5. Destello

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Las puertas del salón de bienvenida se abrieron, dejando entrar a todos los vampiros que perseguían a Kein, pero ellos también pararon en medio segundo al ver al anfitrión de la fiesta obstruyendo el paso al muchacho que huía

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Las puertas del salón de bienvenida se abrieron, dejando entrar a todos los vampiros que perseguían a Kein, pero ellos también pararon en medio segundo al ver al anfitrión de la fiesta obstruyendo el paso al muchacho que huía. La atmósfera estaba tensa. La bruma púrpura se condensaba frente a él. La ropa en las perchas ondeaba por la poderosa presencia energética que inundaba el lugar. El Supremo, Kalro, el vampiro más antiguo... un kiniano con más de cuatro mil años de vida yacía de pie, frente a él.

Estaba agitado. ¿En qué estaba pensando? ¿Escapar de un recinto lleno de vampiros, con uno de los kinianos más poderosos del mundo presente? Había sido una locura.

—¡Mi señora, por favor no...!

—¡Silencio, mujer!

Ocurrió en cuestión de segundos. La voz suplicante de la madre de Kein, silenciada por la de Kalro al arrojarla —con un simple movimiento de mano— contra un muro de oro. La mujer golpeó tan fuerte contra este, que el sonido de sus huesos impactando contra el metal resonó por varios segundos después de que cayese al suelo, inmóvil.

Kein observó la escena, estupefacto, pero ni él o el resto de vampiros dijeron algo. Todos estaban petrificados por tener a uno de los 'primeros' delante.

—¿Se puede saber a dónde vas, jovencito? —preguntó el vampiro supremo, con delicadeza.

No respondió. El silencio era casi absoluto, únicamente roto por los sollozos de la mujer en brazos de Kein, quien la liberó por la impresión de todo lo que ocurría. Ella se sintió insegura por un momento, pero al ver que nadie más se movía, corrió en dirección a la salida.

Era como un ratón moviéndose entre gatos paralizados. Pasó junto al Supremo, sin siquiera voltearlo a ver, y alcanzó la puerta de salida. La abrió. Kalro extendió una mano, apuntó hacia ella. De pronto, su cuerpo estalló al completo dejando una nube roja que se dispersó casi al instante como una suave brisa.

Kein cerró los ojos como si le hubiese dolido la aterradora escena. Kalro se dirigió a él.

—Has interrumpido una celebración sagrada y me hiciste matar a una de mis hermosas presas.

El vampiro hablaba con la decepción implícita en cada palabra.

—Yo no quiero... no quiero ser parte de esto —alcanzó a murmurar Kein.

Kalro arqueó una ceja y se movió, en un parpadeo, hasta estar frente a él. Levantó una mano y lo sostuvo por la barbilla, alzando su rostro para que lo mirase, o mejor dicho... la mirase. Al contrario de lo que se pensaría, esta mujer no era vieja. Su rostro era joven y bien parecido, de unos treinta o treinta y cinco años. Vestía un traje negro, formal, de la época actual con adornos antiguos.

—¿No quieres ser parte de qué, joven? —dijo ella—. ¿Un vampiro? Lo eres. Y fuiste invitado a esta celebración, el año 2717 del levantamiento de este palacio por nuestra victoria sobre 'Los Primeros'... la posesión del Gran Cristal.

»¿Crees que ha sido fácil mantener nuestro imperio, joven? ¿Crees que es fácil vivir a la sombra de otros kinianos? ¡Somos la escoria! —El Supremo levantó a Kein por los aires—. ¿Te sientes más que la escoria?

Kein estaba temblando de miedo. No sabía qué decir. Esta mujer, este vampiro... era imponente.

—Me decepcionas, joven —dijo el Supremo—, no eres digno de llevar nuestro nombre.

Y entonces Kein lo supo. En ese momento, al ver a los ojos a esa bella, pero aterradora mujer, supo que su vida había terminado.

Fue tan solo un instante, un destello, un segundo, pero lo suficiente para ver en perspectiva los errores que había cometido. Su curiosidad lo había llevado a la muerte. Jamás debió haber venido a este sitio, no era para él... debería haberse quedado en casa, en su bello México, con su padre y hermano, viviendo en las sombras.

Esta gente era escoria, tal y como Kalro decía. Lo peor era que estaban conformes con ello, lo aceptaban y les gustaba. Ni siquiera se sentía mal por su madre que, a pesar de que lo amaba, jamás llegó a comprender lo que de verdad deseaba: vivir sabiendo que, ser vampiro, no tenía por qué ser algo malo.

 Ni siquiera se sentía mal por su madre que, a pesar de que lo amaba, jamás llegó a comprender lo que de verdad deseaba: vivir sabiendo que, ser vampiro, no tenía por qué ser algo malo

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