"Lo que es para uno, nadie se lo lleva"

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"Lo que es para uno, nadie se lo lleva"; una historia de amor y fortaleza

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"Lo que es para uno, nadie se lo lleva"; una historia de amor y fortaleza.

Antes de nacer, dijeron que lo más probable es que fuera a morir. Pero ella quería ver el mundo, tener una historia de amor de película y probarle a la vida que la fuerza de una mujer y de una madre, pueden contra todos los pronóstico.

Hace muchos años, en algún rincón de España, a un hombre le tocó tomar una de las decisiones más difíciles de su vida. Su mujer, que transitaba un embarazo de alto riesgo, yacía exhausta sobre un lecho humedecido. Él médico, casi resignado, lo miró a los ojos y pronunció las palabras tan temidas:"Es su mujer o su hija, decida."

Pero la madre era fuerte y ese bebe, frágil sólo en apariencia, supo demostrar desde el inicio que iba a poder con todo aquello que se le atravesara en su camino. "Es una niña", exclamó el médico, tiempo después; y el padre, sobrepasado por la emoción, dio gracias al cielo por su mujer, su pequeña hija y por la vida.

A la pequeña, la llamaron Milagros.

Un amor de película

El tiempo pasó, se mudaron a la Argentina y Milagros creció perfectamente sana. A sus diez años, era una niña vivaz y de personalidad encantadora. Tan dulce era, que cuando el pequeño Enrique la vio por primera vez, decidió que quería quedarse con ella para siempre. A partir de entonces, la siguió a sol y sombra; allí donde estuviera Milagros, se encontraba él, adorándola como si fuera la criatura más preciosa que pudiera existir en el universo entero. "¿Te querés casar conmigo?", le dijo cuando ella cumplió once, también a los doce, a los trece y tantas otras veces más. Milagros recibía sus propuestas con su enorme sonrisa de niña, mientras él la miraba a los ojos y sentía que había encontrado su hogar.

Pero la existencia tiene sus manejos misteriosos y, de adolescentes, tuvieron que separarse. Milagros, con una angustia desconocida instalada en su pecho, pronto descubrió que él, Enrique, también era el amor de su vida.

Pasaron doce años. Doce años de maduración, de experiencias nuevas, de aprendizaje. Doce años en los cuales el recuerdo de Enrique surgía a veces borroso y lejano, pero permanecía allí, puro y feliz. Doce años, hasta que la misma vida que los había separado, los volvió a unir.

Se cruzaron de casualidad y Milagros supo que él estaba comprometido. Pero ese día, ellos se miraron a los ojos y lo recordaron todo. Recordaron que estaban destinados a estar juntos, que se pertenecían y que, separados, jamás encontrarían paz. "Lo que es para uno, nadie se lo lleva", le diría Milagros a sus hijos, años más tarde. Y así fue, unos meses después, estaban de novios. Al año, se casaron.

Todo por amor

Milagros siempre quiso una familia numerosa y, como era de esperarse, aparecieron en escena Fer, Day y Samy. Sus hijos tuvieron una infancia muy feliz. "Mi abuela Manuela y mis papás siempre estuvieron presentes; nos enseñaron que la familia es lo primero, que uno a veces debe adaptarse a las personas y que la felicidad es algo que se elige", cuenta Samy. "Pero a mis 8 años, mamá empezó a sentirse mal, no tenía fuerza de un lado del cuerpo y tenía muchos dolores de cabeza. Lo que tenía era un glomus yugulocarotídeo, que es un tumor raro."

Con ese diagnóstico, le dieron 6 meses más de vida. Pero Milagros, que había desafiado desde antes de nacer eso de "no va a vivir", fue muy clara con el médico y le dijo:"No me voy a morir, tengo 3 hijos que quiero ver crecer". Y, por supuesto, fue como ella quiso. 20 años más tarde, dos cirugías y consultas a varios especialistas después, Milagros seguía viva y dando pelea.

La familia completa, incluida la abuela Manuela

"Vivimos lindos momentos: Day y yo nos recibimos de la facultad el mismo día, y una semana después Fer terminó el secundario con el mejor promedio; viajamos, disfrutamos cada segundo", recuerda Samy, conmovida.

Milagros, nacida de una mujer fuerte, con una historia de amor de película y mamá de tres hijos hermosos fue, como muchas madres de esta tierra, una sobreviviente, una luchadora, una fuente de sabiduría incansable, que supo dar todo por amor. Amor de mujer; amor de madre. Un 14 de junio del 2015, después de experimentar un crecimiento muy brusco de su tumor, dejó el mundo rodeada de toda su familia, en su casa, como lo había querido siempre. Y, en sus últimos instantes, quedaron ellos dos solos: Enrique y Milagros. Con la misma expresión de su niñez y juventud reflejada en sus rostros marcados, y un amor incondicional intacto, se miraron a los ojos y se despidieron hasta pronto; hasta que el destino los vuelva a unir.

Porque “lo que es para uno, nadie se lo lleva.”

Milagros y Enrique

"Es muy difícil perder a alguien que amás", reflexiona Samy. "Una madre que sentís como una parte tuya; después de eso, queda un vacío imposible de llenar. Pero mi mamá era un ser único, ella te decía que no quería que la lloren, sino que se acordaran de ella con risas, porque ella era así, una mujer luchadora y feliz. La muerte es parte de la vida. Si hay algo que aprendí, algo que ella me enseñó, es que no hay que rendirse nunca y hay que pelearla hasta el final; dar todo de uno con todas las fuerzas. Por eso, en esta vida, nunca hay que perder la esperanza. La esperanza de creer, la esperanza de vivir sin miedos, y pensar si verdaderamente estamos haciendo las cosas que nos hacen felices. A veces, el día a día nos consume y nos ponemos en automático; la vida es ahora. Hay que reírse, amar profundamente y disfrutar. Mamá decía: Si estás feliz, ¡respirá! Respirá profundo, cerrá los ojos y guardá ese momento para siempre. A ella quiero decirle: ¡Feliz día mamá! Te amo con el alma."

Y feliz día a todas las madres que, como Milagros, son luchadoras que dan y dieron todo por amor

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