Tres: Elecciones erróneas.

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Ya habían pasado tres días. Isabella se había acostumbrado un poco al ambiente. Este hombre había cubrido sus necesidades básicas solo para mantenerla sana, pues según lo que ella creía, solo la quería como objeto de extorsión para Nikki; no quería matarla. Lo que se le hacía extraño a ella era porqué en esos tres días -que era más que suficiente para que su prometido pagara la deuda si realmente la amaba- no había escuchado a su secuestrador hablando con alguien más por teléfono. Tal vez lo hacía fuera de esa habitación, pero ella tenía intriga, quería saber con quien hablaba, podría ser una amenaza para ella.

El sonido de la puerta la sacó de sus pensamientos. Ella no reaccionó de la misma manera que lo hizo el primer día que se encontró allí, o el segundo incluso; su paranoia había disminuido. Sólo dirigió la mirada a donde provino el sonido con la guardia totalmente baja. Sin embargo, volvió a sobresaltar cuando escuchó la voz furiosa y alterada del hombre que la tenía en cautiverio.

— ¡¿Cuánto tiempo debo esperar una maldita llamada tuya?! ¡¿Acaso no crees que es enserio que no te devolveré a tu chica?! ¡Puedo matarla y no me importa, sabes que soy así! —se le escuchaba furioso mientras retiraba la venda que cubría la boca de la chica. Ella se asustó demasiado.

— ¡¿Es esto lo que quieres oír?! —el hombre tomó un arma que por su sonido se podía saber perfectamente que era una nueve milímetros. Disparó sin piedad varias veces alrededor de la silla de su víctima, completamente furioso.— ¡Voy a matarla, Nikki!

Isabella soltó un jadeo de miedo y varios gritos cortos en señal de pánico mientras escuchaba los tiros pasar muy cerca de su cuerpo, totalmente aterrorizada. Temía demasiado por su vida, y por el sonido de las balas no podía distinguir bien lo que decía su prometido del otro lado del teléfono.

— Tic-Toc, Nikki... —soltaba gruñidos entre su respiración agitada por la ira y la ansiedad que sentía en ese momento. Colgó el teléfono bruscamente y descargó el arma en la mesa de la misma manera; sentándose en la silla en frente de su víctima.

Lo único que se escuchaba en la habitación eran los sollozos desesperados de Isa y la respiración pesada del hombre.

— Deja de llorar, joder. —se levantó molesto y caminó hacía ella entre los cartuchos vacíos y ahora pequeños hoyos que se encontraban en el suelo sucio de ceniza. Tomó de nuevo la venda y se la puso en la boca, como si nada hubiese sucedido.

Ella, roja de furia por lo descarado de sus palabras, intentó forcejear para que no le cubriera la boca de nuevo.

— Quédate quieta, mujer. —la tiró del cabello y terminó de atarla nuevamente— Siento lástima por ti. Siendo tú hubiera escogido mejor mi pareja, a alguien que pudiera conocer realmente y no tuviera que involucarme en cosas así. —encendió un cigarro para tratar de calmarse.

Él sabía perfectamente que no era culpa de ella estar ahí, y eso era exactamente lo que Isabella pensaba en ese momento.

— Sé que te estarás preguntando porqué estás ahí tú y no él. Pues bueno, la razón es bastante simple: En una pareja siempre hay un sentimiento de protección mutuo, es lo que te impulsa a hacer cualquier cosa por la otra persona. —estaba hablándole aún así ella no respondiera ya que no podía; estaba desahogándose.

— Supuse que Nikki pagaría por tu libertad de inmediato... un hombre que ama a su chica buscaría la manera de liberarla lo antes posible. Pero el tuyo ni llamó en dos días. —soltó una risa cruel mientras daba una calada larga a su cigarro y botaba el humo luego de segundos.

Isa no quería escucharlo, pero su corazón se arrugó al escuchar esas palabras. No quería creerle, pero en cierto modo tenía razón. Sus lágrimas se escapaban y recorrían su inexpresivo rostro. Él la miró e hizo una mueca de disgusto.

— Por estas cosas detesto el amor. En mi opinión solo debería existir el sexo, es más sano. Pero bueno, del amor también puedo sacar provecho. —volvió a reír descaradamente y apagó el cigarro en el escote de la chica, causando que la contraria soltara un gemido de dolor ahogado en sus lágrimas.

El hombre después de verse calmado, acomodó su cabello y salió de la habitación sin decir nada más. Dejando a Isabella sola de nuevo, reflexionando acerca de sus palabras y su relación. Dudando si sus decisiones fueron las correctas.

Y siguió así unas horas antes de caer en un profundo sueño a causa del agotamiento, el agobio y el frío, tanto físico como emocional.

continuará.
mari ❤

El secuestrador. [Izzy Stradlin.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora