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Éramos de esas personas, no desconocidos pero tampoco íntimos: que se encontraban en los pasillos, tenían una pequeña charla, se despedían y seguían con su camino. Después de algún tiempo esas "pequeñas charlas" se alargaban hasta cierto punto en el que nos quedábamos con las ganas de saber más sobre el otro. Decidimos salir para contarnos las cosas que nos sucedían; nos gustó tanto que dijimos que lo haríamos con mayor frecuencia, siempre en el mismo lugar (que poco a poco se fue convirtiendo en nuestro). Nos volvimos tan cercanos que conocíamos más del otro que de nosotros mismos.
Saber tanto de ti me hizo sentir algo que nunca había sentido y luego de pensarlo todas las noches hasta caer en un sueño profundo decidí confesártelo cuando nos viéramos de nuevo en aquel que llamábamos "Nuestro Lugar".
Ese día me tomó por sorpresa ver que no estabas solamente tú, sino que había alguien acompañándote. Después de saludarnos, nos presentaste como "Tu confidente" y como "El amor de tu vida".
Al llegar a casa esa noche sentí las lágrimas deslizarse por mi cara, al mismo tiempo que mi corazón se hacía trizas, conociendo por primera vez lo que las demás personas llamaban Corazón Roto.

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