El mitigador,
nombre raro,
se convirtió en mi amigo.
Pronto me acompañaba a todas,
todas partes.
Desde mi propia casa,
hasta a clases.
Hacía amena mi vida.Pronto empecé a notar la ausencia de dolor,
de sufrimiento,
incluso de placer,
poco a poco,
como yo quise,
iba muriendo,
lentamente,
por dentro.Algunos momentos de lucidez,
indeseados,
llegaban a mis ojos:
iba muy mal.
El principal problema,
ahora me arrepiento de,
en mi estupidez,
no haber tratado rápido,
eran los estudios.Esos cabrones,
rastreros,
indeseados,
explotadores,
acosadores,
me tenían siempre estresado.
¿De verdad,
cabeza amueblada,
crees que debería hacerlo?
¿Crees que debería ayudar a esos cabrones que,
con sus gracias,
me han destrozado la cabeza?No, no.
Mi sufrimiento se disipaba con mi amigo,
al igual que mis relaciones,
se apagaban.
Veía menos a mis amigos,
solo de fiesta,
pero el mitigador estaba ahí.Al poco tiempo,
sentí que mi cuerpo,
tal vez exhausto,
rechazaba a mi amigo.Me sentí traicionado,
el que me debería ayudar,
me hace sufrir.
Cada vez que estaba con él,
era inevitable,
al tiempo, sufrir.Lo dejé.
Entonces,
de repente,
encontré a mi amiga,
la más fiable,
Juana María.Podría decirse,
con respeto,
que era una prostituta.
Y muy cara.
Pero era mía,
ahora la necesitaba a ella,
y no al mitigador.Me aclaraba la mente,
me ayudaba en mi día a día.Pero no pudo,
cuando,
sin querer,
me volví a fijar en ella:
Mi catedral.
Mi musa.