Capítulo 7: Adolescentitis

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Desde el sábado venía llegando gente al Refugio Winelmann. El día domingo amaneció sereno y frío. Julieta se vestía convenientemente para sus ejercicios matutinos. Seguramente esa mañana habría muchos esquiadores. Habían llegado un grupo de jóvenes muy alegres que en seguida trabaron amistad con las chicas López Cobo y Martínez.

Parece que los Winelmann habían organizado un baile y llegaban sus amistades. Julieta se extendió un poco de crema en la nariz y luego de acomodarse su gorra salió. Cruzó el bosquecillo de pinos y abedules. Dos muchachos desconocidos que allí estaban la saludaron respetuosamente. Llegó a la casilla, donde la esperaba Érica, y poco después se encontraban subiendo por la ladera. Aquí y allá, por toda la montaña aparecían esquiadores que pasaban, iban y volvían zumbando vertiginosamente. Varias muchachas nuevas solicitaron la ayuda de la profesora Lestka, de modo que Julieta andaba completamente sola por primera vez. Aunque le temblaba el corazón al principio, fue perdiendo miedo y al fin lo hacía con gran entusiasmo. Estuvo largo rato esquiando hasta que al final se cansó y con el consentimiento de Érica se retiró del área de esquí. Se quitó los patines y con gran satisfacción se entretuvo durante cerca de media hora mirando el espectáculo.

— ¡Buen día! ¿Vamos a esquiar?—dijo alguien a sus espaldas. Julieta se volvió sorprendida.

Ronny hizo una leve inclinación y descargó sus esquíes.

—Bajé hace un momento y estoy cansadísima—contestó ella dando un suspiro.

—Ya veo que solo le tienes confianza en Peter— dijo Ronny—Creí que después de lo sucedido en la biblioteca el otro día éramos amigos.

—¿Amigos? —exclamó Julieta sin darse cuenta.

—¿De qué te asustas? ¿Me crees tan ermitaño que no soy capaz de tener amigos?... Mira, te observé durante estas dos semanas desde que llegaste. Eres.... en fin, no eres como Tamara y otras. ¿Entiendes? Y decidí que quizás podrías ser mi amiga.

—¿Por qué?—a Julieta se le escapó la pregunta.

—Porque Peter se lo pasa estudiando, y aunque a mí me gusta la soledad, no conviene que piense tanto en ciertas cosas porque acabaría por matarme. ¡Bueno! No me voy a poner a contarte penas seguramente, pero me gustaría que me perdieras el miedo—Ronny calló y encendió un cigarrillo.

Julieta estaba desconcertada y no se le ocurrió nada que decir. Sin embargo no estaba cómoda allí.

—Bueno, Julieta, ¿quieres que demos una vuelta?—preguntó Ronny.

—¿Adónde? Esquiar no; estoy cansada—contestó tratando de ocultar su indecisión.

—¿Nunca entraste en el bosque? Ven, te enseñaré algo interesante—El muchachito se calzó la gorra sobre sus revoltosos cabellos rubios blanquecinos y le extendió un bastón para la nieve.

Ella lo recibió seria y pensativa.

Mientras iba caminando en silencio, miles de pensamientos cruzaban por su mente. Hasta la vanidad se alzó diciéndole: "¡Cómo se moriría de envidia Tamara si me viera!" Pero Julieta alejó ese pensamiento, pues otro mayor la preocupaba: ¿cómo brillar?, y en el fondo de su corazón se puso a orar: "¿Cómo debo comportarme, Señor? ¿Qué hago? Si este Ronny se dio cuenta de que soy una hija tuya, que soy distinta, si ha visto la lucecita tuya en mí, ¡me alegro, Señor! ¡Gracias, Señor! Pero cuídame de no hacer imprudencias"

Seguían caminando en silencio.

Julieta seguía pensando: "delincuencia juvenil". Esta frase que muy a menudo pronunciaba su padre con tristeza, siempre conmovía su corazón. ¡Delincuentes! ¡Pobres jóvenes llenos de dolor, maldad y desgracia! ¿Y si Ronny llegara a ser un delincuente?

Luz que no se apagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora