LUTO

29 2 0
                                    

"Y en las noches de luna imaginaria

sueña con la mujer imaginaria que le brindó su amor imaginario,

vuelve a sentir ese mismo dolor, ese mismo placer imaginario

y vuelve a palpitar el corazón del hombre imaginario"

Nicanor Parra

Las probabilidades de que muera un poeta son tantas, como humano sea el artista en cuestión. El escritor permanece vivo en sus letras. En la materia será indeleble según lo eterno que sea el libro, el librero, el papel, la resistencia de los forros, la necedad de la memoria, los lectores. Pero muere. Después de tanto vivir y escribir como la gana le dio, muere. Así muere todo, en medio de la efervescencia, al final de la copa, al inicio del llanto, no hay tiempo preciso. Todo termina muriendo. La necedad de crear nos hace creer que en nuestras letras siempre viviremos.

Las probabilidades de que muera un amor son nulas. Los amores no mueren, se transforman, mutan, cambian, pero jamás mueren. Lo que tiene probabilidades altísimas de morir es la esperanza. Esa de darle vida terrenal al amor. Volverlo una caminata diaria por la mañana y por la noche. Que antes de dormir se platique sobre perros, música, comida y muerte.

Lo que muere es desear que el amor se materialice en compartir los gastos, los trastes, la ropa de cama, las quejas, las llaves, los vecinos, las almohadas, la vista. Compartir el deseo de que cada avión en el cielo sea una estrella fugaz a la que nada se le puede pedir pues lo tienes todo a tu lado. Esperar que el amor sea que los hijos compartan tu sangre y así, por fin, sentir que algo vivo nos pertenece.

Queremos que el amor sea compartir el seguro social y en la vejez cobrar juntos una pensión. Que sea discutir por la basura tirada en la barra de la cocina, por la ropa en la cama, las botellas de agua acumuladas, la pérdida de la correa del perro. Que el amor sea salir juntos en las fotos colgadas en la pared y finalmente, al terminar el día, encender juntos las velas para dormir abrazados a media luz y con olor a cera.

¿Qué probabilidades había de que la esperanza de volver terrenal a nuestro amor y un poeta murieran el mismo día? Todas. El anti-poeta y el anti-amor pueden compartir el mismo ataúd.

¡Qué mayor honor para un amor en potencia que estar enterrado a un lado de un poeta! Más de cien años de rebeldía y revolución le vendrán bien de compañía a un deseo prematuro, que fue asesinado por la mano dura de un ajeno corazón debilitado.

Le encargaremos al poeta haga una lectura diaria mientras la tierra los cobija. Le pediremos un verso que permita una resurrección o una reencarnación de ambos. Entre dos hacemos el hoyo, metemos la caja, en ella la esperanza. Encima capas y capas de tierra llena de minúsculos insectos que, ansiosos por devorar a los nuevos inquilinos, se hundirán rápidamente.

Nada muere sin razón los martes. Es un sacrificio. Al dios Marte le vendrá bien, después de una dieta a base de vacunos, recibir en ofrenda un poeta y una fe muerta, será un manjar. El guerrero bajará su armadura y en su degustación llorará como hoy lloran los lectores necios y los amantes tercos.

El dios llorará un martes saboreando un ciento de años y un ápice de tiempo. La muerte de un poeta ennoblecerá al dios guerrero. La soberbia muerte partirá la vida con una línea invisible que dividirá a todo después de este doloroso velorio. Y la vida: terca, necia, exigente, maldita... seguirá. Ella y su infinito desdén sumará más días a su cuenta, más experiencias, personas, sueños, desamores y libros. Siempre continúa.

La vida hará que otros renazcan, que muchos otros amores se realicen, pero hoy se le dio la gana que las probabilidades empataran y guardo el mismo sitio para el cierto y el quizás.

Aviento unas hojas de parra sobre su tumba. Doy la vuelta. Termina el día en que un poeta y una poesía comparten la misma sepultura.



LUTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora