HERENCIA FAMILIAR.

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Mirt Lehder se encontraba a las afueras de la ciudad  LAS BRISAS.
Permanecía sentado dentro de su carro; un hermoso Doge Charger del año. A la vista se puede observar su majestuoso color rojo. Todo un sedán con máximo desempeño de potencia.
Cualquier persona que pudiera manejar ese vehículo sería digno de ser feliz (al menos por un tiempo), pero a Mirt parece no importarle.

Su mirada se fija concretamente al pequeño desierto que se encuentra fuera de la ciudad. Un lugar muy solitario. Un lugar perfecto para cometer un crimen sin que nadie se entere.
Tiene su mano izquierda puesta en la parte superior del volante, y la derecha colocada sobre su cabello, moviéndolo lentamente; hacia arriba y hacia abajo.
Quita su mano de la cabeza y con un movimiento desesperado abre la guantera, esto sin quitar su mano izquierda del volante.
De entre las cosas que hay en la guantera saca una cajetilla de cigarrillos. Ve su contendido y sé da cuenta de que sólo queda uno, un significante cigarrillo para un fumador compulsivo.

«Estaré un buen rato aquí, será mejor conservar este último cigarrillo para después », pensó Mirt.

Apretó con una gran delicadeza la cajetilla y la volvió a introducir dentro de la guantera.
Por fin quitó su mano del volante y decidió salir del coche.

Estando ya fuera, decide nuevamente ver esa completa soledad del ambiente. Una soledad que a algunos les parecería agradable, quizás a otros desesperante.
El sol está en su máximo punto.
Con una mano derecha cubriéndose la cara del sol y con la otra metida en su bolsillo izquierdo, piensa que hubiera sido mejor hacer su trabajo en un lugar un poco más refrescante.
Se queda estático por varios minutos, con su mirada viajando por los diversos montones de arena.
Levanta su cabeza un poco y mira las escasas nubes que hay arriba de él. De algo si esta muy seguro, ese lugar es terrible.

Quita su mano de la cara, y la coloca en su cintura. Sus ojos de color café dejan ver una insatisfacción, quizás por el lugar o por lo que le obligan hacer.
No sólo en sus ojos  se puede ver su desesperación, también en su mano puesta en la cintura; golpetea con sus dedos la misma.

Después de un pequeño lapso de tiempo, saca una pala que se encontraba en los asientos detrás del sédan, (la cajuela permanecía ocupada), la toma con gran fuerza, como si en realidad odiara estar ahí. Cierra de golpe la puerta, se dispone a dar un par de pasos y comienza a cavar.

El tiempo avanza lentamente, pues se dice que esto ocurre cuando se hace lo que más se odia. La temperatura está en aumento.
Su expresión lo dice todo, no fue buena idea llevar camisa de manga larga sabiendo lo que haría. Tal vez esperaba que con suerte pasara el heladero.
Con agua en la cara (no se podría decir que era sudor por exceso), con las mangas arremangadas y su pantalón de mezclilla junto con sus zapatos ensuciados de tierra terminó de cavar.

Era un pozo un poco profundo, pero suficiente para desechar la carga.
Tanto esfuerzo lo ha agotado. Arroja la pala a una considerada distancia y se tira en el suelo, le da igual ensuciarse más de lo que ya esta.
Ya sentado, piensa que sería reconfortante fumar una cajetilla de cigarros completa mientras esta tumbado en su sillón favorito viendo caricaturas.

Pasan unos cuantos minutos. Se pone de pie y se dirige a la cajuela. Su mirada refleja un profundo enojo.
Abre la cajuela con una lentitud como si quisiera hacer suspenso.

Cuando esta totalmente abierta se deja ver el cuerpo sin vida de una estudiante. Tiene marca de golpes en todo el cuerpo. Su ropa esta medianamente rota. Su cara pálida muestra una expresión asustadiza.

Mirt la mira, él no la conocía perfectamente, pero sabía que tenía dieciséis años de edad.
Sólo una niña.
Mirt saca el celular de su bolsillo, mira la hora y sé da cuenta de que casi es la una con un cuarto de la tarde. Se vuelve a introducir el celular dentro de una bolsa del pantalón.

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⏰ Última actualización: Dec 24, 2017 ⏰

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