26 | Audrey

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   Aunque Wade me había dicho psíquicamente que, prácticamente, me entregara a los Agentes, no pensaba hacerlo. Al menos no sin luchar antes.

—¡Suéltenme! ¡No tienen ningún derecho de tocarme!

—¿La callas tú o yo? —Uno de los hombres que me agarraba firmemente del brazo le dijo a su compañero.

—En unos momentos, ya no chillará —respondió este.

—¡No pueden hacerme nada! ¡Soy...!

—No eres nada ya —contestó uno de los dos, interrumpiéndome.

—¿Osas interrumpirme?

—Por favor. Nunca igualarás a Evelinne, ni siquiera en tus sueños, chiquilla mocosa.

   Puse los ojos como platos. Nadie cuerdo me hubiera llamado así antes de que Evelinne ordenara mi encarcelamiento.

   No vivirían para contarlo.

   Me arrastraron por los corredores del Complejo, hasta llegar a una sala demasiado iluminada. En el aire se visibilizaban las partículas que se filtraban por la luz solar que esta parecía recibir, aunque no sabía de dónde.

   Nunca había estado en este lugar. Ni siquiera sabía que existía.

—¿Qué...? ¿Qué es esto? —balbuceé.

—El Cielo, pequeña estúpida —musitó el primer hombre que había hablado antes, como si fuera lo más obvio del planeta—. Lane, ponla ahí.

   Lane me tomó con mucha más fuerza del brazo.

   Me removí inquieta del agarre, observando en dónde querían colocarme. ¿Una camilla de hospital? No comprendía...

—Pero... Esto no es...

—¿Lo que esperabas? Mucho dicen eso.

   Me forzaron a caminar hasta el objeto en cuestión. De sólo verla me producía escalofríos ante lo sólida y fría que parecía.

   No estaba cubierta por ninguna manta, o tela. Era puro metal, tosco y aterrador.

—Sostenla —El compañero de Lane le demandó.

   Este asintió con la cabeza, posicionándose detrás de mí. Sus manos se cerraron sobre mis brazos, cerca de mis hombros.

   Y presionó.

   Comencé a protestar del dolor, pero lo que sucedió a continuación me hizo petrificar por completo.

   El compañero del susodicho Lane tomó entre sus dedos las costuras de mi camiseta, y tiró hasta romperlas.

   El dolor fue reemplazado por furia. Y el sentimiento de impotencia.

—¡¿Qué carajos crees que estás haciendo?! —Mi respiración empezó a agitarse.

—Cállate.

   Hizo de mi ropa jirones que cayeron al suelo de la brillante habitación.

   Nunca antes, en esta forma, había sentido pánico. Creía que era invencible, que nadie podía herirme, que antes le cortaría la garganta de una sola mirada a cualquiera que lo intentara.

   Pero, en este momento, cuando estos dos hombres estaban destrozando mi ropa, y siendo incapaz de defenderme porque algo en el cuarto me lo impedía, el miedo real y humano se deslizó por cada nervio de mi cuerpo.

—¡No me toques! —grité. Y grité de verdad— ¡Quita tus asquerosos dedos de mi cuerpo ahora mismo!

   Rasgó también las costuras de mis pantalones. Lane apretaba su agarre al punto de hacerme sangrar en donde sus dedos estaban posicionados.

—Te he dicho que te calles. ¿Quieres que te obligue a hacerlo?

—Vamos, Stewart, acaba con esto de una vez —pidió Lane, detrás de mí. Parecía aburrido y cansado—. Acatemos con la orden y ya, ¿quieres?

   Y aunque me sacudí, aunque grité para que me dejaran en paz, aunque intenté luchar contra ellos y sus repugnantes manos, había quedado totalmente descalza y en ropa interior.

—Llegas a hacerme algo, y esto será un baño de sangre —amenacé, cuando lo vi observándome de arriba a abajo, como si fuera un puto trofeo.

—Quisiera verte intentándolo, mocosa —Stewart escupió—. Esta habitación anula tus amados poderes al cien por ciento.

—No necesito poderes para defenderme. Incluso aunque fuera una insulsa humana, podría matarte más rápido de lo que tú podrías herirme.

—¿Eso te lo enseñó el imbécil de tu amigo? —Inclinó la cabeza, acercándose a mí— ¿Wade Sullivan? Ah, lo siento, no creo que seas su amiga cuando te tuvo bajo su peso, ¿no? Sería algo de lo más extraño, por no decir asqueroso y repulsivo.

   Intenté avanzar hacia él, sólo para dejarle un ojo morado, pero Lane me detuvo mientras me retenía entre sus brazos.

—Me hubiera encantado ser él, sólo en esa ocasión. Siendo tú tan poderosa, y teniendo el gran cuerpo que tienes, seguro que cualquiera desearía repetirlo —agregó.

—Stewart —su compañero advirtió.

—¿Quién sabe? —continuó, sin hacerle caso a su amigo— Quizá, cuando estés inconsciente, te haga un par de visitas...

—Okey, ya es suficiente —Lane masculló, volteándome hacia la camilla. Me arrojó sobre esta, y el impacto de mi espalda contra el helado metal me dejó sin aire—. Átale los pies, sirve de algo por primera vez.

   Me alcé de la camilla, con intención de huir, pero Lane puso una mano sobre mi pecho y me obligó a mantenerme en mi sitio.

   Chillé insultos. Amenacé con matarlos a los dos, lentamente, cuando saliera de allí. Les pronostiqué cómo serían sus muertes entre dientes, pero ellos hicieron caso omiso mientras me ataban las extremidades.

—No tendré piedad cuando salga —espeté.

—Si es que alguna vez sales —respondió Lane, a mi lado. Apenas podía verlo, porque también habían logrado mantener mi cabeza en su lugar.

—Lo haré, aunque sea por mi propia cuenta. Y ustedes serán mi plato principal.

—Sigue soñando, princesita.

   Ahogué un grito cuando Lane enterró una aguja en mi pecho. Por el rabillo del ojo alcancé a ver cómo empujaba el líquido hacia el interior de mi organismo.

—Dulces sueños, mocosa —Stewart farfulló.

   Mi garganta se cerró. Mi cabeza dio vueltas, y dejé de respirar.

   Y de ver.

   Y de oír, y de sentir.

   Y de pronto, ya no había nada.

Game Over [Trilogía Trascendental #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora