CAPÍTULO DOS.

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Es un proceso difícil aceptar que estás sola, pero al pasar los días ese pensamiento comienza a tomar forma y descubres una mañana - más bien una horrible mañana - que el otro lado de tu cama aún permanece vacío y las sabanas se sienten frías entre tus dedos.

No tienes un hombro suave donde llorar.

Ni un cuerpo caliente que te abrace.

No hay con quien disfrutar de una conversación por las noches o individuo que escuche lo que piensas antes de ir a dormir.

Y tampoco existe sujeto que se entusiasme por verte llegar a cualquier hora de la tarde.

Sé que nacimos para estar solos, morir solos, ser independientes e invulnerables pero no encuentro la alegría de estar conmigo misma.

No recuerdo el momento exacto en que comencé a sentirme así, lo ignore todo, pensaba que los demás estaban demasiado ocupados y no tenían tiempo para mi, aunque en el fondo sabia que no había nadie porque fui yo quien se alejo. Me excluí de los grupos y disminuí la salidas con amigos. Como consecuencia mi celular dejó de sonar y la lista de contactos se redujo a mi madre, Carolina y el número de los bomberos.

Al pasar el tiempo mi cuerpo olvido como se sentía el tacto de otra piel, los labios perdieron color y ahora se encuentran agrietados, mis ojos no brillan como antes porque ya no tengo a quien mirar y de forma silenciosa perdí la noción de lo que representa amar y sentirse amado.

Esos son considerados como los primeros síntomas de una epidemia conocida como: «soledad» y que se presenta en miles de millones de personas, no le importa el sexo, la edad o el grupo social al que pertenezcan solo se va expandiendo de forma incontrolable en el interior de cada uno de ellos. Los científicos afirman que este problema empeorará a medida que las expectativas amorosas y sociales sigan creciendo.

Debo mencionar que la soledad no se transmite o contagia, por lo tanto, una persona feliz y comprometida no contrae la dolencia por haber estado en contacto con un familiar o amigo que se encuentra triste y solo.

Mi madre solía decir que yo poseía la mala costumbre de convertir situaciones normales de la vida en enfermedades de transmisión sexual. Lo que ella desconoce es que me asusta permanecer enferma el resto de mi vida porque llevo a cuestas un sentimiento egoísta que pide a gritos compañía.

- No puedes solo quejarte y revolcarte en la desgracia, hay personas que están en peores condiciones que tu y siguen creyendo que la vida es maravillosa. Solo dale tiempo a las cosas y te sorprenderás, pero mientras esperas a que eso suceda: ¡levántate y bebamos un poco de café! - dijo Lina hace algún tiempo.

Y eso hice. Me levante a recalentar el café viejo que sobro de ayer y cuando termine de servir el líquido oscuro en la taza sin asa (que se rompió el día que me traslade hasta aquí) me encamine a la ventana y no pude evitar mirar el piso cuatro. Él estaba allí con un cigarrillo en la mano y sus ojos encontraron rápidamente los míos, di un largo sorbo a mi bebida pero sin ponerle fin a nuestra conexión.

Este inocente juego de miradas resultaba ser más adictivo que la nicotina y la cafeína.

Creo que no sería una mala idea invitarlo a beber un café. O al menos eso es lo que Carolina me hubiese sugerido hacer.

Inesperado huracán.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora