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Olivia salió de su casa temprano y dejó una nota a su querida abuela, Felicita, que saldría a dar una vuelta por la costa. Guardó su famoso cuaderno rojo en su pequeño bolso, acompañado por una biróme y se encaminó a la playa.

El día estaba hermoso e ideal para sentarse en la arena y sentir la bruma del mar. Para relajarse y buscar inspiración. ¿Y qué mejor que hacerlo en un día tan bonito como el de hoy?

Siempre tan Malibú, solía decir ella.

Al llegar reposó una manta en la arena y dejó sus cosas sobre ella. Notó que aún no había muchas personas merodeando y que quizás, sea porque era domingo temprano y la mayoría suele dormir hasta tarde. La idea no le molestó, al contrario. Sabía que tranquila podría explayar mejor sus ideas.

"¿Recuerdas la platica que tuvimos ayer? Bien, lo he pensado pero no cambié de opinión. Entendí que por idiotas e insolentes como Zac Jensen no debo hacerme la cabeza. Y es que, ¿de qué sirve? A leguas se nota que no tiene interés alguno en mi, sólo fue una simple y tonta apuesta. Me parece muy inmaduro que forme parte de esos tontos jueguitos sólo para conseguir la aprobación del grupo de los populares. Aunque, para ser sincera, no sé si lo que me importa es que muera por ser aceptado sino que fui su presa, su víctima. Me enfada porque esta vez fui yo, que jamás hice algo malo. Y no logro entenderlo.

Ayer le conté a la abuela y me dijo que me parecía a mi madre por lo testaruda. Pero vaya ella, siempre queriendo justificar a los demás. Creo también que no lo quiso decir intencionalmente, ya que sabe lo mucho que me afecta el tema de mi mamá, pero sonreí. Esta vez sonreí, porque creo que es eso lo que en verdad importa. Puede que ella no esté aquí conmigo en persona pero sé que sí en mis memorias, en mí, algo de su esencia permanece aquí en mi corazón.
Ella se disculpó y a cambio la abracé. Mi dulce y hermosa, Felicita, ¿qué sería de mí sin ti? "

Olivia levantó la vista y vio interrumpida su escritura por risas, de aquellas que suelen ser tan contagiosas, y repletas de ternura. Miró enternecida la escena. Dos niños divirtiéndose en las orillas del mar con la compañía de un muchacho. La pequeña pelirroja de las coletas se aferraba a su brazo derecho y saltaba ante cada ola que rompía. En cambio, el niño de cabellera rubia reía e intentaba "aplastar" cada una de ellas, aunque sólo terminaba por mojar su pantalón. Y el chico, que los miraba sonriendo y achinando sus ojos.

"Quizás sean sus hijos" pensó Olivia pero desechó la idea al minuto. Aparentaba ser demasiado joven, así que de seguro sería su hermano.

Sintió nostalgia en ese momento, incluso notó que una lágrima le recorrió la mejilla. Le conmovió tanta dulzura, tanto amor. Le recordaba a su acortada niñez y especialmente a su madre, quien solía traerla a Malibú cada mañana temprano. Y ahora estaba allí, pero sola.

La brisa del mar le recordaba a aquella mujer que partió muy pronto de casa, sin una despedida y entregándose en brazos de la eternidad. Pero no había nada que la pequeña pudiera hacer, era más fuerte que ella y que cualquier otra cosa.
Entristecía pero debía aceptar su realidad, seguir adelante. Su abuela siempre decía que no era malo tener días malos y enfadarse. Al fin y al cabo, era parte de nuestra naturaleza como seres humanos, pero no debía convertir de eso en algo permanente. Sufrir era parte de vivir.
Había gritado con todas sus fuerzas cuando la apartaron de su madre tiempo atrás, la lloró años y se llenó de culpas por no haberle dicho con frecuencia lo mucho que la amaba y que, era una mujer hermosa. Pero era simplemente una niña, no lo entendía lo suficiente. La vida le robó a su madre a temprana edad y la herida aún seguía abierta, aunque intentaba seguir adelante. Por ella y su única familia, Felicita.

-¿Por qué lloras? -se oyó una fina voz a su lado y se estremeció- mi hermano dice que eres muy linda y que no deberías llorar. Eres más bonita con una sonrisa en el rostro. - le miró el niño rubio de la costa y se sentó a su lado.

Olivia sonrió al oírlo y secó sus lágrimas con la manga de su sueter.

-Gracias... -logró decir y notó que no sabía su nombre.

-Ernest -esta vez fue el muchacho- me asustaste -lo miró molesto pero cambió su expresión al verla a ella.- yo... lo siento. Siempre es muy -y no alcanzó a terminar la frase.

-Tranquilo, es agradable -le respondió ella y miró de reojo al niño con una sonrisa de lado, sorbiendo un poco su nariz y quitando la humedad en sus ojos.

-No te dijo nada extraño, ¿verdad? -preguntó y por un momento ella llegó a pensar que lucía nervioso. Rascó su nuca y la miró con cierto miedo en sus profundos ojos azules. Ernest le dio una mirada rápida casi suplicándole que no le contara.

-Para nada -negó y el muchacho lo miró al niño con el ceño fruncido, de seguro no le creía y eso le causaba tanta gracia a Olivia que quería partir en risas.

-Ya la oíste, Lou -agregó el extrovertido rubio y miró a su hermano con una sonrisa de oreja a oreja, fingiendo inocencia.

Olivia no lo resistió y soltó una pequeña risa. Era una dulzura. Miró una vez más a sus ojos azules que la miraban atentamente y esbozó una sonrisa. Él se limitó a reír ante la situación.

(...)

La noche cayó y el frío comenzaba a volverse más intenso.

Olivia yacía en su cama, con un cargado cuaderno y cientos de hojas alrededor, con una desordenada coleta castaña y el ceño fruncido.

-Oye, Oli -Escuchó la dulce y cansada voz de su abuela, y detuvo su escritura. Tan sólo le quedaba pensar un final para su historia y terminaría con los deberes. Siempre dejaba todo para último.

-¿Si? -la miró con una sonrisa de lado- ¿sucede algo?

-Siento lo de hoy, yo no quería...

-Sabes que no debes disculparte -le interrumpió y arropó sus suaves manos entre las suyas.- la extraño mucho, pero son pequeñas cosas que ya debo asimilar. Tengo diescisiete años, abuela.

-Sigues siendo una niña para mi, Oli -Felicita le sonrió de lado y acarició su mejilla- y estoy muy orgullosa de ti.

-Gracias -la abrazó por los hombros y depositó un beso en su mejilla.- ve a descansar, sé que lo necesitas.

-Buenas noches, cariño. No termines tarde.

-No lo haré, tranquila. Buenas noches.

Su abuela cruzó la puerta y ella sonrió levemente. La cerró y nuevamente quedó sola con sus tareas.

Ojala no fuera tan cabeza de chorlito y recordara que no debo dejar todo para último, pensó e intentó focalizarse en su historia para la clase de literatura.

"Recorrí una vez más el mar de sus ojos. Sí, el mar. Aquel azul tan intenso y bonito. Me miraron con tristeza y supe que era tiempo de verdades."

Rió al recordar al muchacho de Malibú. Sus ojos tan bellos eran la excusa perfecta para escribir.

" -El verano acabó- recuerdo que dijo y le miré con el ceño fruncido. No comprendí. Sólo deduje que se avecinaba un invierno frío y desolado. Sin su mar."

Terminó de escribir y sonrió ante el final abierto que había dejado, esas metáforas que adornaban sus historias. Jamás las entendían ni les encontraban sentido, pero ella era feliz con ellas. Y la profesora de literatura también lo era, siempre aparecía con nuevas y detalladas producciones. Siempre tan distintas, siempre tan Olivia, solía decir.

Guardó sus cosas y se arropó con las mantas. Bostezó y apagó la luz, dejandose caer en el sueño.

Por otro lado, Louis seguía dando vueltas y vueltas en la cama, con la vista en su ventana, que daba lugar a un enorme cielo estrellado. No podía conciliar el sueño y menos cuando aquella muchacha de la costa seguía en su cabeza. Probó con escuchar su playlist favorita de música, tranquila y de aquella que según él, ayudaría a dormir, pero no dio resultado. Parecía que empeoraba, porque cada melodía lo teletransportaba a la playa, a su sonrisa y sus exóticos ojos. Suspiró, rendido.

Malibú- Louis TomlinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora