Mi profesor de música es un Zombi

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MI PROFESOR DE MÚSICA ES UN ZOMBI

 

 

CAPÍTULO 1

Para comenzar este relato os diré que desde antes de que Desmon naciera, sus padres vivían en una bonita casa de campo en las afueras de Capital City. Era un sitio tranquilo y acogedor. Una casita de un único piso, con habitaciones pequeñas pero luminosas. El salón era cálido y tenía una gran chimenea en una de sus paredes; la cocina era grande y blanca. No era una casa excesivamente lujosa, pero era su hogar, y los Teibol vivían allí tan felices.

 

Felices e ignorantes, ya que unos años atrás, durante una calurosísima noche de verano, una pequeña estrella fugaz continuó su camino suicida sin fundirse, y terminó cayendo y estrellándose bruscamente contra la base de una cercana colina. Nadie pareció enterarse. Sólo Franklin, el hijo medio tonto de los Henderson, vio como caía el meteorito y acudió allí en su destartalada bicicleta. Los paisanos del pueblo cuentan cómo Franklin relató después que había encontrado una gran piedra que había caído del cielo, que era de color verde y que latía como si fuera el corazón de un gran monstruo. Nadie le creyó. Lo cierto es que el bueno del pequeño de los Henderson era bastante aficionado a inventarse historias de monstruos terribles y fantasmas asesinos, así que no fue extraño que nadie diera crédito a su única historia verdadera. Pasaron un par de días y el propio Franklin creyó que el relato del meteorito era otra de las fabulaciones de su fantástica imaginación. Así pues, la sospechosa roca permaneció allí; y con los años una capa cada vez más frondosa de malas hierbas, zarzas, y demás vegetación autóctona la cubrían haciendo casi imposible que nadie la encontrara.

  

***

 

Un buen día, los señores Teibol decidieron salir a acampar al bosque. Así, Jarod —el padre— y Mary —la madre— pensaban disfrutar de una hermosa y romántica noche bajo el estrellado cielo. Por aquel entonces Mary se encontraba embarazada de su primer hijo, aunque ella todavía no lo sabía. Atravesaron de la mano los bosques de pinos y abetos que rivalizaban entre ellos por hacer cosquillas con sus copas a las blancas y esponjosas barrigas de las nubes. Después de un par de horas de caminata, encontraron el lugar perfecto para pasar la noche: un claro en el que Jarod se apresuró a montar la tienda de campaña. Mientras, su esposa se quitó las botas para refrescarse los pies en la agradable corriente de un riachuelo cercano.

 

Muy cerca de ellos, el corazón esmeralda de una roca alienígena continuaba latiendo, guiado por una incipiente y rudimentaria inteligencia. Llevaba años allí, sola y aburrida. De hecho, los Teibol eran sus primeros visitantes desde que un muchacho acudiera allí montado en una vieja y chirriante bici. La roca trató de comunicarse con ellos, aumentando la potencia y la frecuencia de sus latidos en una especie de lenguaje morse que los Teibol no podían oír ni entender. Era inútil, los recién llegados ni siquiera sabían que estaba allí, oculta entre ramas y hojarasca. De pronto, la roca percibió un nuevo latido que se acompasaba al suyo propio. La señal procedía inequívocamente del interior de la mujer. Era el pequeño corazón del hijo que comenzaba a formarse en el vientre de Mary. En su estado embrionario, el futuro bebé de los Teibol, era lo suficientemente simple y primitivo como para entender el lenguaje de la piedra extraterrestre y además contestar de la misma manera.

 

Fue una noche singular para todos. La piedra y el futuro niño continuaron intercambiando latidos y sensaciones; la señora Teibol se pasó la noche con arcadas y amagos de vómito, y comenzó a preguntarse si no estaría embarazada; y el pobre Jarod estuvo despierto hasta casi la madrugada, atendiendo lo mejor que pudo a su mujer.

Mi profesor de música es un ZombiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora