Sin abrir

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Toc.

Toc.

Toc.

Los golpes en la puerta eran suaves. Fueron tres y luego el ruido desapareció. Llegó a Carmen un murmullo lejano poco después, pero su mente estaba lejos de allí. Ni siquiera el goteo constante del agua en el fregadero ni el sonido del ventilador en su máximo nivel, sonidos que normalmente la despertaban de la ensoñación, podían hacer algo por ella ahora.

La cocina parecía congelada, a excepción del viejo reloj que colgaba de una pared y que se movía fielmente segundo a segundo, seguido del sonido típico de él. Los trastes no estaban lavados, había cristales esparcidos por el piso descuidadamente y un pedazo de papel doblado por la mitad permanecía intacto en la mesa delante de Carmen.

Carmen, que siempre había sido inquieta y alegre, de esas que no pueden dejar de moverse ni por un segundo, estaba ahora tan inmóvil como el cuerpo humano en el cuarto continuo.

Los golpes en la puerta del departamento regresaron, pero ya no eran suaves. La voz de una mujer de mediana edad atravesaba el lugar para llegar a oídos del único ser viviente que había allí.

A Carmen no le importaba.

Su brazo extendido en la mesa rozaba el papel mencionado anteriormente, ese que contenía todas las respuestas a lo que todavía no se había preguntado. Manchado de realismo con toques de crueldad, parecía lo único importante a su alrededor, incluso cuando las sirenas acompañadas de gritos interrumpieron la tranquilidad de la calle y se acercaron a la puerta de Carmen, ella no escuchaba nada.

¿Cómo iba a hacerlo?

Después de un largo rato, la puerta de la entrada cedió, dando paso a un grupo de personas uniformadas que invadieron el departamento en busca de señales de vida (o de amenaza), aunque las flores ya estaban marchitas. La comida en el refrigerador ya olía mal y la cama tenía desatendida al menos una semana. Pero el mal olor no venía del refrigerador, la gente uniformada se dio cuenta, y las sábanas no estaban revueltas de amor.

Una mujer protegida con guantes tomó entre sus manos la explicación de lo que había pasado ahí al mismo tiempo que un gato pinto salió de su escondite y corrió hacia la puerta abierta, huyendo de la antigua escena sin vida que tuvo que presenciar.

Todos, como entendiendo los hechos, guardaron las armas y se acercaron, con duda y pesadez en los hombros, a la carta sin abrir.

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