Ecos

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La risa de los mellizos resonaba en la habitación vacía. Los juguetes aún tirados en el suelo seguían acumulando polvo. "¡Después los guardo, ma! ¡Te quiero!"; el sonido de los botines de fútbol contra el suelo aún provocaba escalofríos en las viejas tablas de madera. Cualquier paso en falso podría rayarlas... aún más.

"¡Chau tonto!" la huella del zapato que el niño le lanzó a su hermano aún podía notarse si uno se fijaba con atención cerca de la puerta.

Los fierros de las antiguas camas aún se quejaban en las noches por el maltrato que recibieron cuando los pequeños se arrojaban de golpe sobre ellas. Las paredes junto a las mismas estaban rayadas, llenas de dibujos y mensajes de colores junto con algunos manchones más oscuros y dibujos borroneados que mostraban un intento frustrado de limpiar las paredes.

Todas las noches lloraba la perdida de los pequeños. Durante el día el ruido exterior que indicaba que el mundo seguía solo aumentaba su sensación de soledad, de vacío. ¿Por qué el mundo seguía cuando ella lo había perdido todo? Los odiaba a todos.

Ya no habían risas o gritos de guerra; golpes o secretos susurrados en la oscuridad... ya no había nada salvo la pena.

Una mañana la inmobiliaria mandó a una nueva chica para limpiar el lugar. Por las conversaciones que había escuchado cuando ellas venían, sabía que les pagaban una embarazosa cantidad de dinero por quedarse al menos una semana. Por supuesto que nadie había durado tanto, se quebraban tan rápido que casi no era satisfactorio.

El primer día, la chica nueva solo limpió la planta baja y no importó cuántas cosas le arrojé o cuántas veces le grité, ella siguió limpiando sin decir nada. Tenía miedo, lo sabía porque podía verla temblar y sobresaltarse cada tanto pero aun así se quedó hasta que cumplió su horario y se fue en silencio con la mirada enfocada en sus pies, sin mirar a su alrededor.

Al día siguiente se dedicó a limpiar al piso de arriba pero no se acercó a la habitación de los niños. Al parecer la habían advertido. Al ver que no intentó acercarse a ese lugar y que tampoco lo hizo durante los días siguientes, dejé de intentar lastimarla tan seguido.

Al principio me ignoraba pero poco a poco empezó a hablarme, contándome cosas. Nunca se refirió directamente a mí y ambas teníamos un acuerdo no hablado en el que fingíamos que ella hablaba sola. Solo me limitaba a escucharla hablar de su vida porque me entretenía de alguna manera.

Todos los días se quedaba mirando el cuarto de los pequeños aunque nunca preguntó nada. La veía estremecerse al pasar junto a la puerta y escuchar las risas de mis niños.

Un día en el que los ecos de sus carcajadas y gritos se escuchaban especialmente fuertes, se quedó mirando la puerta de la habitación por un largo rato. Después de mucha indecisión, por fin se atrevió a abrir la puerta.

Los sonidos se detuvieron y todo el lugar guardó silencio, conteniendo la respiración al verla en la entrada.

La vi respirar hondo y mirar toda la habitación que se encontraba tal y como ellos la habían dejado antes de irse. Una gruesa capa de polvo cubría cada superficie y el ambiente viciado del cuarto parecía inhalar a grandes bocanadas el aire que entraba desde la puerta.

Cuando ella se atrevió a dejar una sucia huella de su zapato al dar un paso dentro, la ira me llenó. — Es hora de que los dejes ir—suplicó en un susurro, sin ser consiente de mi aborrecimiento— Déjalos descansar—.

Entonces la vi agacharse para agarrar un juguete del suelo y meterlo a la bolsa de basura. La explosión de odio que sentí cubrió toda la casa hasta los cimientos.

NO.

Las ventanas se estremecieron de manera ruidosa ante lo que se avecinaba y la muchacha las miró nerviosa. Las tablas del suelo donde ella se encontraba de pie crujieron en advertencia antes de hincharse y hacerla perder el equilibrio hacia atrás. Los hierros de las camas le chirriaron con ira por su atrevimiento, haciendola retroceder un paso y salir a medias de la habitación. La puerta del cuarto se cerró de golpe, empujándola y haciéndola caer sentada al suelo.

De pronto, el único sonido que se escuchó en la casa fue el retumbar de los vidrios pues nunca dejó de temblar. La mujer, levantándose del suelo con dificultad, miró con miedo a su alrededor y quiso salir de inmediato afuera. La vieja casa se asemejaba cada vez más a una bestia hostil que gruñía con intención asesina haciéndole saber que ya no era bienvenida.

— Lo... lo siento—murmuró suplicante mirando a su alrededor nerviosa— yo solo quería ayudar y...

¡BAM!

El portazo que di con la puerta del baño cortó bruscamente su excusa barata. Cerré todas las ventanas del primer piso de golpe y les puse seguro. La expresión de pánico que hizo al verlo me llenó de satisfacción.

Una a una las puertas de las habitaciones que ella había dejado abiertos para limpiar se fueron cerrando de manera estruendosa y por fin la chica pareció entender que debía salir de aquí.

Se giró lo más rápido que pudo y corrió directo hacia las escaleras sin molestarse en buscar sus cosas. Pero ya no la dejaría irse... Quería que muriera. Sacudí las escaleras y las hice torcerse al máximo, haciéndola trastabillar a medio camino y rodar camino abajo. Sonreí al verle el pequeño corte en la frente y oírla quejarse. Los picaportes de las puertas se movieron una y otra vez, burlescos, riéndose conmigo al verla llorar.

Al final se puso de pie una vez más con algo de torpeza y corrió hasta la puerta de salida. Le permití abrirla solo para ver como su esperanza se transformaba en horror al notar que se encontraba nuevamente en una habitación del primer piso y su oportunidad de irse se alejaba una vez más.

Ahora ella también me pertenecía. Jugaría con ella hasta que se rompiera como los demás pero trataría de hacerla durar un poco más esta vez. Cuando finalmente dejan de gritar, los ecos de la casa me atormentan en su lugar haciéndome añorar algo que ya nunca podré tener. 




¡Hey! ¡Gracias por leer! <3 <3 <3

Espero que les haya gustado!
Aviso que le hice modificaciones (sobre todo al final) :3

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