▶ Sonreír no es difícil ◀

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No quise observar a Jack Da Silva otra vez. Sus palabras habían dejado un eco estridente en mi mente.

"Tal vez no me conozcas, Crista. Pero te aseguro que yo a ti, sí".

Fruncí el ceño cuando Jack se apartó lejos del sillón, liberando mi muñeca de su agarre. De pronto pensé que iba a sonreír en plan "he ganado", pero no planteó amago alguno de querer hacerlo genuinamente. Me molestaba la osadía que tenía ese Detective, y de seguro yo no me dejaría pasar por arriba.
No ahora.

El año pasado había aprendido muchas cosas, sufriendo, sí, pero aprendí igual. La cosa más importante trató de explicármela Lara Jury: no mostrar debilidad. Nunca hay que mostrar miedo frente al león, como dice el dicho, de esos latosos que repite siempre mi padre cuando me enfurruño con algo.
Y Jackintosh no se veía muy "leonzuelo" que digamos, pero el mensaje estaba más claro que el agua.

—¿Hace cuánto tiempo me conoces? —mascullé.

Jack Da Silva no cambió su semblante inexpresivo, y eso fue lo que movió algo en mi interior. Conocía muy bien ese sentimiento. La última vez que la sensación cruzó mi organismo, había ocurrido cuando conocí a Ian Vay... y a Bélica, y a otros inútiles que formaron parte de mi vida.
Pero ese sentimiento era algo parecido al odio. No; no el odio justificado y medido, sino ese odio que no tienes ni la más remota idea de dónde rayos es que surge, pero que de alguna manera cósmica, ahí está.

A lo largo de mis diecisiete años, desarrollé una especie de radar detector-de-personas-que-no-valen-la-pena.
Si una persona desconocida pasaba caminando frente a mí, ya empezaba a odiarla sin siquiera conocerla. Nada más ver su cara, podía identificar qué tipo de persona podría llegar a ser.
Así como Norman posee un radar interno que detectaba sospechosos, el mío localiza personas odiosas.
Eso explicaría el por qué de mi falta de amigos, y mi abundancia de buenos enemigos, pero no ansiaba darle tantas vueltas al mismo asunto.
Y Jack Da Silva no me correspondía ignorarlo o mandarlo a paseo, como haría yo normalmente. Sería mi nuevo compañero de dúo, y por más que pataleara o le rogara a Lime y a Keith (pareja de líderes muy conveniente) que lo cambiaran por otro Detective más alegre —de ser posible, amén— no podía negar el compromiso. El Caso tenía que resolverse, con o sin Norman.

"Ser Agente no te da la chance automática de poder elegir con quién te toca trabajar, Cris" —la voz de Lime, dulce y firme como ella sola, se escuchó dentro de mi cabeza— "Hoy puede ser Norman, y eso estaría de maravilla, pero otro día puede ser que tengas que trabajar con un chico o una chica que no te agrade tanto. Por eso, tienes que adaptarte."

—Te conozco porque sí —Jack movía los labios mientras caminaba de forma robótica, perfecta, bien calculada. Su voz era sólida, estaba segura de que jamás flaquearía su inquietante tono medio—. No pienso contarte nada, Flame.

—No sé para qué me necesitas —repliqué nuevamente. Pronto quería irme a caminar por los pasillos del edificio en busca de una hamburguesa, o en busca de mi mejor amiga. Necesitaba saber noticias de Lime y Lease... Y Norman.

"Tan inteligente es, puede resolver este Caso él solito".

—Eres una pieza fundamental de mi plan.

Enarqué una ceja. Tuve insólitas ansias de reír, por no decir "llorar".
Jack se veía estupendo con su vaquero y la sudadera negra. Sus dedos esqueléticos se encontraban guardados en los bolsillos de esta última. 
En vez de girar sobre sus talones y continuar deambulando por la habitación como un lobo hambriento, invirtió su monótona energía en dirigirse hasta una estantería cercana a la puerta, y de allí sacar una bolsa de cartón bien plegada por arriba. Contenía bizcochos, o algo así me pareció comprender cuando el chico pasó como un zombi cerca de mí.
Da Silva colocó el contenido de la bolsa convenientemente en un plato sobre el escritorio, y me ofreció un bizcocho relleno de crema de vainilla, casualidad: mi preferido de siempre. Con una sonrisa a medio formar denegué el ofrecimiento y Jack se encogió de hombros, dando un mordisco directo en la crema.
No tardé en notar que aquella bolsa y aquellos bizcochos pertenecían a la misma cafetería en la que yo trabajaba. ¿Por qué alguien tan extraño como Jack me convidaría con algo tan dulce?
Encima, venían de mi cafetería, la única llamada así. Imposible no reconocer la tipografía de esa bolsa. 
Mamá solía enviar mi almuerzo en una de esas mismas bolsas de cartón cuando mis hermanos y yo pasábamos las mañanas en la escuela, y era todo tan normal...
Ya nada podía ser normal. Pensé en todas las veces que la vida da giros inesperados, como una ruleta rusa, como cualquier ruleta. La ruleta rusa es la de la muerte, y justo la bala impactó en una persona; me permití recordar el rostro apenado de Lease, cuando me relató el hallazgo del cadáver de Mara Chartenner.

Sincronizados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora