Tras haber sufrido,
con el cuerpo intacto,
la mente en llamas,
el corazón destruido,
decidí desaparecer.
Un fino metal,
helado,
rígido,
cortante.
Mi muñeca,
caliente,
blanda,
suave.
Yo,
valiente,
sereno,
roto.
Mis ganas de vivir,
inexistentes,
agotadas.
"¡No puedo!",
exclamé en la bañera,
llorando.
"No soy capaz".
"Hacerlo,
amiguito,
es de cobardes",
oí decir detrás de mí.
"¿Cobarde, me llamas,
por no ser capaz de,
ante este yugo,
seguir con mi vida?"
Me levanté,
salí de la bañera,
y, llorando,
destruido,
descubrí a mi salvador.
Lo llamaban
"el mitigador".
Dos vasos con él,
y tus penas desaparecen.
"¿Dos vasos?", pensé.
No es suficiente,
necesito morir,
morir por dentro."
Ahí comenzó.
