MORADORES DEL POLVO (III)

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Estábamos ingresando a la biblioteca cuando mi hermano volvió a retenerme por la manga de mi camisa.

-Por ahí no- dijo, y señaló el cuarto del lado opuesto-. Es ahí.
No le pregunté nada; no había tiempo para hacerlo. Los muertos estaban trepando por la barricada y muy pronto los tendríamos sobre nosotros. Me arrojé sobre la puerta que había indicado mi hermano e ingresamos al lugar. Era un sitio muy pequeño, un cuarto trastero más que otra cosa, abarrotado de infinidad de chucherías y cosas sin valor. Detrás de una estantería metálica, repleta de trofeos deportivos y manualidades de cerámica, vi una escalera que conducía a una puerta rectangular en el techo, cruzada por una falleba de hierro. Miré a mi hermano, interrogante.
-¿Por aquí...

-Noli me mostró este lugar. Dijo que podemos subir a la terraza- explicó.
No tenía idea quién era Noli, pero supuse que debía tratarse de uno de sus compañeritos, tal vez un chico lo suficientemente intrépido como para explorar las penumbras del segundo piso. Rápidamente, sin pensarlo un segundo, subí las escaleras y retiré la traba: la puerta rectangular se abrió de un solo tirón, y la luz del día penetró a raudales en el sitio. Torné la mano de mi hermano y lo ayudé a subir; y luego hice lo mismo con los otros dos chicos que permanecían con nosotros. Estaba subiendo los últimos peldaños cuando sentí un dolor sorpresivo y agudísimo en la pierna, que me hizo gritar. A punto estuve de resbalarme y caer, y probablemente hubiese caído de no haber sido por los otros chicos, que me sostuvieron y me ayudaron a subir. Maldiciendo por el dolor, me di vuelta y miré hacia abajo: había alguien allí, en el cuarto que acabábamos de abandonar, gruñendo y tirando manotazos. Al principio no lo pude reconocer, pero luego observé su espalda y solté un gemido de consternación; tenía una mochila de Disney colgando de los hombros. Sólo que ahora la mochila estaba desgarrada y la cara de aquel chico había desaparecido; la había reemplazado una máscara de sangre y huesos. Sujeté la escalera y comencé a subirla. El niño de la mochila, que probablemente había quedado ciego, escuchó el ruido trató de aferrarse a los escalones de metal, pero perdió el equilibrio y cayó hacia atrás. Con ayuda de mi hermano y los otros dos chicos, terminamos de subir la escalerilla y la arrojamos sobre la terraza.

Y entonces me dejé caer en el piso.

-¿Estás bien?- me preguntaron los chicos. Pero no, no estaba bien. El mundo me daba vueltas y sentía ganas de vomitar. Con esfuerzo abrí los ojos y lo primero que vi fue la carita de mi hermano, fruncida en un gesto de preocupación. Entonces supe que no podía permitirme un momento de debilidad, aquellos chicos me necesitaban. Me incorporé como pude y luego me examiné la herida. El niño de la mochila de Disney me había mordido en los tobillos, en la parte expuesta entre el zapato y la pernera del pantalón. Era una herida muy fea y profunda, y supe que tendría que hacer un torniquete para no seguir perdiendo sangre. Me saqué una media y la enrollé con fuerza alrededor de la pantorrilla, y luego me acerqué renqueando a un charco de agua acumulado en un canalón y limpié un poco la herida. La operatoria no debió haberme llevado más de dos minutos, y en ese lapso de tiempo comenzamos a escuchar golpeteos en el cuarto de abajo. Eran los muertos. No podrían subir porque habíamos quitado la escalera, pero si en realidad eran tan inteligentes como yo sospechaba, tarde o temprano descubrirían la forma de hacerlo. Me agaché y bebí un poco de agua del canalón. Estaba turbia pero parecía buena. La lengua en mi boca se había transformado en algo seco y rasposo. La herida en mi pantorrilla ardía en un fuego que subía por toda la pierna, aunque intuía que aquello no había hecho más que comenzar.
-Te vas a convertir en uno- me dijo de repente uno de los chicos, observando mi tobillo.
Hice un esfuerzo y levanté la mirada.
-¿Qué cosa?

-En un zombi. Es lo que pasa en las películas. Cuando te muerden, te contagian el virus.
-Puede ser- dije, y de inmediato miré a mi hermano, que volvía a mostrar su rostro triste y preocupado-. Pero no fue eso lo que le pasó a la profesora Lidia.
-¿La maestra de matemáticas? Asentí. -Ella simplemente... se desplomó- expliqué. Sentía que el mundo me daba vueltas, pero de alguna manera hablar me hacía sentir un poco más fuerte-Fue al ver a los primeros muertos en la calle. Creo que quedó muy impresionada y debió tener un paro cardíaco, o algo así. Pero luego, sin que ningún muerto la mordiera, revivió y mató a la directora Barrios.
-¿De verdad?- dijo el chico, impresionado-. Tal vez no estaba muerta, entonces.
-Si no lo estaba, ¿por qué entonces mordió a la directora?
El chico se encogió de hombros, como si el tema ya no le interesara.
Pasaron algunos minutos. Abajo, en el cuarto trastero, los muertos aullaban y golpeteaban las paredes y rompían cosas. Pensé que me volvería loco si debía escucharlos durante mucho más tiempo, aunque aparentemente no teníamos alternativa. La terraza de la escuela era amplia y había muchos sitios donde esconderse, pero estaba aislada del resto de los edificios. Lo único que quedaba era esperar. Cuando creí reunir las suficientes fuerzas, me acerqué renqueando a la abertura de la puerta cuadrangular y, cuidadosamente, miré a través de ella. Allí abajo, en el estrecho recinto, debía haber cincuenta o más muertos, todos ellos apretujándose y golpeándose entre sí. Algunos de ellos me vieron y entonces alzaron las cabezas y comenzaron a rugir, pero fueron la minoría. Me alejé del lugar y me acerqué al extremo norte de la terraza, para mirar hacia la calle. Me detuve cerca del borde y por un momento pensé que caería. Vi una sombra detrás de mí y luego escuché la voz de mi hermano que decía:
-Están por todos lados.

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⏰ Last updated: Jan 08, 2018 ⏰

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