+ Sábanas +

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Sus miradas chocan.

Sus corazones se aceleran.

Con una tímida sonrisa, Lucy se acerca a Natsu, que nerviosamente consume el asqueroso contenido en su vaso, intentando simular que no se ha dado cuenta de que se acerca.

Cuando se trata de Lucy,
siempre se da cuenta.

—Es extraño verte bien vestido. — Dice ella con una traviesa inocencia.

—Es extraño verte sola. — Le responde él con los brazos en la barra.

—No te creas.

Ambos intercambian una sonrisa, una de esas capaces de hacer temblar el mundo y destruir universos.

Una de esas sonrisas que con tanta frecuencia se dedican el uno al otro.

Embriagado por su belleza, Natsu empieza a hablar.

¿De qué?

De cualquier cosa, ya que Lucy lo escuchará, como siempre hace. Pues esa voz que muchos encuentran irritante, ella la escucha con la misma calma y el mismo placer que el de una dulce melodía. Como si siempre hubiese sido sorda y la voz de Natsu, fuese lo único que es capaz de escuchar.

Y muchas veces, Lucy desearía que así fuera.

Cuando es Lucy la que habla, Natsu se pierde en sus delicadas fracciones, convenciéndose a si mismo otra vez de que su piel no es humana, que es porcelana pura y detallada. Tan pura, que no puede tocarse a menos de que lleves guantes y tan detallada, que parece que alguien se ha tomado todo el tiempo del mundo a perfeccionar hasta el más mínimo detalle.

Como por ejemplo ese detalle que lo vuelve tan loco, esa pequeña imperfección en su mejilla izquierda. Esa a la que llaman hoyuelo.

Y es que siempre que Natsu ve a Lucy, ya sea en pijama o traje de gala, el fuego que esconde tan recelosamente en su interior se prende, quemándolo todo.

Su paciencia para abrazarla.

Su autocontrol para besarla.

Y su calma para gritarle que la quiere, que siempre lo ha hecho.

Desde el día en el que el jade de sus ojos y el chocolate de los suyos colisionaron de tal modo que nacieron estrellas, Natsu no ha podido parar de observarla.

Cada día.

Año tras año.

Y no se cansa, ni lo hará jamás.

¿Cómo alguien sería capaz de hacerlo?

Y Lucy, que se prometió no dejarse engatusar por nadie se quedó presa de sus afilados ojos.

De sus dulces labios.

De sus preciosos colmillos.

De su suave pelo de fresa.

Y sobretodo, convertirse en esclava de esa sonrisa.

Esa sonrisa que incluso en los días más grises y las noches más pesadas, es capaz de activar su corazón, de acelerar su pulso y reproducirse en la curva de sus labios.

Esa sonrisa que antaño se convirtió en el flotador que la salvó de ahogarse en las aguas más negras, con su brillo y humildad similar al de las estrellas del firmamento.

Él y su sonrisa.

Él y su corazón de oro.

Él y su existencia.

Sábanas Rosas ; NaLuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora