Eterno enemigo

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El hombre volvía a él. Esta vez vistiendo una holgada camiseta gris y pantalones cortos, las marcas en piel y mente continuaban. Una vez mas se preguntó cuándo terminaría el sufrimiento del humano y de nuevo se lo recordó, era débil.

Lo saludó alegremente, como si Kei pudiese contestar, se cuestionaba cuánto iba a durar este juego. Todo el parloteo constante del hombre con mechones teñidos de brillante amarillo, Kei lo escuchaba, aún sin conocerlo realmente, él lo hacía. No recordaba el tiempo exacto de su comienzo en la rutina, pero conservaba su sentir. El temor, su desconcierto, la sorpresa y su finalmente media comprensión.

Kei temió al ser humano, no hacerlo demostraría su falta de cordura, otrora entendió que la gallardía mezclada con estupidez en un marco de ego masivo frente a su eterno captor y presa era, sin lugar a dudas, la formula perfecta para el fin de su existencia. Samuel T. Owen lo demostró.

El hombre se mostró débil y sin defensa. Kei se ocultó con la oscuridad de la noche, su enemigo inteligente fue, siempre lleno de astuta malicia. Lo observó, Kei acabaría con su presa antes de perecer por ella, tan cuidadoso se tornó, más él atrapado fue antes de saberse objetivo. Miró mucho mas de lo debido y sucumbió ante una debilidad letal.

Su presa se derrumbó sin demora en el suelo, bañado por luz de luna, perfumado por suave melancolía. Con rodillas y frente posadas en pasto invernal, en medio de la nada, gimió con rabia y desespero, prontamente su vista se mostró inestable, las mejillas humedecidas estaban.

A Kei le desconcertó, la debilidad de su eterno enemigo se presentó, nunca habiendo visto tal desnudez en el hombre. Con cautela se acercó, siempre de sobrevivientes fue. Continuaba sin dar atención a su cazador, mas cuando la distancia fue mínima, él lo reconoció.

“Mátame” dijo, “Acaba conmigo”. Kei fue sorprendido, las llamativas orbes lo miraban con esperanza, no miedo ni determinación asesina. Aquel no era su enemigo esperado, sino un etéreo ser. Kei lo observó aún más, él era un cazador de su especie, uno letal y con bastos honores plasmados en insignias, porque todos los humanos lo eran.

“Parece que no eres de mis presas, solo un cachorro de pantera… demasiado temeroso… y tonto para huir, por lo que veo”. Kei gruñó. El humano lo miró con interés. Su brazo fue extendido con lentitud, sus dedos se acercaron sutilmente y Kei titubeó, terminó por retroceder. Los mechones cubrieron sus ojos y sonrió con resignación. Soltó una risa ahogada, era terriblemente ridículo.

El hombre comenzó a balbucear y Kei se echó en el suelo, escuchó al hombre, mucho más de lo que debió. Finalmente Kei lo entendió medianamente después de bastante tiempo. El humano de aspecto amable fue cuarteado y rasguñado, llevaron su mente al dolor constante, la resignación a su deber establecido para el supuesto beneficio de su especie, pero no era su enemigo eterno, aún no.

Aquella noche, luego de tanto, sus largos y delgados dedos se deslizaron por primera vez entre el pelaje negro ónice de Kei, una dulce caricia que podía ser demasiado seductora para su bienestar, más el se resignó, sabía que perdió la lucha frente aquel hombre hace mucho, la debilidad de su ser lo enterneció y enjauló, dio su libertad por sonrisas humanas. Kei se sabía muerto, cuando Kaito sucumbiera ante la idea del exterminio de su especie, cuando rompieran su objeto de admiración, él perecería, Kaito mismo acabaría con él, porque ambos sabían lo que era el otro.

Después de que su humano se marchase, Kei volvió a su forma humana, se derrumbó como Kaito había hecho hace años y lloró, no por su ya inminente final, sino porque aquello fue su decisión, él mismo se condenó al hombre, su próximo eterno enemigo. Sujetó su preciada libertad y la entregó por efímera felicidad.

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Oh! Bien, espero les guste... o se entienda! *~* de cualquier forma... cualquier duda es bienvenida :)
Gracias por leer, saludos! :')

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