Perdóname Padre... He pecado.

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La iglesia le había enseñado.

Le había enseñado lo que era bueno, lo que era puro, así como también lo que no lo era. Le había enseñado a ser un ser bondadoso porque, cuando amabas y aceptabas a Cristo en tu corazón, tu vida se llenaría de una dicha infinita y tu alma se cubriría de bondad, una bondad que le haría imposible tener cualquier rastro de malicia y perversidad.

Al menos eso es lo que le habían dicho a Craig Tucker desde que era un niño, que si se dedicaba en cuerpo y alma a Jesucristo estaría garantizada su felicidad, Craig como cualquier ser humano deseaba la felicidad, y cuando eres niño realmente eres bastante influenciable, así que desde los diez años el pequeño abandono su sueño de descubrir los secretos del espacio para dedicarse a la religión.

Lo cierto es que Craig a pesar de su personalidad logró sobresalir en ese campo, tanto así que era el padre de una iglesia a pesar de su evidente juventud (que no rozaba de unos veinte y pocos), sin embargo, no todo fue color de rosa, no era cierto todo lo que le habían dicho, aunque debía admitir que era feliz con su trabajo y no le pesaba recitar oraciones y hacer todo lo que el trabajo de un padre demanda, había un pequeño detalle.

La pureza, Craig se encontraba siendo un hombre cualquiera con deseos que jamás podría abandonar del todo, deseos, que se reprimía una y otra vez, últimamente aparecían con más frecuencia razón por la cual pasaba en la iglesia más tiempo que de costumbre, incluso al pasar de la media noche. En esas horas hablaba con Jesús, comentado sus miedos, jamás se atrevió a decir sus deseos en voz alta, pero aun así su culpa disminuía un poco.

Dicho esto, comienza la tragedia del Joven Padre.

Todo inició una de las tantas noches que él se había quedado tarde rezándole a su dios, pidiendo clemencia y un poco de vista gorda hacia esos pensamientos impuros, ya que a pesar de estos nadie podría decir que Craig era un mal hombre. Pronunció sus oraciones ignorando la fuerte corriente de viento que ocurrió en unos segundos, a pesar de ser un lugar cerrado; cuando volteo pudo ver entre los asientos de la iglesia unos ojos profundamente verdes clavándole la mirada, como si robará su alma.

—¡Jesús! —exclamó asustado, mientras sostenía su cruz.

—Buenas noches Padre —saludó el hombre mientras sonreía, su sonrisa destilaba malicia y diversión, parecía que algo le divertía infinitamente, Craig se tomo un tiempo para observar al intruso.

Craig no pudo negar lo bien parecido que era, su cabello dorado, aunque parecía rebelde y hecho un desastre no podía evitar tener algo de lindo, la piel rosácea que parecía muy suave, salpicada de algunas pecas por aquí y por allá ¿Y ya había mencionado sus ojos? Unos ojos verdes increíble que por más que Craig miraba no podía descifrar las miles de tonalidades, grises y verdes en ellos; pero a pesar de lucir como una criatura "celestial" había algo ahí que no cuadraba para el moreno la sonrisa pretenciosa del rubio era sólo una de esas cosas, Craig no pudo evitar sentir un aura realmente oscura en el muchacho.

—Estas no son horas de entrar a la iglesia muchacho, hemos cerrado —confrontó Craig con amabilidad, el rubio soltó una carcajada.

—Hablas como si fueras un anciano y te puedo asegurar que soy mucho mayor que tú.

El padre de ojos azul cobalto, lo miro, ciertamente no se veía como alguien muy mayor, pudo fácilmente estar entre la edad del mismo Craig. —De todas maneras, eso no es por lo que estoy aquí, esperaba... confesarle unas cuantas cosas Padre.

Craig estaba en un dilema, no obstante; como padre que se caracterizaba por su buen servicio suspiro algo cansado mientras comenzaba a dirigirse a los confesionarios.

Fuego InfermalWhere stories live. Discover now