Prólogo

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Cuando estoy en el baño, el día que di mi primer beso, justo al momento de nacer, en la escuela, mientras me duchaba, cuando iba por la calle, era realmente exasperante, pues, en cada momento y lugar, ahí están ellos.

Los hay en diferentes edades, colores y tamaños. Ellos son pasivos, no molestan a nadie a no ser que los provoques. Es entretenido mirar a quienes saben que los puedo ver, porque me hacen caras raras y morisquetas. A menudo me recuerdan que están ahí para que no busque en mi nariz; si algo odian es cuando, en nuestros momentos de ocio, nos sacamos los mocos.

En general se ven translúcidos, nunca he podido tocar a uno. Los que habitan en mi casa son buenas personas, digo, buenos fantasmas. Está la tía Rosa y la tía Margarita, se la pasan preguntándome "¿para cuándo el novio?". Tal vez temen que muera soltera como ellas. También en mi dormitorio habita Luis, o el "Luchito". Es un vago, pero es un buen chico.

Como hasta los 5 años los veía como entidades de luz y no podía distinguir si tenían rostros o no. La primera vez que me di cuenta de que solo yo los veía, me encontraba sentada en la consulta de un psiquiatra. Mi madre lloraba mientras yo miraba fijamente por la ventana a una mujer que veía colgada de un árbol mientras me hacía la señal de paz. La apunté con mi inocencia de solo tener 7 años y le dije: "Mira, mami". Ella solo me miró indignada y continuó con su llanto.

La tía Margarita una vez me dijo: "El día que puedas tocar a uno de nosotros, tu don se habrá transformado en tu maldición", y me temo que ese día ha llegado.

La calidez de su mano, la rigidez de su rostro, lo elegante de su vestir... caí en su trampa y esto ya no tiene vuelta. 

LapeyümDonde viven las historias. Descúbrelo ahora