27 de diciembre.
Me despierto. Siento el frío suelo, sobre el que ahora mismo yazco. Veo todo borroso y muy brillante. Intento incorporarme como puedo, pero me cuesta mucho, debido a un intenso dolor de cabeza. Una vez estoy de pie, miro a mi alrededor. Estoy en una habitación blanca, que me resulta bastante familiar.
Comienzo a caminar, tambaleándome gracias a mi estado de delirio. Alcanzo una mesita. Es marrón, como de madera de roble, si no me equivoco. Me apoyo sobre ella e intento avanzar, bajo la tenue luz, hacia algo similar a una puerta que diviso a lo lejos. Cada vez mi visión se vuelve más nítida, y mi dolor de cabeza se va disipando, lo que es bueno.
Decido ir gateando hasta la puerta. Mientras me arrastro, intento recordar como he llegado hasta aquí. Nada. No recuerdo absolutamente nada. Empujo la puerta, y veo un largo pasillo, que llega a un destino desconocido. Dejo atrás la primera habitación y decido seguir. Me vuelvo a levantar y camino, apoyándome en la fría pared de mármol. Desorientado, observo todos los detalles de la zona, para ver si consigo recordar algo. Todo esto es tan familiar...
De repente, la textura de la pared cambia por una mucho más suave, como cristal pulido. Me giro sobresaltado y veo mi figura en el espejo. Comienzo a recordar muchas cosas, pero no responden a ninguna pregunta, de todas las que ahora mismo me planteo con desesperación.
Sigo caminando, y, al llegar a mitad del largo y estrecho pasillo, comienza a sonar música clásica en la radio. Si mi poca memoria no me engaña, suena un nocturno de Chopin. Como no me desagrada, y no sé dónde está la radio, permito que el sonido siga sonando. Alcanzo una segunda puerta, en mitad del pasillo, que parece dar al mundo exterior, donde llueve como si Dios quisiera sumergir a la humanidad de nuevo. El sonido de las ramas de los árboles muestra la fuerza con las que el viento les está castigando sin piedad alguna. De todas formas, esa puerta está bloqueada con llave.
La luz se va repentinamente. Saco mi teléfono móvil, con la esperanza de que tenga batería suficiente para alumbrar mi camino hasta el generador de la casa. Por suerte, tengo un 40% de batería, pero no tengo cobertura. Alumbro el pasillo, que lleva a un salón grande, en el que hallo la radio, un televisor, una mesa llena de platos sucios y un sofá. Ahora recuerdo a algunos de mis amigos, y ya sé dónde estoy. Miro a la derecha, y veo lo que parece una espada de madera. ¡Claro, ya se dónde estoy! Esta es mi antigua casa, y esa espada marcó mi infancia. Ya veo todo perfecto y no me duele la cabeza.
Corro con mucha alegría hacia uno de los rincones del salón, en donde abro una trampilla que permite el descenso al sótano. Bajo rápidamente. Alcanzo velozmente el generador, y encuentro la avería. Solo son un par de cables desconectados. A 5 pasos calculados del generador poseo un cajón lleno de herramientas y cables, y me lleva algo menos de 4 minutos reparar todo.
Sin embargo, cuando voy a reactivar la turbina, una vocecilla dentro de mí me incita a no seguir con mi tarea. "No sigas, por favor. Lo lamentaremos los dos." Es una vocecilla serena y profunda, con un distinguido tono grave. La ignoro y reinicio todo el sistema de alimentación hidráulico que usa mi casa. La luz se enciende de una manera brutal, y comienzo a notar como se me quema la piel. Grito varias veces del horroroso dolor antes de volver a apagar el generador.
"Te lo advertí, ¿Por qué no me escuchaste?" dice la voz con una entonación furiosa. Ignorándola de nuevo, decido salir en dirección a un hospital, para que me traten las quemaduras. Subo al salón, con la lumbre del flash de mi teléfono. Cierro la trampilla, alzo la vista y distingo una figura esbelta que se alza impetuosa. Me quedo mirándola, intrigado y nervioso. Ante esta situación de estrés, recuerdo la navaja que mi padre me regaló cuando era joven. Está en mi cuarto.
Me levanto como puedo, nunca dejando de mirar a la figura, que me persigue a medida que camino por el pasillo. Una vez ya me hallo en mi cuarto, cojo la navaja, que se encuentra sobre mi antigua mesilla de noche. La figura se acerca lentamente hacia mí, y los movimientos que realizo a modo de amenaza con la navaja parecen no importarle. Noto como la temperatura desciende rápidamente a medida que se acerca. Le alumbro con la linterna del móvil, y distingo sus rasgos faciales. Acto seguido, la figura se detiene, a lo que estimo como unos 3 o 4 metros de mí. Me fijo en su cara detenidamente, apreciando hasta el último detalle. Aterrado, me doy cuenta de que soy yo. Me quita la navaja con una mano.
Me pregunta "¿Por qué no me escuchaste?" Yo me quedo en silencio, perforando sus oscuros ojos con mi atónita mirada. Él me dice "No puedes huir de mí, como no puedes huir de ti". Se abalanza sobre mí, y caigo en un estado de inconsciencia.
Vuelve a sonar Chopin...
A veces, lo que más miedo da, es uno mismo.
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Memorias de la enfermedad.
ParanormalEsta es una recopilación de relatos muy, muy cortos. Sin explicaciones, y sin reparo en la realidad. Me gustaría dedicárselo, principalmente, a mis dos amigos Mateo y Jara, que me ayudaron a mejorar esta narración mía.