Su abuelo aun no moría. Pero por desgracia, ya se había dado lectura al testamento. Era evidente que todo el mundo quería una parte de él. Pero afortunadamente o para su desgracia le había dejado todo a ella. No solo la riqueza de la familia estaba en sus manos, si no también todos los problemas que esta llevaba a cuestas.
Ya se lo había advertido su abuelo antes de entrar en coma.
Solo había un pequeño inconveniente para reclamar todo el oro familiar. Debía demostrar que tenía mucho más agallas que su hermana mayor. Que era más inteligente que su padre y que era mucho más dura que el resto de su peligrosa familia.
Y por supuesto debía cumplir con las dos clausulas propuestas por el abuelo. En donde decía que debía casarse en menos de un mes y tener un heredero en el primer año de matrimonio. Si no cumplía con esos dos puntos su herencia iría a manos de su horrenda familia y eso no lo podía permitir.
Pero como podría hacer aquello, si era alérgica al matrimonio, incluso la mención de la palabra "Novio" le causaba terror, pero un bebe, eso eran palabras mayores. De solo pensar en esas pequeñas cosas chillonas de cachetes rozados palidecía. No es que no les gustasen, pero le producía un terror atroz que la paralizaba. Había vivido una infancia despiadada, que la había hecho jurar firmemente, nunca fantasear en tener una familia.
Pero a pesar de todo su temor, se había jurado que su familia jamás tocaría la fortuna de loa Diamantidis. Con ello cobraría venganza, de todo lo que le habían hecho sufrir.
O eso era lo que se estaba diciendo en ese momento, con tanta furia.
El abogado de su abuelo, Kyrios Artiakos, guardaba tranquilamente los papeles del testamento en su maletín, mientras sus parientes gritaban llenos de ira.
—¡Pero yo soy su hija! ¡Su sangre!— Gritaba su tía. —Como pudo heredar esta bastarda todo lo que ha trabajado mi padre— Sin duda Alexia la aborrecía más en ese momento. —Esta es una malnacida, podrá tener la sangre Diamantidis, pero es una no nadie— La miro con ojos llameantes. —No dirás nada Marvolo, tu bastarda te ha desheredado también, tu propia hija te ha quitado lo que por derecho te corresponde—
Su padre ni siquiera la miraba, el como todos los presentes, estaba sumamente enojado. Su abuelo era un rufián, un desalmado con el corazón frio, que les había hecho una jugarreta a sus dos únicos hijos.
La había nombrado a ella, la bastarda, la antigua gorda, la malnacida, la odiada, en la dueña absoluta de todo el Imperio Diamantidis.
—Padre aun no muere, seguro se recuperara, entonces entrara en cordura y hará las cosas correctas, heredar a sus hijos. A los que por derecho les corresponde todo esto— incluso diciendo eso, la ignoraba.
Aun no la reconocía, simplemente no la quería.
Ahora de grande lo entendía, las muchas veces que la maltrataron sus primos y su padre que veía todo, nunca la defendió. Ella estaba en esa casa, solo porque el abuelo había obligado a su padre a traerla. Si no jamás hubiese salido de la pobreza en la que vivió feliz.
—¡Es increíble que hallas hecho esto a tu padre y a mi madre!— Grito su prima Liona, una modelo de pasarela, que vivía para criticar a los demás. Pero a quien le importaba aquello, era más importante la condición de su cuerpo que lo llevaba en su cabeza—ellos merecen más esto que tú, deberías arder en el infierno en estos momentos por manipuladora— le grito la rubia.
—Tranquila hermana, ella aun no hereda nada formalmente, no has escuchado a Kyrios, debe cumplir con esas cláusulas— dijo el hermano con su mirada fija en Calíope. Esos ojos azules solo la veían con odio y amargura. Teo no era más que un vividor, que se creía un dios intocable, que gastaba con los ojos cerrados.

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La Propuesta
ChickLitAlexander había hecho de todo como magnate millonario, nada lo sorprendía ni lo asustaba. Pero ¿casarse?, eso ni siquiera pasaba por su mente, estaba más que feliz con su vida tal y como estaba. Pero cuál fue su sorpresa al ver nada más ni nada me...