Capítulo nueve (Inédito)

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Estar a un día de la competencia es exigencia al máximo; siento que cada uno de mis músculos arden y mis articulaciones duelen a cada movimiento. No sé de dónde adquiero fuerzas para continuar de pie, como si absolutamente nada estuviese absorbiendo las pocas energías que tengo. No obstante, de un momento a otro mi visión se oscurece conforme a cada paso que doy.

Sudor frío recorre mi espalda y rostro, mi ritmo cardíaco está acelerado y mi respiración también.

Necesito un descanso. Detengo mis pasos.

—Lissa, estaba al termino de su rutina, ¿Ocurre algo? ¿Por qué paró? —Interroga preocupada Madame Soraya.

—Necesito un respiro, por favor —A pasos lentos, busco un lugar donde sentarme. Dejo caer mi cuerpo en la silla más cercana. No puedo más, al menos no por el momento.

Madame Soraya se acerca a mí: —¿Se encuentra bien?

—Sí, solo necesito un par de minutos y regreso a la práctica —Alcanzo una botella de agua que se encuentra en mi bolso deportivo.

Ella no está muy convencida con mi respuesta así que haga mi mayor esfuerzo para revertir mi estado. Debo continuar.

Pasado unos segundos mi respiración se regula al igual que mi ritmo cardíaco y dejo de sentir esa sensación que en cualquier momento voy a desvanecerme.

Bebo más agua antes de confirmar a mi instructora que estoy lista para continuar.

—¿Segura? ¿está mejor? —confirmo con un movimiento de cabeza—. Bien, iniciemos desde cero.

Asiento nuevamente. Tras un suspiro me levanto de la silla.

Madame Soraya se dirige a una esquina donde se encuentra el reproductor de música, cuando está empieza reanudo mis movimientos. Cuando llego a la parte de arabesque[1] Belishava detiene la música. Volteo a verla preguntando con la mirada qué ocurre y me coloco sobre mis dos pies.

—Lissa, debe estirar más la pierna, usted domina ese movimiento. Concéntrese por favor —Pide.

—Lo siento. Seguiré las indicaciones.

Ella voltea y reproduce la música, esta empieza y con ella se reactiva el dolor corporal.

***

Durante el ensayo general algunos jurados, periodistas y gente importante del medio –como patrocinadores– están presentes. También otros participantes, pero eso es lo de menos, a quienes deseo dar un buen espectáculo previa a mi participación es al resto de los presentes.

Mi cuerpo sigue exigiendo un descanso, pero debo continuar como la profesional que soy. No puedo echar todo a la borda a casi al final del camino.

Anuncian que en dos minutos la pista estará lista para mi ensayo final. Transcurrido ese lapso es mi turno. Respiro profundamente antes de salir a ella.

La música suena por los altavoces y yo olvido todo alrededor; me concreto en mí, en cada giro o salto, en dar lo mejor. Patinar me hace sentir viva, me traslada a otro universo donde yo soy la protagonista de una historia, una donde soy feliz con el rol que realizo.

A mitad de mi rutina mi concentración es interrumpida cuando escucho susurros; conozco esa voz.

—No entiendo por qué la consideran como la número uno, es patética.

—Es la número uno de los patéticos —Trata de divisar de dónde exactamente propinen esas risas que retumba en el coliseo y logro mi objetivo.

La chica con el corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora