Aquello que sus ojos veían, ¿Sucedía realmente?. Ese chico pequeñito y tembloroso de verdad se atrevía a retarle, debía de ser una broma, una de muy mal gusto. Un chihuahuita sería más amenazante que eso.
Él joven rubio miraba con sorna a aquel joven frente a él, ese de cabellera adornada con rizos de verdosos al igual que los grandes ojos repletos de temor, su boca temblaba como si estuviera a segundos de empezar a llorar y apretaba una preciosa espada en un intento vano de aparentar rudeza, que ternura.
Con aquella espada se atrevía a apuntar al gran dragón frente a él.
Las bocanadas de aires que tomaba al respirar eran tan fuertes que se podía apreciar él momento justo en él que él aire era retenido en él pecho, sus manos sudorosas y cubiertas por unos bellos guantes blancos batallaban para no soltar el precioso metal entre ellas.
—N-no-no... ¡No te me acerques!— exigió él de ojos color esmeraldas alzando él tono de voz entre tartamudeos. El contrario le ignoró y solamente siguió su caminar elegante hacía él, con una sonrisa ladina en su rostro que dejaba a la vista sus enorme colmillos.
—¿Qué te estas creyendo, humano?— preguntó con voz áspera aquella bestia, soltando una risa que le dio escalofríos al menor —Vienes a mi territorio sin ninguna invitación, asustaste a mi gente y luego estas aquí, en posición de supuestamente amenazarme. Acaso... ¿Esperabas una bienvenida con té o algo así?, incluso has durado entero más tiempo del debido, tiemblas tanto que me has entretenido de matarte de una vez.
La actitud del de ojos rubíes fue demasiado agresiva, el pequeño humano podría jurar que estaba a pocos segundos de mojar sus pantalones pero, todo tenia una justificación. Siendo con tan sólo quince años el importante líder de una gran manada de dragones, debía poseer un fuerte carácter para imponer su autoridad. Su pequeña edad no era impedimento alguno para ser líder, ya tenia experiencia al ver como sus padres guiaban al pueblo de forma tan limpia con anterioridad. Katsuki es conocido por ser justo y correcto.
No era nada fácil encargarse de cuidar y proteger a unos salvajes dragones, mucho peor considerando que la mayoría eran pubertos de entre trece y dieciséis años, los pocos adultos que quedaban no eran lo suficientemente joviales para aguantar tantos problemas de mocosos hormonales y peligrosos, los pobres ancianos merecían paz. Sí, el rango de edad de la manada era bastante extraño pero, casi todos los adultos habían muerto en batalla poco tiempo atrás y por lo mismo él fue el único que pudo tomar las riendas para evitar el caos, fue un momento de gran oscuridad que todavía perseguía a todos.
Izuku tragó saliva fuertemente, la mirada del rubio perforaba su alma y el ambiente era tan denso que rogaba con toda su alma que un hueco se abriera a sus pies y lo lanzara a la otra mitad del mundo.
—So- soy Izuku Midoriya.
Izuku jamás había imaginado la posibilidad de ver cara a cara a aquellas criaturas místicas casi sacadas de un cuento, tampoco el hecho de haber encontrado un lugar tan fantasioso, de otro mundo, creía que era solamente un mito. Aunque el mundo de Izuku estuviera literalmente lleno de magia, seguía siendo extraño haber encontrado a las tan extrañas criaturas que se creían extintas o inventadas y esparcidas como una leyenda.
Sin duda su vida rodeada de lujos y diversión en el castillo del rey Enji no podía compararse para nada con esto. Todo era simplemente bello, podría pasar todo él día mirando maravillado a los árboles de colores fantasías o las aguas extremadamente cristalinas. Pero el destino no eligió una mejor situación para darlo a conocer. Al adentrarse al pueblo misterioso todos parecían asustados al ver su enorme espada, el no sabía el temor de los dragones a las armas, con ellas mataron a los suyos en otro tiempo.