Introducción

142 6 0
                                    

Por dentro de las grandes pirámides egipcias y a la sombra que reflejan, existió una civilización tan antigua como los granos de arena, custodiada y morada por muchos dioses como Ra, Amón, Osiris, Isis, Horus, Anubis, Seth o Hathor.

Más sin embargo, el cruel y despiadado tiempo la consumió y desmoronó, a su inconmensurable poder y gran orgullo. Solamente dejando la sombra de sus habitantes y los restos de su pasada gloria.

En sus últimos siglos, los pocos que le restaron de existencia, quien gobernó con exigencia y una capacidad innata fue la Faraona Cleopatra, gran parte de sus decisiones y sabiduría dirigidas por mandato y ayuda de los últimos dioses que aún seguían dispuestos a dar una mano, aquellos cuyo favor fue ganado por la reina de esas tierras.

Hacia las afueras de la ciudad principal de Egipto en un pequeño pueblo cercano a
las orillas del gran Río Nilo, vivía una familia pescadora de una clase media, conformada por el padre, cuyo nombre era "Kemet"; la madre, conocida como "Aya"; y dos hermanos aún muy jóvenes bautizados por sus progenitores como Egeo, este siendo el mayor de los dos y Ramith, el menor por un corto periodo de diferencia.

Por desgracia el padre de estos dos hermanos un día cayó enfermo en cama, dolencia causada por la vejes, el constante agotamiento y sufrimiento de una vida de arduo trabajo, todo por dar el sustento a su pequeña familia que tanto amaba. Desde el primer rayo de sol hasta la oscuridad impregnada por la luz de la luna, trabajaba sin descanso. 

En el ambiente había aún alguna esperanza de poder verle recuperar su vitalidad, doctores y curanderos llegaban a dar tratamientos, rituales varios e incluso clamaban a los dioses de esas tierras, pero todos los que llegaban terminaban con una devastadora y sencilla conclusión, él perdía la luz en sus ojos por cada puesta de sol y a su vez la esperanza se apagaba con ellos, además, ningún dios acudió en su ayuda. Por ello un día mando a llamar a sus hijos. 

Aya (madre) - Niños, su padre desea verlos, los espera en su habitación, apresúrense - Aún siendo jóvenes podían notar cierta aura de desesperación en su madre, misma que trataba de ocultar pero que compartían con ella.

Una vez entrados en los aposentos de Kemet, el con sus ya débiles brazos los acerco a la cama y dijo a susurros con su cortada voz: - hijos míos, cuanto los amo, quizá es muy pronto aún para ustedes, pero no veo otra manera, pido perdón por pedirles este ultimo favor, pero es la única manera de poder recibir al más allá en paz, sé que no es hora pero necesito que sean los adultos que necesitan ser y cuiden de este hogar y de su madre, los he criado bien y son unos jóvenes maravillosos, sé que podrán si así lo creen, por favor, no permitan que a su madre le falte alimento, y esfuércense para que así sus últimos días también sean pacíficos. ¿Será posible que me cumplan este ultimo deseo? ya estoy pronto a morir, y necesito saber que podrán - se notaba como forzaba su rostro para no soltar una sola lagrima, con la fuerza que apenas residía en su cuerpo.

No había palabras para describir el dolor en el alma y en el corazón, de ver partir a un ser tan amado que los había visto crecer desde que tenían memoria, y la responsabilidad que debían empuñar a tan corta edad era abrumadora, el cuidar de su hogar y de su madre aún siendo tan jóvenes, más sin embargo, accedieron a ello con un gran gusto, para que él pudiera descansar en paz. Y así fue, y ese fue el ultimo día donde la voz de aquel hombre se escucho en esas tierras, y así daba paso a una nueva alma el la siguiente vida, dejando además, a una mujer viuda.

Al siguiente amanecer, los hermanos de apenas 12 años de edad, como prometieron y se les fue dicho, tomaron las riendas desde ese momento en adelante, para ello ofrendaron a los dioses su sangre, tomada de un corte trasado en la palma de las manos,  para que de tal manera, si los dioses en su capricho fuesen complacidos por las ofrendas carmesí, les guiaran y dieran suerte en su camino, fuerza e inteligencia, virtudes que necesitarían, no solo por ellos, sino también, por su madre. Pero ¿Qué sería de estos dos hermanos? ¿Cómo se supone que traerían siquiera un grano de trigo con sus propias manos? ¿De dónde conseguirían dinero para ser capaces de vivir tranquilamente? y ¿Cómo podrían honrar el legado de su ahora difunto padre? Preguntas que solo el tiempo trazaría, la arena escribiría, los dioses conocerían y el gran Río reflejaría en sus aguas.

EgiptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora