Capítulo 1: Las muñecas de trapo

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Tras haberle asestado una apuñalada a la desconocida politicucha anglosajona, tan solo pude ver un montón de puntos blancos, una visión borrosa y nada, nada más que un profundo negro. Cuando recuperé la visibilidad, pensé por un momento que solo me había desmayado por algún tipo de doloroso shock o bien por una pérdida de sangre. En ese momento me había dado cuenta que levitaba como un espectro, quien observaba un escenario en que 'yo' estaba tumbada en un charco de sangre ajena.

Los médicos presentes se llevaron a la mujer anglosajona a otra sala, mientras a la desesperada, intentaban reanimarme conforme podían. Mi cuerpo físico no respiraba, sin embargo, a cada intento en que aplicaban el desfibrilador o los primeros auxilios, una extraña fuerza me succionaba de nuevo hacia mi cadáver. Aunque a la desesperada, los doctores y doctoras no lograron despertarme del sueño final; tampoco tuvieron suerte con mi primera y última víctima de mi vida 'como humana', después de todo, vi de qué forma su ánima se mostraba desde hacía un rato delante de mí incluso con su occiso en otro cubil, pero con una mueca de odio eterno. Ella (o mejor dicho, su espíritu) me dijo algo inaudible, yo intenté responderle y disculparme por mi inhumana acción, empero tampoco pude escuchar mi propia voz.

Por la que iba a ser mi profesión, había estudiado todo tipo de religiones, desde las más antiguas hasta los remanentes actuales y monoteístas. Al principio pensé en que me convertiría en 'nada' y mi físico acabaría devorado por los gusanos tras el pudrimiento de la caja que contenía mis despojos, o bien podría tener suerte en ser incinerada y dispuesta en algún bello paraje, convirtiéndome así en parte del principio de la cadena trófica. No obstante, eso no tenía por qué pasarme, quizás había subestimado a esas creencias utilizadas como excusa por líderes para hacer efectivo el control social, quizás, solo quizás, podría haber algo posteriormente a la muerte.

Mi obra favorita de literatura, la Divina Comedia, hacía una construcción ficticia y cristiana del Más Allá: el Infierno, Purgatorio y Paraíso. Según esta cosmovisión, en mi caso, debía de terminar en el Infierno, más concretamente en el séptimo nivel junto a otros homicidas y suicidas. Aquello me apenaba, pues hubiese estado bien quedarme en el primer nivel, ya que allí se hallaban los más ilustres e interesantes individuos. Por otro lado, podía pensar en la ausencia del plano fantasmal y como en el budismo, reencarnarme en alguien nuevo a costa de dejar atrás toda esta vida y posibles anteriores. En este último caso sentí miedo, ya que terminaría siendo un cantal o una piedra tras haber cometido el crimen máximo.

¿Ya vienen a por mí? ¿Será Dios, alguna divinidad politeísta o una ley natural aún no observada por la ciencia? En el suelo enlosado tono marfil de la habitación donde morí había aparecido una grieta que no respetaba las dimensiones que conformaba un espacio. Su color era el más atezado y oscuro que había visto nunca, ya que ni siquiera las pantallas de última generación eran capaces de imitar este; el más negro era el de la ausencia de percepción, pero en este caso era algo que estaba ahí y yo podía ver con los ojos 'espectrales' abiertos.

Había cometido una sandez más y no iba a intentar nada más, así que me dejé succionar por la 'vorágine oscura' a la par pensaba en lo tristes que estarán papá y mamá, así como las familias de Néstor, María y Fátima. Incluso sentía pesar por los hijos e hijas, esposo o esposa de aquella mujer que yo acabé con mis manos durante un momento de enajenación. Realmente no llegué a comprender cómo fui capaz de acabar con una vida de mi misma especie. Era una lástima, ya que antes de pasar a juicio astral, me hubiese gustado disculparme de ella y enmendar mi error, aunque sea haciendo de 'ángel de la guarda' o 'guardiana invisible' de sus vástagos.

Así pues, atravesé el absoluto negro y acabé en un lugar que parecía no respetar la física o cualquier ley general, casi como un sin sentido ordenado tipo el País de las Maravillas de Lewis Carroll. No había nada, tan solo un infinito de esferas de distintas tonalidades y sonidos desconocidos, aunque también susurros inaudibles conocidos. Si yo hubiese sido una alquimista del pasado, juraría que esto sería lo más parecido a algo que apodaban el 'océano del conocimiento', o quizás 'la Biblioteca Akhásica' ¿el 'mundo de las ideas' que tanto hablan los filósofos? Es decir, todos los multiversos y dimensiones en un mismo lugar. A diferencia de mi estancia como ánima en la Tierra del siglo XXI, ahora me hallaba transformada en una silueta antropomorfa y semitranslúcida carente de dimorfismo sexual.

Reencarnada en una Miserable Vol.1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora