15-BIANCA
No dejo de dar vueltas por el salón esperando a que Lucas entre. Cuando oigo la puerta me dirijo allí preocupada.
—¿Qué... qué te ha dicho? —pregunto agobiada.
—No te preocupes. No te tienes que ir a ningún lado. Te quedas conmigo. —Se me escapa un suspiro de alivio y sonrió contenta a Lucas. No es que tenga nada en contra de Andrés, aunque su aspecto es un poco impresionante. Es un hombre alto y mucho más corpulento que Lucas. Pero no es por eso. No quiero estar fuera de todo esto, no cuando la vida de mis padres está en juego. Él también me sonríe y me analiza con curiosidad, hasta que me pongo nerviosa y aparto la vista. Eso me hace fruncir el ceño, no es algo normal en mí, pero es cierto que últimamente estoy pasando por demasiadas cosas. Creo que a él también le ha extrañado porque carraspea y dice—: Vamos a desayunar. Nos vendrá bien a los dos.
—Sí.
Durante el desayuno Lucas me hace preguntas con su tranquilidad natural. Me sorprende darme cuenta lo aliviada que me siento al compartir todo con él. Me da seguridad sentir su apoyo. Después de varios días consigo disfrutar de la comida, que al final han sido unas tostadas porque los cruasanes se quemaron. Incluso se me escapa alguna risa cuando me cuenta cómo Andrés le ha estado tomando el pelo por mi huida.
—¿Quién es Yuri Záitsev? —me pregunta mientras da un sorbo al café.
—¿Has visto mis notas?
—Estoy incluida en ellas —dice sin apartar los ojos de mí.
—Ya, lo siento, pero eres parte de todo lo sucedido —digo sonriéndole para suavizar la situación—. Creo que Yuri es quien tiene a mis padres.
—¿Cómo has llegado a esa conclusión?
—Ven —digo levantándome para ir a la habitación donde tengo mis notas colgadas en la pared.
Se basan en cuatro folios con la gente que ha participado en el caso. La mayoría de las hojas están vacías porque apenas he encontrado información sobre ellos. En ellas se encuentran: Diego Delgado, del cual después de buscar por internet he descubierto por varias noticias antiguas que se trata de un narcotraficante perseguido en España y en varios países de Sudamérica. Cuando lo descubrí casi no podía creerlo y la angustia por mis padres llego hasta niveles incalculables. Pero también hizo que aumentara mi determinación por saber más de lo qué pasaba. En la siguiente hoja venía la información de Carlos Dominguez, que había descubierto que era el chico que me había dado el mensaje para Diego. Casi toda la información que tenía de Carlos pertenecía a las fotos que hice del blog de notas de Lucas. Luego tenía una con la información de Lucas. Como no conseguí encontrar nada sobre él había puesto lo que sabía: dónde vivía, que era detective privado y algún dato más que de poco servía para mi investigación. Por último estaba la hoja de Yuri Záitsev
—¿Te acuerdas que te dije que la semana pasada sentía que me seguían?
—Sí —dice Lucas sin apartar la vista de mí.
—Bien. Pues resulta que durante esa semana vi varias veces un coche que me llamo la atención: un Ford Fiesta azul. —Se me dibuja una sonrisa cuando los ojos de Lucas brillaron al reconocer el nombre—. Así que, sólo por si acaso, decidí apuntar la matrícula. Así es como descubrí que el propietario del coche es Yuri, que tiene treinta años, es ruso y una lista de antecedentes bastante violentos. Después deduje que era él quien tenía a mis padres porque con la persona que hablé tenía un acento extraño, como de Europa del Este. Bueno... y porque no tengo muchos más sospechosos —confieso algo avergonzada.
—¿Cómo supiste todo eso?
—Tengo un conocido en la policía que lo investigo. —Y que después de darme toda esa información se negó ayudarme más cuando vio la ficha de Yuri.
—¿Desde qué teléfono le llamaste? —pregunta preocupado poniéndome nerviosa.
—Con un teléfono desechable que he comprado. ¿Por qué? —Su cara se relaja.
—Chica lista —dice sonriéndome—. Lo que has descubierto es muy interesante. Yo también he hecho mis averiguaciones. Venga —dice comenzando a despegar los papeles—, recoge tus cosas. Nos vamos a mi casa. —Cuando está quitando la hoja donde está su información me la enseña con una mueca en su boca—. ¿Gorrón de cigarros y engreído gilipollas es lo único que has conseguido descubrir de mí?
—Y que besas muy bien —digo señalándole donde viene escrito, me levanta una ceja—. No hay nada de ti en internet, eres como un fantasma. Ni siquiera he encontrado una red social en la que estés. —Su sonrisa aumenta y puedo ver esos hoyuelos.
—Lo sé. —Pongo los ojos blanco por su prepotencia e ignorando su risa me pongo a recoger mis cosas.
—¿Y cómo vamos a ir? —pregunto cuando he terminado de recoger todo. No hace falta que me conteste porque ya he visto el casco en su mano. Noto cómo toda la sangre desaparece de mi cara—. ¡Ah, no! Yo no me pienso subir en esa máquina.
—No empieces, Bianca —dice Lucas con diversión en los ojos.
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Dejo que el chorro de agua caliente relaje mis músculos que todavía tiemblan por la tensión y el frío mientras mentalmente no dejo de maldecir a Lucas.
Le propuse que nos encontráramos en su casa, que él fuese en moto y yo cogía un autobús hasta el centro de Madrid. Se negó alegando que tardaría mucho. Una estupidez, porque al fin y al cabo, ¿qué más le daba que llegase una hora más tarde? Se lo había rebatido pero Lucas ha demostrado ser más terco que las mulas. Intenté refugiarme en el hecho de que no tenía casco pero en diez escasos minutos Lucas volvió con un casco. Estoy convencida de que lo ha vuelto a robar, pero no tenía forma de demostrarlo. Al final tuve que ceder volviendo a montar en lo que se ha convertido en uno de mis nuevos enemigos. Cuarenta minutos de tortura que es lo que tardamos en recorrer desde Collado Mediano en la Sierra de Madrid donde estaba la casa de los padres de Matt hasta Alonso Martinez en el centro de Madrid donde vive Lucas. Durante todo el recorrido fui incapaz de abrir los ojos aferrándome a Lucas como si fuera mi salvavidas, algo que sospecho que le parece muy divertido. Pero además también había descubierto que mi bonito abrigo de cachemir no era el mejor abrigo para recibir el aire de noviembre a ciento veinte kilómetros por hora. Lucas me había ofrecido su chaqueta que yo había rechazado con un "sólo vamos al centro". Me entra otra tiritona al recordar ese aire polar.
Cuando voy sintiendo que el frío y el agarrotamiento se me van pasando decido que ya puedo salir de la ducha. Me envuelvo en una toalla y observo el baño de Lucas. En general Lucas tiene una casa bonita, no muy grande aunque sí que más grande que la mía. Medito un rato si es correcto husmear en las cosas de Lucas. Sé que no, pero... necesito un peine. Bajo la vista a uno de los cajones que hay debajo del lavabo. Lo abro con sigilo. Una maquinilla de afeitar, bastoncillos de algodón, desodorante, un peine, una pastilla de jabón sin abrir y un bote de colonia. Cojo la colonia y la huelo. Se me dibuja una sonrisa tonta en la cara, huele a él. La vuelvo a guardar para coger el peine. Mientras me peino observo el segundo cajón. Me muerdo el labio. «¡Bah! ¿Por qué no? Él me ha hecho venir en moto» pienso abriendo el segundo cajón. Se me abren unos segundos los ojos por la sorpresa cuando veo lo que hay en el cajón para luego contener una risa. Cojo la caja del corrector dental y me tapo la boca para contener la risa. No sabía por qué pero me imaginaba que me encontraría otro "tipo de caja", no la de un corrector dental. El hecho de que Lucas use un corrector dental para dormir me parece tierno y eso me produce un cosquilleo en el estómago que no me gusta. Dejo la caja y me seco el pelo con la toalla a toda prisa.
Una vez en el salón me encuentro con un montón de papeles distribuidos por el suelo y con Lucas sentado en su escritorio concentrado en el ordenador. Al oírme levanta la vista de la pantalla y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. La verdad es que me siento mucho más tranquila desde que Lucas está conmigo.
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Te cambio...
General FictionBianca es una chica de veintiséis años normal. Sus pasiones: salir de fiesta con sus amigos por Madrid, ligar y bailar. Su vida es simple, y le encanta que sea así. Lo que no puede imaginar es que en una noche de marcha, por culpa de un cigarro y u...