CAPÍTULO 1
Y allí estaba, Bella. Aunque ella no creía que el nombre hiciera referencia a su físico, otros no decían los mismo. De cabello rubio platino -natural, he de concretar-, con unos ojos hermosos, de un gris claro que hacía que te replantearas mas de una vez si eran blancos o grises realmente. No hablaremos de su cuerpo, al menos no en este capítulo. Cada cuál tiene su propia opinión sobre la belleza, pero a cualquier persona que le preguntases, esta te respondería que Bella le parecía hermosísima. En este capítulo sin embargo hablaremos de ese inicio, de como comienza la historia realmente. Su historia.
Una tarde de invierno en una cafetería. Un café y un buen libro. La tarde perfecta para Bella. Llueve fuera del establecimiento y se entretiene mirando a la gente correr, huyendo de la lluvia e intentando no mojarse. Se encontraba en su cafetería favorita. Una cafetería grande, llena de cristaleras que llegaban hasta el techo, mesas y sillas desgastadas para dar un aire anticuado, cuando realmente era una de las cafeterías mas modernas de la ciudad, incluso podría parecer un Starbucks "vintage", pero era tan solo la cafetería de un buen amigo de su padre.
Sentada en su sitio favorito, una mesa alejada de la civilización que disfrutaba de una alegre charla con sus amigos, y cerca de la ventana para poder observar del resto de la gente viviendo sus vidas, Bella disfrutaba de un buen libro y un café con leche. A menudo levantaba la vista de su lectura para ver a la gente que la rodeaba. Solía imaginarse la vida de estas, sus nombres, su trabajo, el motivo por el que estarían allí y un largo etcétera con miles de detalles sobre sus vidas personales. Todo contado a la perfección. Narrado en su mente como si fuera parte de algún libro. Ella misma se consideraba una persona muy rara, incluso a veces se molestaba con ella misma por su carácter. Es cierto que era algo borde, pero es algo que no puede cambiar. Y aunque mil veces la gente le decía lo guapa y especial que era, ella seguía sin quererse a sí misma.
Volvamos a ese momento en la cafetería. Sumergida en su libro, Bella no prestaba atención a nada de lo que la rodeaba. Vestía en ese momento un simple jersey de cuello alto beige, una falda negra y unas medias del mismo color, unas botas marrones oscuras y sus gafas favoritas. La gente podría decir que las colecciona, pero es lo único que le gustaba ir a comprar. En cuanto al pelo, un simple moño bajo con algunos mechones sueltos.
Desde que empezó a leer el capítulo no había notado toda la gente que había entrado en el local y mucho menos la que había salido del mismo. Tan solo tenía ojos para su universo de palabras. Al dar por finalizado el capítulo, levantó la mirada para ser consciente de los cambios ocurridos en su "ausencia". Solo tuvo tiempo para ver a una nueva persona, una chica joven que estaba sentada en una mesa cercana a ella y que tenía consigo un carrito de bebé. Su cara aparentaba que se llamaba Anna. Su apariencia física y el bebé que llevaba la hicieron pensar en su historia. Una chica joven que se quedó embarazada por accidente y el padre huyó despavorido al saber la noticia que lo encadenaría a "una vida de adulto" para siempre. Probablemente tuvo que cuidar al pequeño sola, al tener unos padres extremadamente estrictos que no lo aceptaron.
Su descripción cesó al escuchar la puerta. Giró su mirada seguida por la campanita que indicaba que un nuevo cliente entraba.
Y lo que vio no le desagradó nada. Un chico, mas o menos de su edad. Bastante guapo físicamente, con un pelo castaño que le caía empapado sobre la frente, una barba perfectamente afeitada y unos ojos verdes intensos que la atraparon durante unos segundos. Era raro que le pareciese guapo un chico de su edad, pero este era diferente a todos. No era el típico chico de pantalones ajustados, camiseta miles de tallas mas grandes y un tupé con el cuál se habrían gastado cientos de botes de laca. Él en cambio llevaba unos pantalones tejanos anchos, unas botas marrones y un jersey verde, a conjunto con sus ojos. Por primera vez en su vida, Bella no había podido imaginarse una vida imaginaria para este personaje. Al menos, no una lo suficientemente buena. Por su mente pasaban miles de ideas sobre qué hacía allí, de dónde era, o cuál era su nombre. Esto último le llamó especialmente la atención, pues lo que más solía hacer era ponerle un nombre a la gente que se encontraba, un nombre que le pareciese adecuado según su apariencia y la historia paralela que se había inventado. Casi sin darse cuenta, Bella llevaba ya más de 15 minutos observando a este nuevo cliente que no había visto en su vida. Era extraño, pues no solo no conseguía encontrar una historia que le pareciese adecuada para él, tenía también la sensación de que lo había visto en algún otro sitio, un sentimiento de familiaridad que no comprendía, pues estaba segura de no conocer a ese hombre de nada. Lo miró de arriba a abajo, sin ninguna intención de ser ofensiva. Tan solo para ver qué era aquello que le parecía tan familiar, tan cercano. Se fijó en absolutamente todos los detalles. Llevaba el pelo castaño rizado hecho una maraña de rulos pequeñitos a causa de la lluvia. Un mechón de pelo le caía empapado sobre la frente, soltando pequeñas gotitas de agua que le caían en la nariz. Sus ojos eran pequeños, con unas largas pestañas oscuras y unas pupilas verdes que hipnotizaban. Llevaba algo de barba, no demasiado, lo justo para darle un aire informal pero no dejado. Su vestimenta era sencilla, nada que ver con los chavales que solían entrar a la cafetería. Este llevaba un jersey verde botella, que destacaba el color de sus ojos. Se había sentado en una mesa relativamente cerca a la suya, por lo que los detalles en los que solía fijarse normalmente los apreciaba mucho mejor. Había pedido un café solo y en el preciso instante en el que se disponía a llevarse la taza a los labios, la miró. Fue tan solo un instante en el que sus miradas se encontraron y Bella pudo observar detenidamente sus bonitos ojos. Pero aquel instante duró tan solo eso, un instante. Fue tan breve como cursi, y Bella giró rápidamente la mirada, sonrojada. El resto de la tarde se quedó intentando concentrase en su libro, pero no lo consiguió. Su mirada estaba fija en la misma página desde hacía ya horas, pero cada vez que intentaba leer aunque fuese tan solo una frase, su mente divagaba a aquel momento, ese preciso momento en el que sus miradas se encontraron por primera vez. Y aunque se había prohibido a ella misma volver a mirarlo, pues había pasado mucha vergüenza, sus ojos se movían por su cuenta para echar una mirada a aquel chico que tanto la intrigaba. Y cuál fue su sorpresa al darse cuenta de que él también la miraba a ella. Era uno de esos momentos en los que Bella se odiaba sin ninguna razón aparente. ¿Por qué actuaba de esa manera? Era tan solo un chico que había decidido ir a tomarse un café, y se había encontrado a una loca que no paraba de observarle y seguir con la mirada todos los movimientos que realizaba. Pero era extraño, porque a lo largo de su vida miles de personas la habían pillado observándoles en ese proceso en el que ella se inventa una vida imaginaria para cada uno de ellos, pero nunca se había sentido de este modo. Se figuraba que sería porque era de su edad, y es que parecía una tontería pero siempre le había costado mucho acercarse a gente joven. Le parecía mucho mas fácil acercarse a los ancianos o adultos, ya que podía hablar con ellos de música, libros o simplemente podía relajarse escuchando las "batallitas" que las personas mayores le contaban sobre su juventud. O tal vez fuese por ese nerviosismo que le había poseído cuando no había podido imaginarse una historia para él, ya que estaba oscureciéndose y seguía sin poder pensar en ningún aspecto imaginario que le fuese bien. Y así siguió el resto de la tarde, una continua guerra de miradas que ninguno de los dos eran conscientes que estaban realizando. Entonces Bella miró el reloj. Era ya tarde, y aunque llevaba ya un rato convenciéndose a sí misma de que saldría cuando dejase de llover, no parecía que fuese a hacerlo nunca y su café se había quedado ya frio. Así que, pese a que se hubiese quedado todo el día mirando a aquel desconocido, se levantó, se puso su abrigo marrón, guardó su libro en la bolsa de tela que tenía bordado "PARÍS" y que le había traído su tía de allí, y salió por la puerta acompañada de su paraguas. El trayecto de la cafetería se le hizo muy corto, pese a que su casa se encontraba bastante lejos del local. Probablemente se debiese a que durante todo el camino estuvo pensando una historia adecuada para aquel nuevo individuo. Y aunque todo su esfuerzo había sido en vano, al menos había conseguido que el camino de vuelta a casa fuese mucho mas ameno. Y por fin llegó a su casa. Como de costumbre, una pequeña notita se encontraba en el aparador de la entrada, indicándole que había salido y que no lo esperase despierta. Con cariño, Papá. No le sorprendía, pues antes incluso de llegar había supuesto que se iba a encontrar la casa completamente sola, por lo que no se preocupó de la hora de llegada. Se quitó sus empapados zapatos y su pesado abrigo, dejó el paraguas en la entrada y arrugó en una bolita la nota, tirándola a la papelera. No tenía demasiada hambre, pero se preparó un pequeño bol de sopa con estrellitas que encontró en la nevera y subió a su habitación, preparada para sentir la no tan entusiasmada bienvenida de su gato, Mantequilla. Su habitación estaba completamente a oscuras, pero Bella se sentía como en su hábitat natural en la oscuridad de la noche, así que tan solo encendió una pequeña lamparita de sal que tenía en su mesita de noche y las guirnaldas de luces que colgaban sobre el cabecero de su cama. Ambas cosas juntas no daban demasiada luz, pero sí la justa para ver dónde te sentabas y qué tenías en las manos. Bella abrió su portátil y se dispuso a revisar sus redes sociales. Nada nuevo, la verdad es que cada vez le gustaba menos todo el mundo de Internet. Todo el mundo hacía exactamente lo mismo, vestía exactamente igual y tenía la misma opinión sobre un mismo tema. Y si alguien tenía una opinión distinta, era la oportunidad perfecta para humillarle. La sociedad se había convertido en una verdadera mierda, pero Bella se limitaba a quejarse interiormente y guardarse sus opiniones, pues si algo disfrutaba de su vida en Internet, era lo invisible que parecía. Aunque a veces, no se las guardaba tan interiormente. Desde hace ya casi dos años tenía un blog. No la seguía demasiada gente, pero a ella le apasionaba escribir sobre mil cosas y sobre nada a la vez. Tenía secciones en las que contaba diferentes cosas, en una daba su opinión sobre algún tema polémico, en otra narraba por escrito alguna de las historias que había ideado para algún desconocido y había encontrado lo suficientemente buena como para compartirla con alguien más, y en otras simplemente se desahogaba, contando de una forma anónima que le había sucedido y cómo se sentía. Contar las cosas a alguien y a la vez a nadie, ya que normalmente nadie respondía a sus publicaciones en el blog, era algo que la relajaba muchísimo. Y desde luego, lo ocurrido ese día iba a contarlo. Inmersa en su sopa, su blog y su gato, Bella se pasó horas y horas narrando lo ocurrido ese día con el extraño que tanto la intriga. Llevaba tanto tiempo escribiendo, que ni siquiera se había percatado de que era más de media noche. Tan tarde se había hecho cuando terminó de escribir la nueva entrada en el blog, que su padre había llegado. Escuchaba atentamente el sonido de la puerta al abrirse y cerrarse, el sonido de unos pies arrastrándose, y las pisadas lentas y contundentes que le indicaban lo que ya sabía. Su padre venía borracho. Era algo a lo que ya se había acostumbrado, y es que desde que su madre murió, su padre no había sido el mismo. La tristeza, los remordimientos y la melancolía se lo comían por dentro, y no había nada que él pudiese hacer. Héctor, su padre, nunca había sido un borracho, y Bella dudaba que ahora bebiese por gusto. Pero sabía perfectamente lo que su padre hacía al llegar la noche. Salía de casa para evitar pensar, para evitar que los recuerdos volviesen, para no acostarse en esa cama vacía a intentar dormir, sin éxito. Se dirigía al cementerio, y antes de llegar, parado frente a las puertas, se arrepentía y se dirigía a algún bar cercano, para desahogarse contándole sus penas a su buen amigo Frank, dueño del bar, o a Daisy, la mujer con la que había intentado re-hacer su vida en vano. La verdad es que a Bella le caía bastante bien esta. Daisy había estado enamorada de su padre toda su vida, desde que eran tan solo unos críos, pero Héctor había conocido a Michelle y se había quedado perdidamente enamorado de ella. Y aunque no se consideraban pareja, Daisy hacía todo lo posible por hacer que su padre se sintiese mejor y por intentar formar una nueva vida juntos. Pero tanto Daisy como Bella sabían que ese futuro feliz estaba todavía muy lejos. Su padre subió lentamente las escaleras y tocó suavemente la puerta de la habitación de su hija con los nudillos. La abrió tan solo un poco, lo justo para asomar la nariz y desearle unas buenas noches. Aquel día, a Bella lo que menos le importaba era que llegase su padre borracho como de costumbre, o que tuviese que pasar sola todo el día otra vez, Bella tan solo podía pensar en que llegase mañana para volver a la cafetería, con la esperanza de volver a encontrase a ese desconocido sujeto que tanto la intrigaba.
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No me llamo Jack
Teen FictionUna historia que no puede pensar. Un nombre que no se puede imaginar. Un chico que entra en su cafetería de siempre, rompe su rutina y entra en su corazón. Cambia su mente, sus sentimientos, su forma de pensar y de ver la vida. Y... ¿miedo?