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30 de Junio del 2017

Viniste a casa practicamente de entrecasa, con un pantalón suelto, una remera blanca, el pelo revuelto (perfecto) y las manos llenas de pintura azul. También tenías los ojos rojos y ojeras. Te lanzaste encima mío apenas abrí la puerta, y me abrazaste, fuerte, era la primera vez que me abrazabas. Lloraste en mi hombro, no mucho. Dejé que lo hicieras en paz, a lo mejor no querías hablar de eso. Te acaricié el pelo, entrelazando cada cabello con mis dedos en un intento de hacerte sentir mejor, aunque admito que algo de egoísmo había en ese acto. A medida que escuchaba como de sollozos pasaba a sollozo reprimido a respiración calma, tus brazos me iban soltando, como dejandote caer, yo tambien lo hice pero de un brazo nada más. Pude sentir, además de nuestros corazones latiendo en una casi misma sintonía, el roce de tu piel con la mía, tu mano con mi mano. Tuve un escalofrío que recorrió toda mi espina dorsal, y también tuve que ocultarlo. Te invité a pasar, mi casa por el momento estaba vacía. Me preguntaste si podíamos ir a mi habitación, que no querías que si alguien entraba te viera tan desarreglado; yo accedí.

Era la primera vez que entrabas a mi habitación de paredes cían, dos grandes bibliotecas, un escritorio sencillo, una cama de dos plazas y una amplia colección de vinilos. Te reíste mucho al ponerle más atención a los discos de Cher, Diana Ross, Sam Smith y Halsey, la llamaste "la colección ideal de un homosexual" y me reí entre dientes, porque quizás si era así. Después de recibir un llamado me dijiste que te tenías que ir.

Las Cartas que Nunca RecibisteWhere stories live. Discover now