, hasta cierto punto, confundió las contracciones con cólicos.

Mi abuelo Humberto se dirigió con mi madre al Centro médico Alcántara y González. Casi toda la familia estaba presente. En la sala de parto estaba mi abuela materna Graciela, mis tíos Fernando, Mónica y Berenice, también se encontraban, mi abuela paterna Zaida, la hermana de Mauro, y su cuñada.

Aquella noche estuvo llena de conflictos, desde el instante en que nací. Todo fue inesperado, las personas que entraban a la habitación, salían con una expresión de asombro, con la boca abierta, las manos en la cabeza, con cierta incertidumbre en sus mentes, nadie se podía explicar lo que veía. La última en entrar a la habitación fue la abuela Zaida. Al verme me negaba, no creía posible que en una familia donde todos eran negros, naciera una niña tan blanca, con el cabello tan dorado como el sol en pleno verano.

Nadie se atrevía a explicarle a Mauro la situación de aquel entonces.

Mi nacimiento provoco muchos disgustos entre ambas familias. Abuela Graciela y Abuela Zaida se mantenían en constante discusión, por el hecho de que ambas defendían a sus hijos.

Veinte días más tarde llega al país Mauro, con la emoción de un niño pequeño, al esperar su regalo de navidad. Entró a la habitación con una sonrisa enorme, anhelando abrazarme. Sólo bastó asomarse al moisés donde me encontraba.

- ¿Alejandra, qué carajo hiciste? Preguntó con furia.

-¿De qué tu me hablas? Respondió asustada.

- ¡Esa muchachita no es mía! Afirmó Mauro.

- Esa niña si es tuya, ahora no quieras evadir tus responsabilidades. Estaba contigo cuando salí embarazada, y siempre estuve contigo.

-Alejandra, tu sabes que yo te amo y lo último que necesito es tener este problema. Esa niña no es mía a menos que la hayas pintado.

-Por lo menos deberías tomarla en brazos o acercarte a ella, no que estabas ansioso.

- Sí estaba ansioso ¿pero cómo me siento feliz si ni siquiera se parece a mí?

-¿Cómo que no? Es idéntica a ti y es blanca porque está muy pequeña.

-¿Cómo que blanca porque esta pequeña? Si ambos somos prietos.

-Mauro, los niños nacen mas claritos y con el tiempo cogen su color, si ves bien hasta tiene rasgos de tu familia.

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⏰ Última actualización: Dec 24, 2017 ⏰

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