Hace muchos años, en una tierra dejada llevar por las supersticiones, había un niño, un pequeño huérfano que vivía con su abuela llamado Carmin, este chico de pequeño había recibido de parte de su único familiar un par de calcetines a los que les había tomado gran cariño y necesidad y que según el niño no había otros iguales en el mundo ya que estos eran de la suerte, el no salía a ningún lado sin ellos y no se los quitaba para nada, salvo cuando por obvias razones su abuela se los quitaba para lavarlos.
Una tarde, mientras él se encontraba trabajando en la herrería, manejada por el empresario del pueblo, sin darse cuenta piso un gran charco de resina y aceite mesclados que daban una combinación pegajosa y espesa, con miedo por la mancha en su zapato él se lo quito y aún más preocupado por tener que quitarse el calcetín para no dañarlo en las andadas por su trabajo lo dejo en el lugar donde el descansaba, ahí mismo, dentro de su zapato, temeroso por perder aquella prenda tan preciada para él, preocupado y mirándolo por última vez se dio la vuelta para regresar a su trabajo, él sabía que debía continuar para poder ayudarse a sí mismo y a su abuela a no pasar hambre, así que, con nueva motivación continuo su labor.
Al paso de las horas con una jornada que transcurrió normalmente y concluyo mucho más tarde que temprano debido a su exasperante incertidumbre vio la llegada de su hora de salida, corriendo cuanto pudo fue a su lugar de descanso donde su expresión de alegría al ver su zapato fue destruida al encontrarlo vacío, su calcetín no estaba, sintió su corazón romperse y su vida hundirse en el abismo más profundo, sin perder tiempo y con la respiración agitada aporreándole el pecho busco y busco a lo largo y ancho de la herrería sin dar con él, cuando estuvo demasiado cansado para continuar y la oscuridad de la noche lo obligaba a volver pronto a casa, entre llanto y lágrimas emprendió el camino de regreso.
Ya en su casa, tras ser encontrado tumbado en su cama y llorando por su abuela y ser arropado por los brazos de esta misma fue que le conto lo que había sucedido, ella, amable y cariñosa como siempre le explico:
"pequeño Carmín, tú me habías dicho muchas veces que tus calcetines eran tan valiosos e importantes porque yo te los había dado, me asegurabas que eran de la suerte y que te habían ayudado en muchas ocasiones, yo creo que esta vez tu calcetín fue a ayudar a otro niño al que le faltaba suerte ya que tú, ahora ya eres muy afortunado, no te sientas mal, al contrario, se feliz por el niño al que tus preciados calcetines le ayudan ahora"
Con esto, el niño recobro su alivio y su calma, nunc más lloro por la pérdida que tuvo y fue feliz de haber compartido su magnífica suerte y los beneficios de esta misma.
Ahora en adelante, cuando pierdas uno de tus calcetines, cuando ya no tengas el para que te hace falta, simplemente piensa, ese calcetín debe estar ayudando ahora a otro niño que solo necesita un poco de suerte.
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Pequeñas Historias
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