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Abro la puerta de la tienda de nuestra familia de un empujón. Mamá siempre ha querido abrir un salón de belleza pero la competencia es increíble en la ciudad y, aún más, en la calle principal. Papá ha tenido suerte con la joyería. Lleva aquí desde el fin de Los Dias Oscuros y con los años se ha labrado una prestigiosa reputación. 

-Menos mal que estás aquí -suspira mi madre, mientras suelta el collar de rubíes con el que estaba jugando nerviosamente antes de que yo llegara-. Papá te espera en la oficina -me explica.

Asiento mientras paso detrás de los mostradores dorados y acristalados que exponen las numerosas joyas. Empujo la puerta que se mimética a la perfección con los paneles verde esmeralda de las paredes y desaparezco en el interior de la oficina y almacén secreto de papá. 

-¡Oh, por fin estás aquí! -exclama mi padre, mientras se retira de una de las lupas con luz. 

-Sí, pero no tengo mucho tiempo -le advierto mientras me acerco a su escritorio y me inclino un poco sobre él para ver todos los instrumentos que utiliza para colocar los pequeños diamantes en un brazalete ancho-. Es muy bonito -comento. 

-Gracias -dice mientras se levanta de su asiento y toma algo de una de las estanterías doradas de metal-. Necesito que te pruebes estas piezas rápidamente para ver cómo quedan. 

Le extiendo mi brazo y él coloca una pulsera de diamantes incrustados en el centro de unas flores de oro. La observa y estudia con atención mientras muevo la mano para que las luces se reflejen en las piedras preciosas. Mi padre suspira. 

-Siempre he dicho que el diamante no es tu piedra, querida -señala mi padre mientras me la quita-. El verde va mejor contigo. La esmeralda siempre queda mejor con tu tono de piel. 

-Pero... la esmeralda es más barata -señalo con molestia. 

-Mejor llevar una esmeralda y lucirla, que un diamante desperdiciado -apunta con solemnidad-. Ven a ver lo que estoy diseñando. 

Al otro lado de la puerta de la oficina se escucha la campanilla de la puerta. Me acerco a la mesa de diseño de joyas donde mi padre se pasa horas y horas pintando las joyas que va a crear o las piedras que va a tallar para el Capitolio. 

-Una clienta del Capitolio nos ha encargado una joya para la cabeza, Aglaea -dice mi padre con verdadera emoción-. Es muy original, ¿verdad? ¿Quién sabe hasta dónde puede llevarnos esta nueva moda? 

Lo observo durante unos segundos y me pregunto si dentro de unos años me convertiré en alguien como mi padre. Alguien que se emociona al pensar que puede crear algo para decorar la cabeza de alguien y que eso moverá masas. Bueno, tal vez él no moverá masas pero seguro que está pensando en las ganancias. 

-La clienta es mucho más pálida que tú, según tengo entendido -comenta mientras mueve el dibujo por la mesa-. Es una pena porque seguro que los diamantes le quedan estupendamente aunque he decidido no usarlos porque si es rubia... no destacarán sobre su pelo. 

-Papá -lo corto con delicadeza-. En serio, tengo que irme de verdad. 

-Oh, sí, es verdad -dice mi padre, antes de hacerse a un lado para dejarme marchar-. No olvides que está noche celebramos el cumpleaños de la abuela. 

-Estaré allí -aseguro mientras le doy un rápido beso en la mejilla, sin llegar a tocarle la cara. 

-Saluda a Augustus de nuestra parte -dice antes de dejarme marchar. 

Cierro los ojos antes de abrir la puerta. Deseando que la clienta se haya marchado y que no haya odio el nombre de Augustus. 

-¿Y la clienta? -pregunto al salir y encontrar a mi madre en la caja. 

-Sólo ha venido a recoger un pedido -responde mi madre. Ella mira el reloj de pie y se sobresalta-. Tengo que ir a recoger a tu abuela al salón de belleza. 

Acompaño a mi madre hasta el salón de belleza porque me cae de camino. Noto perfectamente en la cara lo poco que le gusta que la abuela vaya a un salón de belleza y que este no sea el suyo. Si papá tiene razón y las joyas en la cabeza se convierten en una nueva moda... seguro que podrá montar su negocio el año que viene. 

Me subo en el tranvia que recorre periódicamente nuestra ciudad y me agarro a la barandilla de metal sin querer sentarme en ninguno de los pocos asientos libres que hay a mi alrededor. Al fondo del tranvía observo a unas chicas que parlotean en voz alta y no dejan de soltar carcajadas. Llevan uno de los uniformes de las fabricas donde trabajan las pieles. Por eso llevan unos monos de trabajos y el pelo recogido en la cabeza y unos pañuelos que no son de seda. Casi nunca se las ve vestidas con los uniformes. Tienen vestuarios en las fabricas para cambiarse pero no todos los trabajadores quieren hacerlo porque sienten que no deben ocultar a lo que se dedican. Estoy a favor del orgullo pero no del mal gusto. Sus uniformes corrompen la atmósfera general de nuestra ciudad. De todas formas, llego a mi parada y pierdo a las felices chicas de vista. 

La Aldea de los Vencedores se alza ante mí tan esplendorosa como siempre. Este es el lugar al que vienes a parar si resultas ser nuestro orgulloso vencedor en Los Juegos del Hambre. Sus doce casas construidas de forma impecable y, más de una de ellas, ocupada. Las pequeñas mansiones no invitan realmente a que golpees su puerta pues la sensación es más bien de peligro. No golpees la puerta de la casa de un vencedor si no lo conoces o no es cuestión de vida o muerte. La esplendorosa fuente de gloria que nos recuerda que debemos estar orgullosos de quienes viven aquí me saluda mientras camino por la larga calle, rodeada de arbustos en flor y árboles bien recortados. 

Golpeo con los nudillos la puerta de la casa de Augustus y espero frente a ella. 



*AGLAEA: significa "esplendor, brillante y la que brilla"*

*PARA MI EL DISTRITO 1 SERÍA ALGO UN POCO PARECIDO A PARIS, ¿VALE?* 

72º Juegos del HambreWhere stories live. Discover now