El Tigre y el Dragón, la eterna dualidad

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Yacía acostado en el frío suelo mientras recargaba su espalda en la rugosa pared que le servía de apoyo. Su vida poco a poco comenzab a desvanecerse, él mismo lo sabía y por eso mismo había decidido pasar sus últimos días en aquella cueva mientras recordaba el pasado, se cuestionaba sobre el presente ya anhelaba el futuro. Futuro que nunca vería él, al menos no es ese estado. 

–Finalmente te he encontrado. –una voz atrajo su atención pero al ver al dueño de ella no pudo evitar dibujar una mueca de desagrado. 

–¿Qué haces aquí, Tigre? –bufó ocultando su rostro. –¿Vienes a molestarme nuevamente? 

El animal no contestó, simplemente se acomodó a un lado suyo y se recargó en su regazo. El contraste entre ambos era notorio, mientras que él estaba cubierto por un fino pelaje aterciopelado y de color plateado; la piel del dragón se sentía seca, escamosa y su color era entre rojizo y negro.

–Te hice una pregunta. –vovió a hablar molesto por ser ignorado de tal manera. –Contéstame.

–Sólo vine a hacerle una visita a un amigo, ¿entiendes? 

–¿huh? No recuerdo que tú y yo seamos amigos. No me vengas con tonterías, Tigre. –farfulló intentando alejarle mas fue imposible, el felino seguía aferrado a su ser. Al parecer creía que si se separaban, el dragón desaparecería por completo. 

–Lo somos, desde hace tiempo lo hemos sido. 

–Es imposible que pueda considerar a alguien como tú mi amigo. Simplemente no es...

–Claro que es posible. –le interrumpió el otro. –Desde que fuimos creados lo hemos sido. Somos opuestos pero ambos complementamos al otros, ¿sabes?

El dragón soltó un suspiro, por mucho que lo negara era cierto. Ambos de alguna manera eran amigos aunque siempre vivían peleando. Si él decía negro, el tigre respondía blanco; si él prefería la  noche, el otro se inclinaba por el día. Cada vez que se veían siempre había una discusión pero al final llegaban a un acuerdo, ya fuera por escoger el color gris o disfrutar del ocaso. A final ambos se reconciliaban y se mantenían unidos, pero las cosas estaban cambiando y seguramente él ya no podría acompañar al tigre en su siguiente aventura. 

–Tú y yo somos como el Ying y el Yang. Ninguno puede existir sin el otro. –habló su compañero, al que finalmente se animaba a voltear a ver. 

–Tendrás que aprender a existir sin mí, entonces.

El tigre negó y se acercó más a él, transmitiéndole un poco de su calor al débil y escamos cuerpo que poco a poco dejaba de responderle. –Eso sí es imposible. Yo no puedo existir sin ti, Ryū

–Estás siendo muy negativo con respecto a esto, me molesta. –dijo pero al contrario de sus palabras, se acercó a los hombros del animal y en ellos recargó un poco su cabeza. Haciendo aún más íntimo el contacto que tenían. –No me iré para siempre. 

–Aún así, tu ausencia será suficiente para matarme. –replicó.

–Siempre exageras, un par de siglos sin mí no te harán daño. Consíderalo como unas vacaciones. –bromeó un poco aún sabiendo que sería poco probable volverle a ver. –Sabes, para haber vivido cientos de años hay cosas de las que me arrepiento por no haber hecho. 

–¿Cómo qué? –preguntó curioso el tigre, aunque creía conocer la respuesta. 

–No tiene sentido que te lo diga ahora, tal vez después. 

–Bien, entonces esperaré por ello. 

Esas fueron las últimas palabras que ambos lograron intercambiar. El final del dragón llegó poco después y al pasar dos años, el tigre le acompañó al otro mundo. Ambos espíritus desaparecieron de la faz de la Tierra. Sin embargo, un mismo deseo se encargaría de reunirlos nuevamente. 




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