Enero. Pleno invierno y el cielo gris hacía que pareciese que fuese de noche en vez de día. Se avecinaban grandes lluvias. El invierno es mi estación favorita a pesar de que el verano tampoco me decepciona. Bf, clase de química a primera hora y no tenía muchas ganas de escuchar aquel rollo durante unos cincuenta y cinco minutos. Aquel día me dirigí al baño antes de ir a clase, a mirarme al espejo. Me acerqué a éste y miré mi cara detenidamente, aquel día no iba tan mal como siempre. Ajusté mis vaqueros y mi jersey color celeste. Saqué del bolsillo de mi cazadora de piel negra un pintalabios color rojo y me lo apliqué en el centro de los labios para luego difuminarlo por éstos. Lo guardé de nuevo y salí del baño rápidamente pues en menos de un minuto llegaba el estúpido profesor y si no llegaba a tiempo me castigaría. Corría por el pasillo cuando, plof, mi carpeta se cayó al suelo esparciendo los papeles por todo el pasillo. ¡Oh, cielos! pensé, ¡por qué a mí! Me agaché y comencé a recoger los papeles como podía. Miré el reloj que llevaba en la muñeca y sonreí fastidiada. Bien, seguramente el profesor ya habría comenzado a dar clase. Me levanté y salí corriendo. Llegué justo a la puerta de la clase, y, ajustándome el pelo, llamé a la puerta. Toc toc.
-Adelante. -Dijo el señor Walters.
Caminé cabizbaja hacia mi asiento, junto a mi mejor amiga Sienna.
-¿Qué te ha pasado?
-Bf, se me cayó la carpeta en el pasillo y se me salieron todos los papeles.
-Señorita Schofield, -dijo el profesor.- ¿encima de que llega dos minutos tarde se pone a hablar con su compañera? Usted se va a quedar castigada en el aula seis cuando terminen las clases.
Bufé y comencé a juguetear con mis manos. Cuando el profesor comenzó a hablar, yo desconecté. Saqué de mi carpeta un folio con un dibujo a medio terminar y un lápiz del estuche. Comencé a dibujar bocas, ojos, sonrisas y orejas por toda la hoja.
Bueno, mi personalidad, ¿cómo soy yo? Podría decir que soy alegre (sí, eso justo), divertida, melodramática, dinámica, atrevida, inteligente, cotilla, depresiva, inquieta, nerviosa, sensible, romántica... Era una chica normal y corriente sin ningún talento alguno. No destacaba ni por mi cuerpo, ni por el color de mis ojos ni por el de mi pelo. Solo por mis altas notas y mi capacidad para distraerme. Tenía tan solo dos amigas y un amigo que me acompañaban pasase lo que pasase y mi estatus en el instituto se encontraba tan solo un punto por arriba que el cubo de la basura que se encuentra a la entrada de la cafetería. Me suelo vestir normal y me maquillo un poco porque no me gusto demasiado. Soy insegura, sí... Bastante. Aún estoy esperando que llegue un chico que me enamore de verdad.
Riiiiiiiin.
El timbre que anunciaba el final de la clase me había sacado de mis pensamientos. Guardé la carpeta y el lápiz en el estuche.
-Adiós Jany, -dijo Sienna.- Nos veremos en el parque a la hora de siempre, ¿no?
-Sí, claro.
Tras un largo abrazo, salí del aula con la carpeta bajo el brazo y me dirigí hacia mi taquilla para coger mi mochila. Caminé hacia las escaleras que llevaban al sótano, donde estaba el aula seis. Como a unos cinco metros de distancia ya se escuchaban los gritos que provenían de las gargantas de aquellos fumadores, fiesteros y alcohólicos que se encontraban castigados.
Caminaba de manera indiferente, dirigiéndome a un asiento libre, hablando conmigo misma sobre qué le diría a mis padres cuando llegase a las cuatro y media de la tarde.
-¿January? ¿January Schofield? -Dijo una voz.
Levanté la cabeza y el brazo para indicar que sí, que había asistido a aquel horrible castigo.
-¿Alexander? ¿Alexander Schimdtz? -Repitió aquel hombrecillo con voz femenina.
-Aquí. -Una voz varonil, seductora y suave interrumpió más pensamientos.
Miré a mi alrededor y le vi. Ahí estaba. Esa camiseta blanca y esos vaqueros ajustados. Lucía tatuajes por ambos brazos y llevaba el pelo ligeramente despeinado. Aquel momento mi corazón se detuvo, oh no, pensé, me está mirando. Aparté no vista rápidamente pero antes pude contemplar una magnífica sonrisa ladeada, mostrando una fila de unas preciosas perlas del color del marfil, tan relucientes como la plata bajo los intensos rayos del sol.
Tan solo cinco minutos después, el profesor se fue, dejándonos completamente solos. Mi pelo cobrizo cubría mi rostro por el lado izquierdo mientras continuaba mis dibujos. De repente, concentrada, noté cómo unos suaves dedos retiraban mi pelo de mi cara. Me giré rápidamente pues me había asustado bastante.
-¿Eh? -dije suavemente.
-Sólo quería ver qué rostro se escondía detrás de un nombre bonito.
-Ah.... -Fue lo único que fui capaz de decir.
-Me gustas, -dijo Alexander- tú y yo, hoy, a las siete y media en el bar del callejón.
-Mira... ¿Alexander? No te conozco como para quedar contigo y ni siquiera te he visto en el instituto hasta ahora.
-Llámame Alex, y nena, sientete afortunada, yo no pido salir a una cualquiera.
-No, Eh, Alex. Déjame en paz.
¡No no no no! ¿Cómo he podido? ¡Dios! Debía hacer algo, él era perfecto y se interesaba por mí pero... si le digo que sí pensará que soy una facilona y ni siquiera he besado a nadie s mis dieciséis.
-Te arrepentirás, nena.
Antes de marcharse, deslizó su dedo pulgar sensualmente sobre mis rojos labios. Notaba sus intenciones, quería provocarme. A simplemente, se podía notar una clara química entre nosotros.
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Alex.
Ficção AdolescenteJanuary Schofield coincide por primera vez con Alex, el chico más popular, engreído, narcisista, pijo, fiestero, peligroso y seductor de todo el instituto. ¿Qué pasará cuando Jany conozca y se enamore de Alex? ¿Cómo Jany influirá en la vida de Alex...