Primera parte

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Ella se fue, la vi partir, la vi con mis propios ojos.

Tomó su motocicleta. Estaba enojada, con una mezcla entre la tristeza y la rabia muy particular. Pensé en detenerla, pero no me moví de mi sofá. Yo estaba mirando la televisión, esperando a que comenzara el partido. "De seguro sabrá qué hacer" me dije a mi mismo cuando la miré. Era una chica de diecinueve años, casi veinte, debía de tener muchas ideas en la cabeza. Sabía actuar responsablemente, era estudiosa, muy dedicada a su carrera.

Jamás me imaginé que saldría huyendo, no de esa manera. Creí que de empeorar las cosas, perdería un año y haría un nuevo examen. Que era capaz de conseguir un trabajo y dejar pasar el tiempo. Pero nada de eso sucedió. No fueron los estudios los que la desesperaron, no fueron sus amigos ni nosotros; sus hermanos. En realidad conoció a un tipo. A mí me llegó a agradar, creo que fui el único que simpatizó con él. Los demás se pusieron celosos, como acostumbraban. Heredaron esa tradición familiar que perteneció a mis tíos. Yo salí diferente, tal vez porque fui el último...

Algunos vecinos miraron los hechos. La señora que siempre riega sus macetas, enfrente de nuestra casa, observó cómo mi hermana encendió su moto, dijo que tenía los ojos enrojecidos. Allí olvidó su casco, tal vez accidentalmente. Quizás con intención, enojada con la vida. Salió con un pantalón de mezclilla, una blusa fresca de color rojo. Como si hubiera planeado que los carros la vieran, que ninguno se cruzara un su camino, porque llevaba prisa.

Necesitaba hablar con él; el mismo tipo que se mantuvo ajeno a mi familia, como una línea paralela. Mi padre ni si quiera lo conoció, hasta el día de hoy, no quiso dirigirle la palabra. Mi mamá platicó con él, en algunas ocasiones, cuando llegó del supermercado y lo encontró en la calle, esperando a su hija. Cuando le tocó abrir la puerta, cuando se lo topó casualmente.

Los dueños de la tienda vieron a mi hermana doblar por la esquina, con el corazón acelerado, pegando de brincos en los topes. Salió a la avenida, tomando camino hacia el sur, no sé cuantos minutos pasaron. Supongo que se pasó un alto, porque hubo un choque entre Independencia y Las Américas. Dos conductores aseguraron que evitaron a un motociclista, que por eso maniobraron bruscamente, pegando un carro con el otro.

Ella continuó con su camino. Era una tarde de viernes, el viento tranquilizaba un día caluroso, como anticipando la lluvia, mientras el pavimento se deslizaba por debajo de mi hermana, la única hija mujer de la familia... Tan querida por mis padres, por cada uno de nosotros.

No sabría explicarlo. Me faltan las palabras suficientes para retratar nuestra relación. No nos vimos mucho durante el último año por culpa de la escuela. Yo tuve más tiempo libre por ser más chico, debo de confesar que me da miedo alcanzar su edad. Siempre la miraba sufriendo, con las ojeras moradas y grandes, los cabellos despeinados y la cabeza enfadada con la vida. Me da pena decir, que ese muchacho que está del otro lado, enfrente de nosotros, conoció más de ella. Que estuvo más presente durante los últimos días, miró de cerca su dolor, sus alegrías y emociones.

–Fue tu culpa. –Le gritó mi hermano más grande, hace más de una hora. – ¿Cómo te atreves a venir aquí cabrón! ¡Órale, a chingar a tu madre!

–Cállate Juan. –Lo interrumpió mi mamá, con un tono tranquilo. –Nadie tiene la culpa, ni si quiera tu hermana.

–Si hubiera tenido un poco más de cuidado. Pero estaba distraída, –mi hermano miró al hombre. –pensando en quién sabe qué cosas...

Cerré los ojos y los oídos, no me importaba estar en su drama. Por un momento pude sentirla, como si se hubiera levantado de su reposo para acariciar mi cabello, para peinarlo suavemente, con ese toque que sólo las mujeres tienen. Luego fue como si sus manos delicadas y delgadas pasearan por mi frente, de izquierda a derecha, varias veces.

–No estoy muerta. –Me susurró al oído.

Abrí la mirada gravemente asustado, como si hubiera sido herido en el mismo acto. 

La motocicletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora