Se despierta. Aletargado se frota los ojos y por un instante le parece que la habitación está boca abajo y él duerme sobre el techo. El sol del mediodía ilumina la estancia desde detrás de unas cortinas infantiles, con dibujos de cohetes espaciales. Lleva teniendo las mismas cortinas desde los diez años.
Es abrumador, y también estúpido, que su madre insista en mantener la habitación de Colton tal y como la dejó cuando se fue de casa. Los mismos carteles de grupos musicales, el mismo desorden y algún nuevo desastre fruto de sus idas y venidas. Hay siete diferentes cajas de tabaco a medio terminar sobre una repisa colgada de la pared. Latas de cerveza por el suelo y una canasta de ropa sucia que rezuma hedor a sudor. Desnudo, y con resaca, se sienta sobre la cama con las piernas cruzadas, y observa el panorama a su alrededor. No se acuerda de lo que hizo anoche, ni de cómo llegó a casa o la hora en qué lo hizo. Se soba la cara y, solo cuando vislumbra en el reloj -con forma de guitarra- que son las doce cuarenta y cinco, se percata del sonido amortiguado por la pared. Es un ruido constante y seco, alguien está golpeando algo y por un momento le parece que quizás un vecino está cortando leña sobre un tocón, luego se da cuenta de que el sonido proviene del otro lado de la pared. Solamente puede ser su hermana.
A duras penas logra ponerse unos pantalones de chándal viejos y abrir la puerta. Su madre está viendo la Ruleta de la Suerte en la televisión que tiene instalada frente a la cama, riéndose a pleno pulmón cuando alguien falla una palabra. Camina descalzo por el pasillo, arrastrando los pies por el suelo, mientras se rasca debajo del sobaco con una mano.
Audrey, pulcra como ella sola con su moño y su delantal, le da la espalda desde la cocina. Está cortando carne sobre una tabla de madera, encima del viejo aparador con pegatinas, de esas que venían gratis en los paquetes de chicles cuando eran pequeños.
-¿Qué haces?
La respuesta le llega antes de lo esperado. Su hermana alza el brazo derecho y él observa el enorme cuchillo para partir huesos que tiene en la mano. El filo del utensilio está manchado de sangre, sustancias varias y... pelos grises. El brazo de Audrey cae implacable, la mano cubierta por un guante de goma. Todo es tan irreal. La hermana perfecta, de plástico, la Barbie Girl sacada de su caja de ensueño y puesta en un diorama contemporáneo y crudo, en medio de una escena que parece sacada de una noir de serie b.
El brazo de Audrey cae una segunda vez.
-¿Qué haces, Audrey?
Sólo entonces, cuando su voz se ha vuelto más gruesa y tiene seca la garganta, cuando el ruido del programa que ve su madre es sólo un aderezo, cuando la radiante luz otoñal baña el cabello de su hermana, es cuando la cabeza del mapache rueda por la tabla hasta quedar frente a Colton. Los ojos muertos del animal le miran, uno de ellos hinchado, prácticamente fuera de la cuenca mientras una larva se desliza con facilidad por el orbe, y desaparece dentro de las fauces, absorbida por la muerte.
No le hace falta preguntar otra vez, ya sabe la respuesta. Está preparando la comida de mamá.
Audrey se gira despacio y mira a su hermano. La sonrisa que se dibuja en su rostro es un caramelo envenenado y hace que se le ericen los pelos de la nuca. El delantal que la cubre está salpicado de manchas de sangre y coágulos. Una de sus manos se posa encima del cuerpo del animal. Esta despellejado y abierto en canal. Ya ha extraído la mayoría de los huesos, quedan las partes astilladas y los trozos más pequeños.
-Fijate, es enorme. Estaba tirado en medio de la carretera ¿no te parece un desperdicio dejar que se pudra al sol?
Los ojos de Colton quedan apresados por la imagen que representa su hermana pequeña; una peligrosa sirena cuyo brazo, las venas marcadas e hinchadas, baja con premura hasta que el cuchillo golpea con fuerza la tabla de cortar y se queda clavado en ella. Se hace el silencio mientras se miran; ella con el desafío anegando sus ojos, él parpadea, tratando de procesar por encima del dolor de cabeza lo que está pasando. No le preocupa el cuchillo clavado en la madera, lo que de verdad le produce aprensión es el frío acero que ve helar los ojos de su hermana. Es una historia vieja que contar; cada vez que Colton vuelve por el hogar, trastoca el ambiente, mueve de sitio el esquema vital de Audrey, la hace sentirse inestable, y trae consigo una maleta repleta de cosas que es mejor no tocar. Ella es capaz de lidiar con la rutina, pero su hermano lo altera todo, empezando por sus nervios. Resulta insidioso tratar de ponerse su máscara cuando él está delante, después de todo, los dos conocen demasiado bien la oscuridad que yace en el otro, se complementan. Cuando él entra por la puerta, después de un año o dos sin dar señales de vida, ella nunca sabe si darle un bofetón o dejar que la abrace.
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The Cross
Kinh dịCuando Colton Egerton regresa a casa, a The Cross, un agujero hediondo en Maine, lo hace dejando tras de sí el cadáver de su mejor amigo y con una maleta con medio millón de dólares escondida en el maletero de un coche que se cae a pedazos. Persegui...