Que me obligasen a ser el encargado del festival del instituto solo porque se tocar el violín, me parecía lo más injusto del mundo. Pero no puedo negarme. Y menos quedando menos de una semana para que se realizara. Al menos, si soy el encargado de realizarlo, mis padres no me obligarán a tocar el violín delante de toda la clase.
La profesora de música, Rosa, nos asignó una tarea. La mía era buscar a alguien que cantase bien. Sonaba más sencillo de lo que era.
Mi idea principal era colgar un cartel anunciando unas audiciones, pero Rosa me dijo que lo mejor era que primero buscara por el instituto. Me contó que tenía experiencia en esto y los chicos de nuestra edad no se apuntaban tan fácilmente. Decidí hacerle caso a ella. Yo no tenía experiencia y ella si.—Marco, recuerda que puedes apuntarte si quieres.
—Ya. Gracias pero no.
—Pero tocas muy bien el violín.
—Ya pero... no me gusta tocar en público.
—Bueno, no insisto más. Pero si quieres, solo tienes que decírmelo.
—Gracias.
Me disponía a marcharme del aula, cuando la profesora volvió a llamarme.
—Una última cosa Marco. Es mucho más sencillo si empiezas a preguntar por tus amigos.
—Vale, lo haré.
Oculté el pequeño detalle de que yo apenas tengo amigos.
—Y si encuentras una chica que cante bien ya sería genial.
—¿No vale con un chico?
—Si, claro que vale. Pero tu busca primero una chica. ¿No tienes ninguna novia a la que preguntarle?
Me ruboricé un poco por la pregunta. Yo nunca había tenido mucho contacto con chicas. Pero, obviamente, no se lo iba a decir.
—Veré que puedo hacer.
Salí rápido del aula, antes de que a Rosa se le ocurriera otra pregunta.
¿Por donde empezar?
Decidí ir a la cafetería. Compré una botella de agua y empecé a dar vueltas buscando gente que cantara bien.
Nada. Nadie cantaba. Pasaron unos diez minutos y empecé a darme por vencido. Iba a salir de la cafetería cuando una voz me detuvo. Me giré y pude ver como una chica rubia que estaba de espaldas cantaba para sus amigas. Y la verdad es que cantaba como un ángel. Era perfecta. Me dirigí hacia ella cuando el timbre anunciando el final del recreo sonó. Las chicas, apresuradas, se pusieron las mochilas a la espalda. La chica rubia, al subir el brazo, se le enganchó un pendiente en la manga. Dio un tirón y el pendiente cayó al suelo. Ella no tenía tiempo para recogerlo, supongo que decidiría ir a buscarlo luego a objetos perdidos, y salió rápida de la cafetería. Intenté ir detrás, pero la gente no me dejaba paso y me di por vencido. Cuando la cafetería se vació me acerqué a la mesa donde la chica de la voz de ángel había comido. Un pequeño brillo centró mi atención en el suelo. Su pendiente. Lo recogí y lo miré. Era un pendiente plateado con forma de estrella. La verdad es que le pegaba a la chica de la voz de ángel. Ahora sólo faltaba encontrarla.
Esperé a que sonara el timbre de cambio de clase pensando. Las dos chicas que estaban con la chica de la voz de ángel estaban en mi clase. Quizá ella lo estuviera también. ¿Que clase tenía ahora? Matemáticas. En el aula 112. Decidí esperar delante de la puerta del aula a que sonara el timbre. Finalmente, sonó. La clase salió apresurada por llegar a su casa. La chica rubia estaba de espaldas. La reconocí porque estaba contándole la canción de antes a un chico con pinta de bruto. No se por qué, pero unos increíbles celos se apoderaron de mi. Quería que la chica de la voz de ángel me cantara a mi y no a ese idiota. Intenté ir detrás de ella, pero no logré alcanzarla. Tendría que esperar al día siguiente.La mañana del martes, a primera hora, me salté la clase para contarle a Rosa todo lo que había pasado. Me animó a que la buscara y me dio permiso para saltarme las clases que necesitara.
Cuando sonó el timbre de la hora de comer, volví a la cafetería, con el pendiente en la mano. Decidí sentarme en una mesa hasta que viera otra vez a la chica de ayer. Una chica morena de pelo largo se metió en mi camino.
—Oye.
—¿Que quieres?
No tenía mucha paciencia para aguantar a esa payasa. Nunca me había hablado, ¿Que querría ahora?
—Estás en mi mesa, idiota.
—Yo no veo que tenga tu nombre.
La verdad es que yo nunca era muy violento y en ocasiones normales no le hubiera respondido eso, pero es que tenía muchas ganas de encontrar a la chica de la voz de ángel.
—¿Te quitas tu o te quito yo?
No respondí a eso. Ella hizo un gesto y un chico ma agarró de la sudadera para quitarme de la mesa. El pendiente de la estrella se me resbaló de la mano. Y parece que la chica morena se dio cuenta. Se agachó y lo recogió.
—Es mío.
Me quedé de piedra. No podía ser esa tonta la que tenía aquella preciosa voz.
—No es tuyo.
—Si que lo es, te estoy diciendo.
Suspiré antes de pedirle que me acompañara. Con recelo me siguió.
Llegamos al aula de música y se la presenté a Rosa.—Creí haber oído que era rubia.
—Es que me he teñido el pelo.
La profesora, no muy convencida, le dijo que cantara algo. La chica, cuyo nombre era Bridney, se preparó para cantar.
Cuando lo hizo, casi me desmayo. Esa chica no era la chica de la voz de ángel. No cantaba nada bien. Cuando acabó, Rosa le sonrió de forma forzada y me miró. Nos alejamos un poco de ella para hablar.—Marco?
—Si?
—Tienes algo que contarme?
—Mmm... no
—Marco, si esa chica te gusta, hay mejores formas de pedirle salir.
—¡Esa chica no me gusta!
—¿Entonces que hace aquí?
—Creo que el pendiente no es suyo.
—Si.
Bridney se acercó a nosotros y Rosa decidió decirle la verdad.
—Bridney?
—Si?
—Hay algo que quieras contarme?
—Mmm... no
—Enserio? Porque yo creo que el pendiente no es tuyo. Y si nos dices la verdad ahora, no te pondré un castigo.
La chica gruñó y tiró el pendiente al suelo.
Suspiré y salí del aula. De repente, me choqué con alguien.
—Lo siento.
—Tranquila, la culpa es mía.
Al levantarme ví a una chica preciosa, de ojos celestes. La chica se ruborizó un poco cuando vio que la miraba mucho y se puso el pelo detrás de la oreja, en un gesto lindo. Entonces, pude ver como en su oreja brillaba un pequeño pendiente en forma de estrella. Me sorprendí y le agarré la mano. Con la otra, saqué de mi bolsillo el otro pendiente y se lo enseñé.
—Lo encontraste.
La chica me miró con una sonrisa y aparto el pelo de su otra oreja. Le puse el pendiente y volvimos a mirarnos a los ojos. Le conté todo lo que había pasado y aceptó con gusto cantar.
Cuando acabó la prueba, mire a Star, que así se llamaba, y le sonreí. Sin duda, esa chica tenía de ángel más cosas que la voz.