El sólo hecho de imaginarme besando a alguien a quien apenas había conocido solía provocarme vergüenza, pensaba que para besar a alguien se le tenía que conocer de mucho tiempo atrás... De seguro pensarás que habré cambiado de opinión y que diré que para besar a alguien no es necesario conocerlo de hace mucho, pero en realidad no he cambiado de parecer. Hubo una vez en la que una chica curiosa casi hace que cambie mi forma de pensar, pero las cosas dieron un giro tan inesperado que de hecho este paradigma terminó siendo reforzado.
Digo que era una chica curiosa porque le gustaban las estrellas pero no le gustaba salir de noche debido a su miedo a la oscuridad. Irónicamente la conocí de noche, una vez que se perdió. Quién sabe por qué motivo los demás locales estarían cerrados, pero el caso es que el mío estaba abierto y por lo tanto era el único que iluminaba la pequeña plaza y al que la asustada chica pudo acudir. Cuando entró pensé que se trataría de un cliente y me emocioné (nos estaba yendo fatal en ese entonces), sin embargo, mi emoción se desvaneció en cuanto la vi a los ojos. Sentí algo que jamás había sentido antes, algo así como una relajación instantánea sumada a un vigoroso deja vú.
—Buenas noches —la saludé amablemente—, ¿algo en lo que le pueda servir?
—¡Oh! —exclamó, como si apenas se percatara de que había entrado a un local. La miré pacientemente y se ruborizó por tardarse en contestar—. ¿Podría quedarme aquí en lo que llegan por mí? —preguntó apenada—. No me agrada la oscuridad...
—Por supuesto —le sonreí. Me pareció una chica muy linda—. Con toda confianza.
—Muchas gracias.
Aliviada, se sentó en una de las sillas del recibidor. Examinó con discreción su alrededor y, una vez que se dio una idea del lugar en el que se encontraba, sacó su celular y le marcó a sus padres para pedirles que la recogieran. Por mi parte, no pude evitar dejar de leer para observarla. Realmente era una chica muy linda. Me perdí en la perfecta combinación que hacían su cabello corto oscuro, sus ojos verdes grisáceos y su piel blanca como la nieve. Guardó su celular y hubo un momento de silencio. Lo único que nos separaba eran tres metros de distancia y el mostrador en el que me encontraba recargada. Giró hacia atrás para poder ver, a través del ventanal, el cielo estrellado. Sonrió encantada y por inercia lo hice yo también.
—Desde aquí se pueden apreciar muy bien las estrellas...— afirmó.
Lo cierto es que yo ni siquiera me había puesto a pensar en ello. Para mí las hojas eran el cielo, y las letras, las estrellas. Volteé hacia la derecha y comprobé sus palabras.
—Tienes razón, es como si hubiesen construido este local de tal manera que se pudieran apreciar muy bien las estrellas.
Me volteó a ver y sonrió, parecía muy a gusto hablando sobre ese tema. Sentí un poco de calor en mis mejillas.
—Así que te gustan las estrellas— inquirí.
—Sí, mucho —sus ojos adquirieron un brillo especial—. Lamentablemente, como me da miedo la oscuridad, no soy capaz de verlas apropiadamente...
—Hmm...—eso es irónico, pensé, pero no lo dije porque era obvio que no le haría gracia—. ¿Y por qué te asusta tanto la oscuridad?
—¿Por qué...? —hizo una mueca—. Realmente no lo sé. Desde que tengo memoria me da miedo.
Me interesé; yo también tenía que lidiar con un asunto incómodo que me era inexplicable. Sentí una intensa necesidad de contarle mi "secreto". No para satisfacer mi ego, sino para transmitirle que de alguna forma nos encontrábamos en el mismo canal. Una parte de mí me dijo que no se lo dijera ya que era ridículo y vergonzoso, pero, aun así, otra parte (al parecer más fuerte) me impulsó a decírselo.
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Ficción de chicas
RomanceAparecen chicas queriéndose, así que si no te gusta eso, no lo leas.