Lo que oculta el hielo.

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Jadeo sorprendido, no esperaba encontrar esto.
Unos ojos descoloridos me devuelven la mirada, un rostro impasible, un cadáver encerrado en el hielo.
Me pongo de rodillas y me inclino hacia él, está lo suficientemente cerca de la superficie para ver todos los detalles. Una mujer joven tan blanca como la muerte, su cabello estático pero con la forma ondulante que da el agua, muestra que estaba aquí antes de que se congelara el lago. Una de sus manos está levantada y las yemas de sus dedos rozan la superficie como si el lago la hubiera congelado justo antes de que pudiera salir.
Sé que si presiono un poco romperé la fina película de hielo que separa esos dedos del aire y podría tocar esa piel muerta.
Pero no presiono, solo pongo mis propios dedos sobre los de ella y miro sus ojos blancos.
¿Cuánto tiempo llevas aquí? Un tiempo en que este lago era liquido... No puedo concebir esa idea. Es demasiado tiempo.
Pero el hielo siempre ha tenido ese poder, congelar en el tiempo. Dejarlo todo tan perfecto como cuando bullía de vida. Pienso en los miles de años que debe llevar este cadáver aquí. Ajeno a todo, con una mano alzada hacia la imposible libertad.
¿Cuál es tu historia?
Me inclino tanto hacia su rostro que mi cabello plateado lo enmarca. Su expresión no muestra dolor alguno, incluso en ese vacío casi puedo discernir una semi sonrisa, una ligerísima curva en sus labios blancos y congelados.
Acerco a mi estrella para que ilumine mejor y observo a la prisionera del lago con detenimiento.
Su cuerpo está desnudo y en una pose relajada, el cabello ondeante es tan largo que se enreda en sus brazos y torso.
Resigo la superficie fría dibujando su contorno hasta que los dedos se me entumecen.
¿Por qué estás aquí?
Deshago el camino que ha recorrido las yemas de mis dedos hasta llegar de nuevo a ese rostro y entonces me concentro en él.
El ovalo de la cara, las cejas finas y blancas, los labios llenos y la nariz pequeña y recta.
Vuelvo a sentir la tentación de tocar sus dedos. Pero los muertos han de descansar en paz, o pueden convertirse en algo peor...
No soy consciente del tiempo que ha pasado, mi estrella titila advirtiéndome que los lucilos se están consumiendo y eso me muestra que lo que parecían minutos se han convertido en horas. No me gusta esa sensación, el perder la noción del tiempo es una falta descontrol que me turba.
Sé que debo descansar y dejar que los lucilos se recuperen antes de intentar buscar una salida.
Lo mejor sería dormir en la piedra de la otra gruta y no dormir en el hielo. Así que me pongo en pie y afirmo las cuchillas de mis botas. Echo una última mirada a la prisionera del lago y algo dentro de mí me pesa, pero no puedo hacer nada.
Así que patino hasta el borde del lago y allí desajusto las cuchillas.
Una última mirada en dirección a ella, aunque desde aquí no puedo verla.
Mi estrella de hielo me guía y rápidamente me dirijo a la otra gruta para buscar un buen lugar en el que dormir. Una parte plana y seca de piedra gris es el lugar perfecto.
Es una novedad para mí. He dormido muchas veces en cuevas, pero estaban abiertas al exterior y el silbido helado del viento me acompañaba en todo momento. Ahora solo tengo el goteo del agua y nada más.
Desprendo los lucilos y los guardo de nuevo en un tarro, la estrella de hielo se deshace y desaparece.
La repentina y absoluta oscuridad me golpea, pero actúo deprisa con los ojos cerrados. Uso la bolsa de piel como almohada y me arrebujo en mi abrigo de piel de foca blanca, no necesito la capucha y el pelo me resbala hasta cubrirme los ojos.
Siempre he tenido el sueño ligero. El desierto blanco no está tan deshabitado como pueda parecer y hay que estar alerta, pero aquí me siento relativamente seguro y un profundo sueño me embarga y no soy consciente que me he dormido.

Ese maldito color...
Los Eisze temblamos solo con pensar en él.
Me veo a mi mismo y mis ojos ya no son dispares, son del color que rompe el hielo, el color que surge de entre la nieve y la derrite.
El color que nos puede destruir.

Despierto de súbito estremecido por la recurrente pesadilla y siento que algo no va bien.
Noto la mitad del cuerpo helada y dolorida y mi mano derecha...
Ah...no...
Mis dedos se han hundido en el suelo y tocan algo. Pero este suelo no es de piedra.
No es el mismo suelo en el que me acosté.
A pesar de la horrible oscuridad busco frenético mi bolsa, pero no está. No veo absolutamente nada, pero palpo y sé donde estoy.
Estoy sobre el lago de hielo y en sueños me he acostado sobre la zona de la prisionera y mis dedos... mis dedos han roto el hielo que hay sobre su mano alzada y la he tocado, he dormido tocando su piel muerta.
No entiendo que es lo que ha pasado, jamás había caminado en sueños y ahora me hallo aquí. Me doy cuenta que mi mano ha vuelto a la de ella y siento las líneas pétreas de su finos dedos muertos.
Lo siento...
Consigo apartarme con un gran esfuerzo, tengo que marcharme, tengo que dejarla descansar en paz.
Me arrastro sobre el hielo he intento guiarme en la oscuridad total.
Los riachuelos que surcan y estrían el suelo me guían hasta la otra gruta y mi memoria me ayuda a encontrar la bolsa.
Creo otra estrella de hielo y la impregno de lucilos que brillan intensamente por el descanso.
Tendría que buscar otra salida, pero no quiero volver a pasar junto al lago, aun me siento demasiado agitado por el extraño suceso. Froto distraídamente las yemas de mis dedos, con el tacto de ella aun impreso en ellos.
Busco mis pies de gato y mis garras de escalar y me las pongo.
No es difícil ascender la lengua de hielo por la que había caído la pasada noche y cuando mi estrella me muestra la nieve que cubre el agujero comienzo a cavar pacientemente con las garras de metal. En media hora ya estoy en el exterior y veo que casi es de noche. Perfecto.

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⏰ Last updated: Jan 07, 2018 ⏰

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