¡Pelea conmigo, bastardo!

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Dejó a un lado la bandeja de plástico blanca que contenía un par de platos llenos de la horrible masa insípida que las enfermeras se esmeraban en llamar comida y gruñó, echando la cabeza hacía atrás sobre la almohada y desordenando aún más su cabello rubio.

Había tenido que quedarse en ese maldito hospital del demonio a morir lentamente porque, además de haberse roto el tobillo por haber aceptado el jodido reto de Kaminari para ir y saltar de un segundo piso hacia una piscina congelada, había contraído bronquitis gracias a la exposición al clima frio luego de haberse empapado cuando saltó y descubrió que el agua no estaba tan congelada.

Miró hacía la puerta, aburrido. Su madre lo había abandonado a su suerte horas atrás para irse a trabajar y la enfermera que había estado cuidando de él esos días le había pedido que no encendiera la televisión porque el paciente con el que compartía habitación -y que había llegado esa mañana- necesitaba silencio para dormir y recuperarse.

Bakugou había estado dormido la mayor parte del tiempo que la persona detrás de la cortina había estado ahí, así que realmente no sabía que le había sucedido y si valdría la pena despertarle para entablar una conversación y matar un poco el aburrimiento.

Su enfermera regresó a la habitación, lista para regañarlo por no haber comido nada, como lo había hecho durante el desayuno.

—¡No volviste a comer! —Frunció el ceño la pequeña castaña, inflando sus mejillas infantilmente a pesar de que aparentaba la misma edad que su paciente. —¡Te dije hace rato que si no comes no van a darte el alta!

—¡Déjame en paz, cara redonda, esa cosa sabe a mierda! —Refunfuñó y la enfermera hizo un gesto de fastidio. El rubio comenzó a toser.

—Te dije que no debes gritar, Bakugou. —Se acercó para tomar la bandeja. —Tampoco debes moverte mucho o podrías volver a lastimarte.

—Ya lo sé, cierra la boca. —Bramó de mala manera y volvió a dirigir su mirada hacia la puerta.

Y gracias a todo lo bueno que lo hizo, joder.

Un chico de cabello verdoso y pecas en las mejillas entró a toda prisa a la habitación cargando una bandeja con los mismos platillos que le habían servido al rubio casi media hora atrás y se perdió detrás de la cortina azul, escapando de la mirada escrutadora del rubio.

—Oye, cara redonda. —Llamó a la enfermera, que ya se había dado la vuelta para llevarse la bandeja. —¿Quién es ese tipo con cara de imbécil?

—¿Eh? —Miró a su alrededor, buscando respuestas para después entender a qué se refería y bajar el tono de voz. —Ah, ¿hablas de Midoriya? Es el enfermero a cargo de tu compañero.

—¡Quiero que sea mío! —Gritoneó.

—¡Baja la voz! —Lo mandó a callar la enfermera.

—¡Oye, enfermero, ven aquí! —Volvió a gritar, removiéndose en la cama y lanzando la sábana al suelo.

El bonito chico se asomó por detrás de la cortina con una mirada expectante luego de haber dejado caer algo que seguramente ahora estaba roto.

—¿Necesitas ayuda, Uraraka-san? —Preguntó amablemente con voz suave.

—Bronquitis quiere que seas su enfermero. —Señaló al rubio con un dedo, quien estaba totalmente dedicarlo a inspeccionarlo de pies a cabeza.

Joder, es tan lindo, maldita sea, ¡hace que me den ganas de ponerlo contra la pared!

El chico clavó sus enormes orbes esmeraldas en Bakugou y le sonrió.

—Lo siento, ya tengo a alguien a quien atender. —Se disculpó y regresó a lo que estaba haciendo antes.

¿Peleamos?; [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora