Por algún extraño motivo sentía que algo no encajaba en mi vida, fue entonces cuando decidí irme a vivir a un tranquilo pueblo en el interior de la provincia de Lleida, algo extremadamente tranquilo, con apenas 20 habitantes ya fornidos de edad. Era justo lo que estaba buscando, un rincón perdido en la inmensidad de la montaña donde poder respirar tranquilidad y buscar de una vez por todas la relajación que siempre quise. Tardé escasas dos semanas en trasladarme a Villa Vientos. Ataviado con unos pocos enseres, entre ellos mi ordenador portátil y una maleta con poca ropa, me acerqué hasta la entrada de la casa que acababa de alquilar. Me estremecí, un sudor frío recorrió todo mi cuerpo cuando me paré frente a la puerta de la casa. Tenía una gran entrada muy descuidada, las ramas sin podar de los frutales se entrelazaban con la verja oxidada de la entrada. La fachada estaba deteriorada por las constantes inclemencias del tiempo, el aire, la lluvia y la nieve. Desde ese instante jamás pude quitarme esa sensación del cuerpo, me seguía durante el día y la noche. Me costó instalarme el primer día, conseguí encontrar un rincón junto a la ventana, desde allí conseguía ver como de vez en cuando algún vecino pasaba y se quedaba mirando, medio encantado medio estremecido de que alguien volviese a vivir allí. No podría concentrarme, el sudor frío se apoderó de mí, así que decidí irme a dormir una vez había caído la noche. Me recosté en la cama con la espalda contra el cabezal, encendí la luz de la 1
mesita de noche, saqué mi diario personal que llevaba 10 años en blanco y sin entender muy bien porqué, empecé a escribir. “26 de Mayo del 2009, acabo de llegar a Villa Vientos, mi nuevo pueblo, me he instalado y desde el primer momento he notado algo extraño a mi alrededor, no sé qué es, pero no me gusta esta sensación, supongo que será cosa del primer día.” Esas fueron mis primeras palabras en el diario, cansado con el ajetreo de todo el día me quedé adormilado con el diario abierto y la pluma entre mis dedos. Llevaba unas cuatro horas durmiendo cuando de repente noté un dolor muy intenso en la mano derecha. Me desperté asustado tirando al suelo el diario y la pluma. Me dolían muchísimo los dedos y sentía una sensación de ahogo muy intensa. Al cabo de unos minutos empecé a sentirme mejor, me estiré completamente en la cama, me tapé hasta la cintura con las sábanas y apagué la luz de la mesita. Una sensación de paz se adueñó de mí y cerré los ojos por completo. El fino cantar de los pájaros me despertó, lucía el sol radiante que se colaba por la ventana, me sentía muy bien, después del susto de la noche había conseguido dormir profundamente y me daba la sensación que había estado durmiendo más de diez horas. Me levanté y me tropecé con el diario que se había quedado en el suelo abierto y boca abajo junto a la pluma. Lo cogí, lo cerré y lo guardé en el cajón de la mesita de noche. 2
Ese día estuve intentando relacionarme con algún vecino, pero por algún extraño motivo me evitaban, huían de mi presencia. Finalmente conseguí encontrar a un hombre que estaba en un establo cuidando a sus caballos. -Buenos días, me llamo Patón, acabo de instalarme en el pueblo. Aquel hombre me miró desconfiado, -buenos días, encantado de conocerle, yo soy Pepe, el alcalde del pueblo. No es muy frecuente que venga gente nueva a este pueblo, es más, hacía ya muchos años que no venía nadie nuevo a vivir aquí. Le miré extrañado, tampoco es que estuviésemos en el fin del mundo. Al fin y al cabo estábamos a escasos ochenta kilómetros de Lleida. -Bueno no le molesto más, sólo quería presentarme, si necesitan algo de mi estoy viviendo en la vieja casa del final del pueblo. -Lo sé, lo sé, murmuró el anciano con gestos de estar disgustado. No entendía nada, ¿porque la gente estaba tan arisca conmigo? Volvió a caer la noche en Villa Vientos, no se oía ni un alma, apenas discernía entre el maullido de algún gato y el mugido de alguna lejana vaca. Volví a reclinarme en mi cama, otra vez recostado en el cabezal con la intención de escribir unas líneas más en mi diario. Me estiré hasta la mesita de noche y cogí de nuevo el diario y la pluma dispuesto a volver a escribir cuando de repente me quedé 3