En esta historia, Lía, una chica que va a un campamento de verano después de acabar bachiller sueña con tigres, y esos sueños dicen algo. Lo que no sabe es que en ese campamento está a punto de descubrir un secreto junto a sus amigos y a una persona muy especial con la que tendrá que decidir una decisión muy importante...
* * *
Esa mañana, se despertaba de su cómoda cama, rodeada de sus paredes rojas, llenas de fotos con sus amigos y una solitaria ventana por la que entraban unos finos rayos de sol. Instintivamente, se dio la vuelta y hundió la cara en la almohada para que no le cegara más aquella luz tan intensa.
Miró el reloj. En ese momento se dio cuenta de que llegaba tarde al último día de clases.
Saltó de su cama y se dirigió hacia el armario. Abrió las puertas y cogió lo primero que vio: una camiseta de tiras lila y unos vaqueros. Se vistió lo más rápido que pudo y se puso unas bailarinas blancas.
Fue corriendo al baño y allí se peinó, después, bajó las escaleras y llegó a la cocina, en la que estaban sus padres desayunando tranquilamente.
-Hola, cielo. ¿No llegas tarde a clase? –Le preguntó su madre, mientras le untaba mermelada a una tostada.
A Lía se le escapó un pequeño gruñido.
-Eh… sí. Cogeré dinero y me compraré un café en la cafetería del instituto. Hasta luego.
-Adiós. –Dijeron sus padres con la misma tranquilidad de antes.
Lía vivía en una bonita residencia urbana, cuyo instituto al que iba le quedaba aproximadamente a unos 200 metros. Lo tenía crudo. <<Mierda, mierda, mierda, –pensaba Lía- ¿cómo se puede llegar tarde el último día de clase>>
Cuando llegó al recinto, no había nadie. Normal, eran las nueve y debería haber llegado a las ocho y media.
Entró corriendo al instituto y cuando llegó a su clase comprobó que no había nadie. <<Oh, Dios. Estarán despidiendo el curso con el festival de todos los años. >>
¿Ahora qué podía hacer? Dudó si quedarse allí a esperar a todos sus compañeros o interrumpir el festival. Todo el mundo la miraría y como de costumbre, su cara cambiaría de color y se pondría como sus paredes. Pero al fin decidió dirigirse al salón de actos. Ya se imaginaba a todo el mundo mirándola. Todo ESO y Bachiller. Horrible. El color de sus paredes se trasladaría a sus mejillas, mientras buscaba un asiento libre o hasta que llegase un profesor a socorrerla y darle un sitio, en el que por fin se sentiría a salvo de todas las miradas, risas y cuchicheos.
Llegó. Era la hora de abrir las puertas e interrumpir el festival.
Uno…
Dos…
Tres…
Abrió las puertas. Pero en el interior del salón de actos no había nadie, exceptuando un tigre que se acercaba amenazadoramente hacia Lía. Ella, paralizada por el miedo, se quedó en su sitio, sin mover ni un músculo, observando los ojos amarillos del tigre.
Aquel animal empezó a moverse más rápido y pasó de estar a 10 metros de Lía a estar a 5. En ese momento, Lía cerró de golpe las puertas y apoyó su espalda contra ellas, mientras cerraba los ojos.
Cuando los abrió, se encontró a otro tigre a pocos centímetros de la cara. Sus ojos amarillos la observaban con atención, atentos a cualquier movimiento que ella realizase.