En la Montaña

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"Hacía frio, me senté y comencé a llorar".

-La putísima madre- dijo, y arrojó el papel bajo su sillita de madera. - Mierda, mierda, mierda.

Un charquito se comenzó a formar bajo sus párpados, mientras miraba al infinito, apretando la sillita. Recordaba cada vez que había intentado leer la carta. Nunca pasaba de ahí. El silencio invadía la atmósfera; Thor, su pastor alemán, dormía plácidamente frente al fuego.

Ahora corrían tímidas lágrimas sobre sus mejillas, despaciosamente, como para no alarmarlo. ¿Qué decía esa carta? No lo sabía... no lo sabía.

Sus ojos comenzaron a temblar, tuvo escalofríos y su nariz se llenó de mocos. Sucumbió ante la tristeza.

Imagina... una mano. Tu mano, eso es. Dale vuelta, obsérvala. Te das cuenta que tu uña se ha roto. Fíjate que un hombre se mira la mano doblando sus dedos y girando la muñeca hasta que la palma de la cara al cuerpo. Una mujer estira los dedos, gira su muñeca de manera que la palma de al infinito. Haz el gesto que debas y concéntrate en tus dedos. Ahora bien, te preocupa tu uña, vaya que lo hace. ¿Qué clase de persona saldría a calle con una grieta así? Cierras tu mano y, ¡oh!, ¡ya no ves tu odiosa deformidad! ¡Todo se ha arreglado, aleluya! Pero, ¿y si la abres de nuevo? Ahí está, atormentándote, no se ha ido, solo la habías escondido, como tus secretos. ¿Crees que ellos no están solo porque te los tragas y te haces un nudo en la garganta?

Su cabeza daba vueltas y sus ojos se abrían lentamente y con dificultad. Ya se distinguía la pálida luz de la mañana tras las ventanas, siendo obstruida por miles de gotitas de agua condensada en los cristales de las ventanas. Vio como salía vapor de su boca y desaparecía en el aire; su cuello parecía una roca, le dolía la cabeza porque se había quedado dormido en la sillita. Thor lo miraba volteando sus orejas hacia atrás intermitentemente, sentado al frente suyo. Gimió y agitó su cola suavemente, barriendo el piso de madera. Se paró y fue a rozar su cuerpo en las piernas de su amo, quien lo acarició por unos segundos.

Se levantó y caminó hasta la puerta; el perro lo siguió alegremente, gruñendo y ladrando con felicidad. Cuando le abrió, corrió dando brincos hacia el césped y hasta un pino para orinar. ¡Qué alegría sentía el perro!, pero que fútil era todo esto para un hombre.

Olisqueaba por aquí y por allá la húmeda grama; podían verse las minúsculas gotitas en cada una de las verdes hojas, en las flores y colgando de los arbustos. Se acercó a un agujero y se quedó buen rato entretenido, cosa que de igual forma entretuvo a su dueño. Seguro algún animal había cavado una cuevecilla para su familia, ¿estarían allí abajo, asustados? El perro usaba sus patas para agrandar el hoyo, cavando un poco más, olfateando con fuerza y gruñendo. Tras unos quince minutos se acostó, sucio, al lado de su desastre con la lengua afuera y jadeando pesadamente.

Pensó que era hora de entrar, pero decidió bajar a la laguna fumar un rato. Podía ver los tenues rayos de sol que se alcanzaban a filtrar entre las hojas y ramas de los árboles, era obvio que el cielo estaba despejado y el día sería bellísimo. Cogió su pipa y una bolsita de cuero donde guardaba el tabaco; caminó a la puerta pero se detuvo por un segundo pensando en que se haría más amena la bajada si mascara un poco. Así que de un cajón sacó un pequeño contenedor redondo y lo abrió... un fuerte y penetrante aroma salió y llegó rápidamente a su nariz. ¡Ah, que fragancia más encantadora! Tabaco americano mezclado con un delicioso sabor al famoso "peppermint" gringo, un snuff de calidad. Con su índice y su pulgar, agarró la cantidad exacta que conocía por haber visto a su abuelo hacer este ritual tantas veces... lo había hecho él... lo inhaló con fuerza por uno de sus orificios nasales mientras tapaba el otro con el índice de la mano izquierda, luego repitió el procedimiento con el lado opuesto. Sintió una claridad que lo dejó anonadado por unos pocos segundos; era increíble que el rush de inhalar tabaco fuese tan perecedero. Su nariz se destapó, el aire fluía con facilidad y sintió un frescor agradabilísimo. La presión que constantemente sentía entre los ojos, el ceño, entre los lacrimales, concretamente en el nasal, desapareció como llevada por una ráfaga de viento soplando una capa de polvo, ese polvo que hacía que todo fuera borroso y desagradable al tacto y a la vista. Luego, mascó un poco de tabaco, con el cual se sintió en perfecto estado, tradiciones antiguas: inhalar y mascar. Pero el cigarro fue opcional, como tardaba tanto en acabarse, tendría tiempo de disfrutar del paisaje. Otro de esos rush lo alcanzó y se sitió bien por un momento.

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⏰ Last updated: Jan 09, 2018 ⏰

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CittadellaWhere stories live. Discover now