01. Intro

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Are you ready?

Los gritos continuaban en la planta baja. Inútilmente intentaba sumirlos en el silencio cubriéndome por completo con las mantas de la cama. Los incesantes chillidos de mi madre y las réplicas en forma de chasquidos de lengua y más gritos por parte de mi padre, no me dejaban descansar. Como cualquier estudiante de 17 años que quería ser una de los pocos miembros de su familia que no abandonaron los estudios, necesitaba aprovechar todas las horas de clase.

Giré sobre mí hasta permanecer frente a frente con el despertador posado en mi mesita de noche: 2:33AM. Genial. Otra noche sin poder casi dormir. Con esta, ya iban cerca de unas tres en esa semana. Realmente necesitaba dormir, aunque a nadie de ahí abajo se daba cuenta de ello.

Suspiré con notable frustración y me cubrí de nuevo con las mantas. Tras unos segundos bajo ellas, unos débiles toques en la puerta me obligaron a levantarme. Abrí la puerta bastante adormilada. Mi hermano de cinco años me observaba sentado frente a ella, agarrando con una mano un conejo blanco de felpa y con la otra, su mantita azul preferida. En cuanto notó que yo había respondido a su llamada, alzó su cabeza. Con sus grandes y brillantes ojos marrones, rojos en aquel momento por el llanto, me suplicó el quedarse en mi cuarto.

Sin embargo, quizás pensando que yo no había entendido su petición, soltó los objetos que llevaba y estiró sus brazos hacia mí, apretando y soltando sus pequeños puños. Con una sonrisa apenada pero conmovida por el tierno gesto del pelinegro, lo levanté y lo cargué en mi pecho. Recogí la manta y el conejo y cerré la puerta. Recosté a mi hermano en mi cama y me tumbé junto a él, posando a su lado el adorable conejito.

No sé si intentaba tranquilizar más al pequeño o a mí misma, pero traté de distraerme al pasar mis dedos por su sedoso pelo. Apagué la luz de la habitación y así ser solo iluminados por la luna, cuyos halos de luz se colaban por la ventana.

- Sury, papá y mamá no se quieren más, ¿verdad?

- ¿Por qué dices eso Kookie?

El pequeño secó torpemente las lágrimas que comenzaban a aflorar de nuevo con la manga de su pijama. Acerqué mi pulgar y, delicadamente borré totalmente los restos que quedaban de ellas.

- Los papis de mis amigos no se gritan y se ve que se quieren.

- A veces los mayores se gritan pero eso no significa que no se quieran. De igual manera, los niños también gritáis cuando estáis enfadados, ¿no?

- Sí... ¿Entonces, no pasará nada malo?

- Estoy segura que no. Y aunque así fuera créeme, nunca dejaría que te pasara algo.

- ¿Me lo prometes? -levantó su dedito meñique-.

- Te lo prometo -levanté el mío y lo entrelacé con el del pequeño-.

- Te quiero hermanita -se dio la vuelta mientras bostezaba, quedándose poco a poco dormido-.

- Y yo a ti Jungkookie... Y yo a ti también -lo arropé un poco con las mantas y besé su frente, intentando no despertarle-.

Ese niño se merecía el mundo entero.

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Tras los gritos, llegaban los sollozos y como no, la única que lloraba era mi madre. Todo esto sucedía cada vez que, al terminar una discusión y ya no sabían que más gritarse, mi padre se largaba de casa y mi madre se echaba a llorar maldiciéndolo.

Me sentía tan mal cuando eso pasaba que en ocasiones llegué a convencerme de que yo tenía parte de la culpa. Pensaba que no había sido una buena hija, que debería ser más madura y más responsable, que mi forma de ser no era la adecuada... Todo eso dejó de ser un problema al cumplir los quince años.

ᥲgᥙst d; mιᥒ ყooᥒgιDonde viven las historias. Descúbrelo ahora