Nota: no olvides reproducir el audio.
Al cruzar una gigantesca puerta las voces quedaron por debajo de la música que, aunque tenue, ambientaba muy bien el lugar. Música instrumental, renacentista. Oro, plata y joyas regocijaban la vista. Había mesas sin alimentos, sólo bebidas, bebidas color carmesí servidas en copas de diamante.
El salón principal era tres veces más grande que el de bienvenida y se reunían tres veces más personas que antes, aglomerándose en el centro como si observasen algo. Kein se acercó con curiosidad, pero al ver lo que era quedó aterrado, no supo qué hacer. Ahí, en una fosa profunda, había gente... personas clamando por su vida.
Su corazón comenzó a palpitar de prisa. ¿Esta era la celebración de la que hablaba su madre? Ni siquiera era difícil imaginar para qué tenían a estas personas aquí. No... no se sentía preparado para esto. Ahora lo sabía, pero era demasiado tarde.
Se alejó con nerviosismo, pero al retroceder se topó con su madre. Se giró para verla a los ojos. Ella sonreía. ¿Cómo podía sonreír en una situación así?
—¿Qué pasa, hijo? No te asustes —dijo ella—. Es normal tener miedo, jamás habías visto algo como esto, pero no debes sentirte mal. —Lo sostuvo por ambos hombros y lo observó con ternura maternal—. Esto es lo que eres, Kein, eres un vampiro. Y esta gente es escoria humana, nadie lamentará su muerte.
El muchacho estaba temblando, pero no de miedo. Era un gran sentimiento de estupidez creciendo en su interior. La figura de una madre se desmoronaba para él, despacio, con cada palabra. Lo que su padre decía era verdad, estos seres eran monstruos... y él era uno de ellos. ¡No! ¡No quería ser uno de ellos! Aún estaba a tiempo, ¿no?
—Ma... madre, lo siento, pero quiero irme —dijo Kein, tratando de sonar seguro de sí mismo.
La mujer torció los labios.
—Kein... no puedes hacer eso. La ceremonia ya ha iniciado, pronto tendrás tu primer festín y eso te hará cambiar de opinión, sé fuerte.
—Es que yo... no quiero hacerlo, de verdad —dijo Kein, apretando un puño con fuerza.
El ceño de su madre se tensó. Lo miraba con severidad. Kein no sabía qué era lo que ella estaba pensando, o qué respondería ante su petición, pero no tuvo tiempo a recibir la réplica, pues una voz resonó por todo el lugar. Una voz fuerte e imponente.
«Hijos míos... que inicie el festín».
Giró su vista en todas direcciones, buscando el origen de aquellas palabras, pero no lo encontró. Habían resonado por todo el salón... en todas partes.
Un escalofrío le recorrió cuando todos estallaron en vítores y la música se tornó tétrica y agitada. La entrada a la fosa se abrió y varios muchachos de su edad comenzaron a saltar al interior. Los gritos de los desafortunados humanos se intensificaron desde lo profundo, en la oscuridad.
—Vamos Kein, tienes que hacerlo —dijo su madre, devolviéndolo a la realidad, empujándolo hacia delante.
—¡Pero yo no...!
Fue muy tarde. La fuerza de la mujer era aterradora, no pudo resistirse. Cuando entró en contacto con la multitud que se aglomeraba alrededor de la fosa, fue absorbido como si lo llevase la marea. Los vampiros tenían una fuerza descomunal, se sentía indefenso, incapaz de rehusarse. Lo llevaron hasta el filo del precipicio y lo arrojaron al interior.
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El Supremo
VampireKein, un joven de 24 años, ha sido invitado a presenciar una celebración tradicional. Lo único que desea es saciar su curiosidad y descubrir cuál es su lugar en este mundo, pero no se imagina las cosas que encontrará ahí. Bajo tierra, en territorio...